De muy joven, Jordi Pujol i Soley ya sabía qué quería hacer con su vida. Tanto es así, que el mismo día que se declaró a la que sería su esposa durante medio siglo, Marta Ferrusola, ya le dijo cuántos hijos debían tener y también que Catalunya pasaría por delante de la familia. Lo explica detalladamente en el primer volumen de las 'Memòries'. El mejor, según su hijo Oriol.

Por el mismo motivo, no tiene que sorprender que se explaye sobre su muerte y sobre dónde quiere ser enterrado. El libro se publica en noviembre de 2007. El president tiene 77 años. Aunque lo acaban de operar de la próstata, todavía está fuerte como un roble y no ha sufrido el golpe devastador que sobrevendría en 2014. Cuando escribe sus memorias, no se ha visto forzado a confesar la deixa andorrana de su padre Florenci. Una confesión que cambia su vida como de arriba abajo y conmociona a sus acólitos. De ser venerado a repudiado. Es el inicio de un calvario personal y familiar, de un oprobio que ya nunca superará. Al menos, esta es la impresión que me ha dado las veces que he hablado con él. Con un matiz, una progresiva recuperación anímica. El Pujol de 2020 era un alma en pena. El de 2023 se había reanimado lo suficiente como para no sentirse una paria.

'¿Dónde se me tiene que enterrar, a mí?'

'Tengo un concepto de la religión que me permite moverme con tranquilidad por la vida y por la muerte... no tengo miedo, pero como creyente pienso que tendría que aceptar la muerte con total serenidad y con alegría'. El Pujol que yo he conocido —aunque sea superficialmente— no le tiene miedo a la muerte. Lo que lo tenía desolado, encogido, resignado, herido y dolido es pasar a la historia como un sátrapa. A esta muerte funesta, con deshonor, sí le tenía miedo.

En 'Memòries. Història d’una convicció' se debate entre tres posibilidades de ser enterrado. En un panteón de prohombre, como Francesc Macià en Montjuïc. En el suelo, en el mismo cementerio, pero junto a sus padres, Florenci y Maria. O bien en un nicho anónimo en Premià de Dalt. 'Pensándolo bien, que me entierren junto a mis padres. Por familia y por condición, es lo que corresponde', resuelve.

Pero esta hoy no es la cuestión. Y no lo podía ser en 2007. Aunque insinúa este 'cómo' que ahora es tan trascendente cuando admite la posibilidad de ser enterrado en un panteón. Es decir, el funeral. El president Pujol me ha hablado siempre, poco o mucho, de su muerte. En un tono muy lacónico en la primera ocasión. Más encalmado en la última.

El president Illa presidirá el funeral institucional que ERC ya había previsto en Palau, o en otro espacio, con toda la pompa y dignidad

El funeral a Jordi Pujol

Esta sí que es la cuestión que cada vez más parece aclarada. En 2007, todo el mundo habría imaginado un verdadero funeral de Estado. Él también, aunque no lo confiese explícitamente en 'Memòries'. A partir de la confesión, todo cambió. Los que lo tenían como un ídolo, como un (el) referente de país y espiritual, quedaron conmocionados. El golpe fue tan bestia que abjuraron del president.

Aquel verano de 2014, el president Mas quiso hacer un cortafuego. Un emisario presidencial, amigo de la familia, se presentó el 25 de julio en Queralbs, territorio Ferrusola —el montañero no es él, era ella—. Oriol Pujol Ferrusola, en este aspecto, ha salido a la madre. Anda montaña arriba y montaña abajo, por aquellos valles, como un rebeco. El mensaje que traía el emisario era que lo harían rodar por la vertiente sin contemplaciones. Repudio y ostracismo para evitar que salpicara a la CDC que lideraba Artur Mas. El president Pujol pensó que la cosa era un calentón de verano y que, poco a poco, todo se iría poniendo en su sitio. De como fue todo, huelga explicar nada más.

El tiempo todo lo puede curar. Al menos, casi todo es reversible. Excepto la muerte. Que es precisamente lo que nos ocupa y lo que inquietaba al president que gobernó el país durante 23 años y construyó la actual Generalitat. El president Aragonès ya había resuelto que, si se daba el caso, el president Pujol tendría un funeral desacomplejadamente institucional. Y no era una cuestión pacífica en la sociedad catalana, sobre todo en el ámbito de la izquierda. También ha ayudado que, después de tantos años y tantas fechorías que se le habían atribuido, resulta que las pruebas de cargo brillan por su ausencia. Y que el verdadero escándalo fue la gangsteril operación de Estado orquestada por el Gobierno de Rajoy en Andorra.

Larga vida al president Pujol. Pero si —Dios no lo quiera— su adiós definitivo se produjera en esta legislatura, la decisión correspondería al president Illa. ¿Rendirá la Generalitat de Illa un homenaje solemne al president Pujol, si se da el caso? Y todo indica que la respuesta a la pregunta se dibuja en positivo. Existen indicios claros en este sentido. El president Montilla no dudó en participar en un acto en la Universitat Catalana d'Estiu junto al president Pujol. Aquel gesto del president Montilla era, en sí mismo, una declaración de intenciones más explícita que implícita, una rehabilitación pública.

Pecados veniales y capitales

A todo esto, el juicio al presunto clan familiar se ha postergado in saecula saeculorum y en los últimos tiempos el president ha ido recuperando el temple en público. Si no ha ido a más es porque la salud de un hombre de 94 años da para lo que da. Pero es que el propio Illa, como candidato presidencial, le hizo un reconocimiento en toda regla al inicio de la campaña electoral. Lo dejó a la altura de los presidents Maragall y Montilla, que era el reconocimiento más significativo que podía hacer.

El president Illa presidirá el funeral institucional que ERC ya había previsto en Palau, o en otro espacio, con toda la pompa y dignidad. Lo que representa el president Pujol, guste más o menos, prevalecerá por encima de una deixa que ciertamente lo hizo caer del pedestal, del pabellón de los ilustres ciudadanos, de los padres de la patria.

El tiempo ha hecho el trabajo, mientras todo lo que se ha ido sabiendo deja los pecados de Pujol —que purgar ha purgado de lo lindo— con la consideración de veniales, al lado de los pecados capitales que se han cometido para hundirlo.