De historia, como de medicina o de cocina, se sabe o no se sabe. Con el sentido común ocurre lo mismo, porque también se aprende si te pones a ello, pero es que se necesita tiempo, al menos que pase el tiempo por ti. Por eso los viejos tienen la posibilidad de ser mejores historiadores y especuladores que los jóvenes, porque la formación no se improvisa, pero tampoco la resistencia física. Solo los cuerpos gastados, agotados como la tierra aquella del poeta Eliot pueden, de repente, descomponerse y hacerse añicos sin avisar, ahogarse como el alioli precipitado. El decrépito muro de Berlín nadie previó que caería inesperadamente ni la aceleración del tiempo durante ese tiempo. Nadie nos había anunciado tampoco que la dieta sana y la drogadicción tendrían tantos partidarios en nuestra época contradictoria. Por eso dan tanta risa los enterradores del independentismo político, los tontos que dicen que esto ya está terminado, liquidado. Repiten el mismo error de los franquistas que aseguraban que la españolización de Catalunya era irreversible y que nunca más el separatismo sería una opción política. Se equivocaban porque confundían sus deseos íntimos con la capacidad que siempre ha tenido Catalunya de preservarse.
Repiten el mismo error de los franquistas que aseguraban que la españolización de Catalunya era irreversible y que nunca más el separatismo sería una opción política.
Desde siempre los jóvenes han hecho la guerra y los viejos hacen la paz, por lo que todos ya hemos entendido que, tal vez, Vladimir Putin esté tan fuera de lugar como el presidente de la Generalitat. Hay cierta posibilidad, de que ambos sean personajes que se hayan equivocado de película, que no hayan entendido el guion, que no se hayan leído el prospecto, el papel de las instrucciones y por eso van improvisando y confiando en la suerte y no a en la cordura. Cuando repasas los libros de historia ves que la mayoría de los héroes de antaño eran muy jóvenes, recientes y que de pronto ya estaban a punto de morir. Jaime el Conquistador tiene veintiún años cuando consigue Mallorca, a Juana de Arco la queman cuando todavía no ha cumplido dieciocho. El poeta del amor arruinado y de la rosa en los labios, Joan Salvat-Papasseit se va de este mundo con veintiocho años. No sé si se han fijado en esto pero ahora que, gracias a la medicina, hay gente mayor por todas partes, que ahora que la medicina nos está alargando la vida, nos recortan la libertad y las posibilidades reales de volar. Antes, no hace tanto, las reuniones de políticos eran reuniones de personas con ambición, con más futuro que pasado, con más ganas, más ardid que miedos. Hoy, en cambio, una reunión de políticos tiende a ser un senado y un senado más bien geriátrico y medicalizado. Quizá por eso la iniciativa política es tan previsible, miedosa y la nostalgia de los tiempos pasados ha acabado sustituyendo al progreso y a la innovación. La resurrección del pujolismo sin Pujol vuelve a proclamarse como la gran alternativa al independentismo que, dicen, dicen, dicen, ha fracasado. Que la historia nunca va tan rápido y que se necesitan muchos años, sangre, desgracias, y muchas generaciones para conseguir la libertad de Catalunya. Como si alguien, los partidarios de la independencia y los contrarios a la independencia, tuviéramos la más mínima idea de lo que va a pasar mañana. La historia no es como la previsión meteorológica. Pero puede ayudarnos a saber, como mínimo, qué es lo que no pasará.
Hoy, en cambio, una reunión de políticos tiende a ser un senado y un senado más bien geriátrico y medicalizado.
Una vez comí con el Honorable Xavier Trias i Vidal de Llobatera. Fue muy divertido, edificante, clarificador. Fue poco tiempo después de su participación en el juicio del Supremo contra los presos políticos catalanes. Le critiqué todo, de arriba abajo, de derecha a izquierda. Y después dibujé dos diagonales haciendo un aspa discrepante y negativa. El señor Trias se reía como el gran señor en que se ha convertido, eterno como una gárgola de la Catedral. Le pedí que enviara un mensaje al president Mas, de mi parte. Un mensaje que me parece hoy que puede dirigirse a otros políticos. Le dije que un hombre solo puede cambiarse de sexo una única vez. No me entendió y tuve que explicarme mejor. El argumento me parece sólido. Estaba bien que Artur Mas hubiera sido primero autonomista y que, de repente, se hubiera convertido en independentista. Este cambio contaba, para el electorado, como un cambio de sexo. Sin vuelta atrás. El señor Trias, médico, quiso saber por qué consideraba yo que el independentismo era un camino político sin retorno. “No, no, no tiene nada que ver con el independentismo. Es un problema de credibilidad. Después de cambiarte de sexo, te puedes desdecir y ponerte un muelle, añadí. Pero un muelle siempre será muelle”.