Uno de los empresarios más exitosos que he conocido es un sacerdote. El padre Luis de Lezama, jesuita vasco, ha creado un imperio en el mundo de la hostelería, desde restaurantes a una universidad. Decía que llevaba el mundo sobrenatural "en los bolsillos", y que allí en la taberna (y después en otros restaurantes que fundó), entre conversación y sobremesa, se acababan produciendo encuentros increíbles, confesiones inesperadas, se disipaban dudas y se creaban nuevas incógnitas. Luis de Lezama se acaba de morir a los 88 años. Debió hacer dos que comí con él en la Taberna del Alabardero, al lado del Palacio Real en Madrid, una de sus primeras fundaciones y su local más reconocido. Nos sentábamos en la sala grande del restaurante, que parece un comedor doméstico, y me regaló un libro que había escrito (Taberna del Alabardero. Historias y recetas de mi taberna), editado por PPC, y quedamos en que me lo leería, y volvería a Madrid para entrevistarlo. Empiezan a acumularse las entrevistas pendientes y me inquieta esta aceleración de los acontecimientos.

Lezama había estudiado ingeniería, entró en el seminario, estudió periodismo y entre sus coberturas periodísticas destaca haber sido reportero en la Guerra de los Seis Días en Israel, enviado por Efe. Le otorgaron el Premio Ondas. Decía de él mismo que era clérigo y periodista, que hacía "buenos sermones y que había acabado haciendo pasteles". O mejor todavía, haciendo que otras personas los hicieran, y muy buenos. Porque las empresas que creó Lezama se parecen más a La Fageda que a una cadena de restaurantes convencional. El grupo empresarial que creó (Grupo Lezama) es un proyecto social. La Taberna de Madrid ha sido un centro de encuentro de diplomáticos, políticos, periodistas, tertulianos, filósofos, artistas... un local como en Barcelona un Casa Estevet, Casa Agustí o La Habana. Lugares que son casa, restaurantes refugio.

Era admirable. Un líder nato, un guía espiritual, culinario, un explorador de la vida

Luis de Lezama (Álava, 1936) se ha ido dejando 10 restaurantes, 3 escuelas de hostelería, 500 trabajadores y sobre todo centenares de personas que pasamos por sus restaurantes, que tenía en Madrid, pero también en Sevilla, o en Marbella y Washington. Era el sacerdote de la gastronomía. Vasco, como se tiene que ser para ligar de esta manera la espiritualidad y la manduca. Un hombre audaz, rozando la temeridad. Si tenía miedo, no se le notaba.

Hacía solo un año que era sacerdote y ya empezó a montar una empresa. Acogía aspirantes a torero, en Chinchón, cerca de Madrid. Su vocación empresarial se cocía después de pasar por una parroquia obrera, en San Carlos Borromeo, en el barrio de Entrevías. Ha ganado todos los premios imaginables y es un referente social. Tenía un trato adusto, te miraba con atención, calma e interés, pero la mirada de compañía y protección la reservaba solo para los suyos: los camareros, el personal. Era admirable. Un líder nato, un guía espiritual, culinario, un explorador de la vida. Es evidente que con este perfil tenía muchos enemigos y generaba incomprensiones, era una rara avis. Había personas que lo criticaban porque lo veían dedicando más rato a sus restaurantes que a la iglesia. Él defendía que la suya era una pastoral del encuentro, y nada más evangélico que un banquete. La Biblia está llena de referencias a comer y beber, a encontrarse en torno a una mesa, a compartir. Este empresario atípico deja una manera de hacer que bien podría abrir el interés a nuevos seminaristas que no entiendan el mundo como una contradicción con vivir con fe y en profesar una religión. Los puritanismos separatistas (mundo religioso o mundo secular, divino o terrenal, sagrado o profano) alimentan descompensaciones. Luis de Lezama no era normativo y no debe haber indicadores de cuántas personas entraron en contacto con la fe en su taberna. Sus cenizas se han repartido entre su Amurrio natal y Madrid. Su legado, en cambio, se ha repartido por todo el mundo.