El 7 de junio de 1640, los segadores se sublevaron contra los tercios. Un incidente imprevisto provocó los disturbios. Pese a los esfuerzos de los consejeros y diputados, del obispo de Barcelona y de los de Vic y de Urgell (de paso por Barcelona para la celebración del Corpus), los amotinados se levantaron con los gritos de “¡Viva la tierra!”, “¡Mueran los traidores!”, “¡Muera el mal gobierno!”, quemando y saqueando las casas de funcionarios reales. También hubo asesinatos, como el del doctor Gabriel Berard i Gassol, miembro de la Audiencia, y del lugarteniente, que, escondido en los astilleros, intentó huir en una galera genovesa. La guerra de los Segadores comenzó de esta manera. No la ganó quien debería haberla ganado y así nos ha ido a los catalanes desde entonces. Cataluña hubiera podido ser como Portugal, pero, mira por dónde, quedó reducida a ser una provincia española. Sigue siendo así. Ahora la llaman comunidad autónoma. La revolución de las sonrisas, que pretendía conseguir el éxito que no se obtuvo en 1640, fracasó. No es el momento de discutir por qué. La cuestión es que desde el día siguiente del 27-O, si no antes, los partidos que dirigieron aquella catástrofe se han ido reposicionando. Lo han hecho con tan poca imaginación y gracia que a las primeras de cambio se les ha visto el plumero, a pesar de la fidelidad de los “culos de hierro”, que son los que se benefician de las ETT, que son los partidos. El actual sistema político expulsa a la gente honrada y deja el poder en manos de los ineptos y de los fracasados.
La CUP es un partido marginal que aporta dirigentes cada vez más extravagantes, como la candidata de Barcelona y, ¡cuidado!, también diputada. Junts per Catalunya es un proyecto fracasado que entrará en erupción después del 28-M. Lo más probable es que caiga en manos de los neoconvergentes, con el único inconveniente de que Carles Puigdemont y Toni Comín no sabrán cómo encajar el Consejo de la República con las tesis regresivas del único partido que los apoya. La culpa de que esto suceda habrá sido solo suya y de sus pactos internos y de que el exilio acaba siendo una prisión que también aísla de la realidad, sobre todo si te aconsejan mal. Esquerra ha protagonizado el giro más copernicano. Quien no quiera ver que lo único que perseguían los republicanos era “sustituir” a los convergentes, es que está ciego o es tonto. Han pagado un precio muy alto para conseguirlo. La apuesta política que ganó en 2019, el 28M se convertirá en una alternativa irrelevante en Barcelona. No es que Ernest Maragall sea una persona mayor, un anciano, sino que Esquerra no tiene ningún proyecto. Ni siquiera puede blandir el anticolauismo deshidratado que exhibe Xavier Trias. El candidato Trias, quien no se sabe si pertenece a Junts o al establishment, ese que incluye a los especuladores inmobiliarios que son los que provocan que una unidad familiar que ingrese 3.000 euros mensuales pase estrecheces en Barcelona, vive en el mundo de los “upper Diagonal” y no sabe cartografiar la ciudad ni con el método Braille. Solo por este error de cálculo, por esta visión errónea y clasista de la sociedad barcelonesa actual, este señor no debería llegar a la alcaldía jamás, ni a través de una carambola. Los políticos que tenemos dan vergüenza. Su incompetencia provoca que te entren ganas de gritar muy fuerte, como los segadores del siglo XVII, “¡muera el mal gobierno!”.
No es que Ernest Maragall sea una persona mayor, un anciano, sino que Esquerra no tiene ningún proyecto. Ni siquiera puede blandir el anticolauismo deshidratado que exhibe Xavier Trias
Los líos de hace dos fines de semana durante las pruebas de estabilización de interinos de la Generalitat fueron un espectáculo dantesco. En primer lugar, porque vulneró los derechos de los opositores, pero, además, nos demostró cuál era la filosofía del gobierno de Esquerra sobre las políticas públicas. Dado que a los de Pere Aragonès les agrada tanto determinar quién es más izquierdista que el vecino, les diré que este gobierno es el primero que privatiza (sí, sí, privatiza) las oposiciones. Ni la derecha nacionalista —CiU, para ser claros— había tenido el valor de hacerlo nunca. La privatización de las tareas de la administración es la culminación de un proceso que empezó el día en que alguien decidió que la Escuela de Administración Pública de Cataluña (EAPC), una institución centenaria y motor de la modernización de Cataluña del primer catalanismo, no tenía ningún sentido. Que era una carcasa, muy costosa, por otro lado, que ahora solo sirve para subvencionar cursos que realizan entidades privadas, sean sindicatos, escuelas de negocios o las asociaciones municipalistas dominadas por los partidos. Ni siquiera cuando se determinó que la EAPC era una “estructura de Estado”, los que lo proclamaban se lo creyeron. Lo digo por experiencia propia. ¿Por qué la consejera Laura Vilagrà decidió privatizar las oposiciones y no seguir convocándolas, como hasta ahora, que era una tarea interna de la Generalitat, con la EAPC como epicentro? ¿Es posible que Vilagrà sea de derechas? Tal vez sí, vistos sus argumentos. ¿O quizás es porque es una inútil que no sabe cómo gestionar el presupuesto ni tiene ningún proyecto en su cabeza? No importa mucho que seas de derechas o de izquierdas si no tienes ideales que defender. ¡Muera el mal gobierno!
El caos de la línea R2 Sur de Cercanías, después del nuevo incidente del pasado lunes, es otro ejemplo de las desgracias que provoca la mala gestión. Un país es realmente moderno cuando está saturado de buenos policy-makers. En Cataluña hay buenos profesionales, pero los mejores no optan por la gestión pública. Se aburren y las dificultades de gestión son tan graves y burocráticas que a menudo se ven obligados a hacer algunas trampas, como las que Laura Borràs supuestamente hizo para poder finalizar un trabajo secundario. Se trata de irregularidades que son habituales en todas las administraciones, aunque personalmente no me parezcan correctas ni necesarias. Si un procedimiento no funciona, es que no está bien regulado y, por consiguiente, hay que cambiar la legislación y no saltársela a escondidas porque los políticos no saben legislar. Ahora bien, digamos las cosas claras y bien alto, estas prácticas solo te llevan a la cárcel y a la inhabilitación profesional si, como acabamos de ver, tienes criterio político y, además, eres independentista. Esta es una condición imprescindible. No importa si el incidente fue causado por un rayo o no lo fue, aunque parece ser que no, la situación de los trenes de cercanías es la demostración de que ningún partido ha sabido combatir el centralismo y la falta de inversiones. El catalán cabreado comenzó a cabrearse en las estaciones de Vilanova i la Geltrú o de la Garriga, por nombrar dos localidades castigadas por la pobreza crónica de las comunicaciones férreas. El Estado roba a los catalanes el bienestar no solo mediante el déficit fiscal, sino también empobreciendo las infraestructuras con una visión mezquina y discriminatoria de España. No obstante, la culpa no es exclusivamente de España. ¿No es un síntoma de mal gobierno que los Mossos d’Esquadra hayan tenido que gastar medio millón de euros más de lo previsto en la compra de cascos y máscaras antigás para los agentes de la policía? ¡No cabe ninguna duda de ello! Escribámoslo en números que causa mayor daño: 500.000 €. ¡Muera el mal gobierno!
No importa si el incidente fue causado por un rayo o no lo fue, aunque parece ser que no, la situación de los trenes de cercanías es la demostración de que ningún partido ha sabido combatir el centralismo y la falta de inversiones
El proceso, que ya no escribimos con mayúsculas de tan poca cosa como es hoy, se alimentó con los reiterados cabreos del ciudadano maltratado por las administraciones. Y lo escribo en plural porque tanto el gobierno de España como el gobierno de Cataluña son culpables de este follón. El gobierno español por no hacerle frente y el gobierno catalán por miedo a enfrentarse a él. Esquerra teme que La Vanguardia les ponga un semáforo rojo. La mala gestión es la peor de las traiciones. Es evidente que en 2017 no se alcanzó el objetivo. Una vez vencidos, Esquerra decidió respaldar al PSOE para obtener la libertad de todos los presos vip (hubiera quedado muy mal si solo hubieran pactado la libertad de sus presos) y brindarle estabilidad contra —¡Que viene el coco!— la derecha cavernícola. ¡Qué pena! Si los políticos de Esquerra hubieran tenido un poco de altura política, por lo menos podrían haber imitado a Pujol y haber llegado a un acuerdo con el PSOE para elaborar un nuevo Pacto del Majestic que aportara sustancia a la “normalidad”. A la rendición. No estaban preparados para ello. Solo nos queda una alternativa. Gritar con mucha fuerza: ¡muera el mal gobierno! Y esperar que, cuando se convoquen elecciones, el pueblo corte la cabeza a los politicastros actuales. Se trata de un asesinato metafórico imprescindible.