Un medio de comunicación de mirada alternativa ha puesto luz sobre una obviedad que puede intuirse y, para muchos, comprenderse: las fuerzas y cuerpos de seguridad cumplen su misión también con la infiltración de efectivos en ciertos tiempos, grupos y contextos. ¿Cómo y dónde? Con las armas que el Estado pone a su alcance y allá donde haga falta. Y donde hace falta, ¿para qué lo hace? Para que ese estado que lo facilita, impulsa y cubre, pueda seguir existiendo. Y no existe principalmente para la ciudadanía, aunque también, pues su seguridad e integridad son al final presupuesto facilitador de derechos fundamentales. Existe, sobre todo, para sí mismo. La voluntad de supervivencia del Estado es la misma que la de los individuos que lo integran, que ocupan sus órganos, que obedecen las órdenes de cada nivel superior, formado este por otros tantos, algunos representantes nuestros. La mayoría, sin embargo, no.
Ahora las cartas están del todo a la vista, también para los que las puedan usar con motivos delincuenciales, pues pueden conocer mejor la metodología de las fuerzas de seguridad y localizar a quienes, en ciertos contextos, infiltrándose así, se juegan la vida
Hasta tres películas modernas relatan procesos de infiltración. Todos ellos, por supuesto, ilegales; aunque dos de esas películas son explicadas en clave de comedia: se infiltran en una clase y en la universidad, mira por dónde... Pero es que la policía se infiltra en todo: las asociaciones vecinales, las entidades deportivas, los oratorios musulmanes, las ONG… Es probable que este dato sobre la infiltración de un policía en un sindicato estudiantil independentista pueda indignar a quienes se encuentran en él o a quienes simpatizan con sus postulados, pero no son ni los primeros ni los más relevantes. Y en todo caso, suponen la misma preocupación que tantos otros colectivos puedan suponer para la supervivencia del poder. Sucede aquí y, sin pretender terapia de grupo alguna, en todos los países de nuestro entorno. Una izquierda radical y (o por) joven, además de independentista, sin duda reúne la mayor parte de las condiciones que se tienen en cuenta para llevar a cabo una actividad de infiltración de este tipo.
Las víctimas tienen, como he dicho, el derecho a indignarse y la legitimación para reclamar por una acción que, por supuesto, escapa de la legalidad, pero que es real. En todo caso, un efecto colateral perverso va a tener todo esto, como sin duda ocurre con todos aquellos otros supuestos que para la gente reviste interés que sean monitorizados y conocidos: ahora las cartas están del todo a la vista, también para los que las puedan usar con motivos delincuenciales, pues de este modo pueden conocer mejor la metodología de las fuerzas de seguridad y localizar a quienes, en ciertos contextos, infiltrándose así, se juegan la vida. Me resultaría interesante saber cómo se ha descubierto, pero imagino que eso sería un segundo nivel de conocimiento: saber cómo se sabe que se sabe. Y así ya nada sería secreto. Puede ser el guion para la secuela de esta película…