El campo está en pie de guerra. Si ya es difícil saber cuál es la política industrial del Govern, más difícil es saber si siquiera sabe lo que significa política agraria. Los tractores han tenido que invadir Barcelona para que los partidos reaccionaran, sobre todo Esquerra, que es el titular del gobierno minoritario y monocolor y, por tanto, tiene la responsabilidad de gestionar el bien público. En 2017 se planteaban proclamar una república y resulta que, además de no haber alcanzado la república, tenemos un mal gobierno, que va a la deriva sin dar salida a las necesidades del país. La sensación de crisis es total. Que el gobierno de Madrid lo esté haciendo tan mal como el catalán no justifica nada. Es una comparación estúpida que, puesto que en el ámbito europeo las cosas no van mejor, solo demuestra que los políticos actuales son rematadamente obtusos. Tienen un pensamiento débil y con cuatro ideas animan a la polarización, sea hablando de la inmigración o ya sea del derecho de autodeterminación o de la amnistía. La ultraderecha está contaminando el pensamiento democrático con la intención de destruirlo y los partidos del “sistema” no ofrecen alternativas. Donald Trump, Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Santiago Abascal tienen un plan para reactivar la agricultura y no es otro que eliminar lo que denominan como “dogmatismo ambiental”. Es decir, acabar con el desarrollo sostenible, el pacto verde de la Agenda 2030, orientado, por otro lado, a cargar la responsabilidad sobre los ciudadanos y no sobre quienes correspondería, que son los gobiernos, los empresarios, las cadenas de distribución y las grandes superficies comerciales. Este primitivismo iliberal se extiende a toda prisa. Las posiciones centradas, que no significa centristas, sino lógicas, van perdiendo adeptos.
Leo a distancia que la manifestación multitudinaria de agricultores del miércoles de la semana pasada en Barcelona provocó que una representación de los agricultores fuera recibida en el Parlament de Catalunya por todos los partidos, salvo Vox y el PP. Entre los agricultores estaba Joan Rius, representante del movimiento 6-F de la Cataluña Central. Después de la reunión, que terminó con un acuerdo de tres puntos que se tendrá que tramitar por la vía de urgencia, este joven ganadero (solo tiene veintidós años) de Castellfollit del Boix, soltó una sentencia colosal: “Podemos estar satisfechos, aunque la lucha no se acaba, solo se transforma. Y la victoria no existe si no escribimos la historia”. No es filosofía campesina. Más bien es el pensamiento de un luchador, de alguien que sabe la trascendencia que tienen sus actos. ¿Cómo se escribe la historia? Pues movilizándose, aunque se tenga asumido que la movilización solo tiene sentido si termina con una victoria, aunque sea mínima y parcial. Los tres compromisos son claros y uno diría que era innecesario desplazar tanto tractor para conseguirlo. Únicamente cuando los agricultores han mostrado su enfado, los partidos han acordado con ellos cosas razonables. ¿Es que no era posible realizar antes una revisión técnica de las restricciones de agua aplicadas a toda la casuística de la agricultura? Era una tontería cortar el 50 % del agua a los ganaderos. ¿Qué impedía agilizar el pago de las ayudas pendientes del sector agrario? ¿Por qué ahora sí, y antes no era posible, que las administraciones gubernamentales y legislativas trabajen conjuntamente para impulsar “la racionalización de la burocracia y el acompañamiento administrativo”? No será fácil que se cumplan estos compromisos, sobre todo porque la administración catalana es tanto o más burocrática que la española y nadie está dispuesto a reformarla.
El mismo día que en el Palau de la Generalitat el presidente Pere Aragonès y el conseller de Acció Climàtica, David Mascort, se reunían con la Plataforma 6-F, la Unión de Agricultores, de la JARC, la Federación de Cooperativas Agrarias y ASAJA, los sindicatos UGT y CCOO anunciaban que no les daban su apoyo. Los dos sindicatos unionistas llevan tiempo sin brújula. Son engranajes del sistema, de ese régimen del 78, que huele peor que un cabrales pasado de maduración. ¿Los agricultores han conseguido poco? Si lo que se pretendía era dar sentido a la política agraria de la Generalitat, la respuesta no puede ser más clara y contundente. No, solo han podido poner un parche a un escenario desolado. El cambio de modelo productivo, disponer de la inversión pública necesaria y modernizar las infraestructuras que faciliten el aprovechamiento de agua o la movilidad de los productos del campo, tendrá que esperar a una nueva generación de políticos que esté más preocupada por el bien social que por retener el poder a cualquier precio. Aunque las expectativas de cambio sean muy bajas, la sensación es que los agricultores han obtenido mucho. Pero por si acaso se olvidan de las promesas, Joan Rius ya los ha advertido: “Si no cumplen esto, habrán cavado la fosa de su tumba”. Aumentar la abstención no conviene a nadie. La resaca de 2017 provocó una alta abstención, el malestar social puede incrementarla.
¿Los agricultores han conseguido poco? Si lo que se pretendía era dar sentido a la política agraria de la Generalitat, la respuesta no puede ser más clara y contundente. No, solo han podido poner un parche a un escenario desolado
Desde que el mundo es mundo, solo la movilización transforma la realidad. El conflicto es el motor del cambio. El sindicalismo de verdad, el que era independiente del Estado, lo sabía. Ahora es necesario que los agraviados agricultores catalanes, que se han movilizado sin la manipulación política de la extrema derecha, sean escuchados y participen en la gobernanza del sector. Es significativo que el conseller de Acció Climàtica se haya comprometido a “buscar soluciones” después de sentirse presionado. ¿Es que eso no debería ser al revés? Cuando un político toma posesión de una responsabilidad como esta, debe saber detectar cuáles son los problemas del sector y ofrecer soluciones antes de que unos agricultores y ganaderos que están (y no es ironía) con el agua al cuello te las tengan que reclamar a gritos. La portada de la revista Destino, del 22 al 28 de junio de 1978, era muy explícita y da que pensar hasta qué punto el catalanismo ha dejado de ser la punta de lanza de la modernidad, como lo había sido en el pasado: “Cataluña, agua o muerte. El trasvase del Ebro no debe demorarse”. El editorial arrancaba con una afirmación contundente: “Nadie ha ofrecido, después de cuatro años, una alternativa seria y solvente al trasvase del Ebro como solución al imparable problema del agua que se cierne sobre buena parte de Cataluña”. ¿No les da asco constatar que después de cuarenta y seis años no se haya avanzado ni un milímetro? Porco governo, tanto si llueve como si luce el sol, que nos somete a un déjà vu en el que el presente no es ninguna alucinación del pasado.
La sequía provoca hambre, como es fácil de constatar si observamos la historia del mundo. El cambio climático es global, aunque en estos momentos aquí donde estoy pasando unos meses, en Miami, haya llovido toda la semana y no poco. Como ocurre con la política, el clima también se polariza. En el primer mundo, la sequía solo se asocia con las restricciones de agua en las duchas de los gimnasios, con prohibir llenar las piscinas comunitarias que cada día hay más en bloques de pisos urbanos o bien con restringir el riego de los campos deportivos, incluyendo los de golf, que no son pocos. Casi nadie asocia la sequía con el hambre, que va ligada al desequilibrio que ya se está produciendo debido a un rápido crecimiento de la población y de la esperanza de vida y a la falta de recursos energéticos y alimentarios. De momento, en el supermercado el litro de aceite cuesta lo que vale un lingote de oro. Hasta que la gente no vea vacíos los establecimientos donde venden verduras y frutas, pero también carne y huevos, no tomará conciencia de la gravedad de la situación. Cuando eso ocurra, entonces los consumidores, que somos todos, se unirán a la protesta contra los gobiernos ineficientes a los que les cuesta salir de la retórica buenista sobre aspectos secundarios de la vida, mientras que no actúan preventivamente contra la desigualdad actual y la que llegará con el tiempo. “Nuestra muerte será vuestra hambruna”, era el lema de la manifestación convocada por los agricultores y ganaderos catalanes. No es ninguna exageración. Mientras tanto, unos idiotas, enloquecidos por la catalanofobia españolista (lean el refinado artículo que Daniel Vázquez Sellés publicó en este diario), que promueven persecuciones políticas y destruyen la democracia en España, cuelgan pancartas en Sagunt, por ejemplo, para reivindicar que no se mande agua a Cataluña. Nos quieren españoles y muertos de sed y hambre. Cuanto más ineficiente es un gobierno democrático, más campo tienen para correr los extremos iliberales y los xenófobos.