La efectividad del feminismo ha quedado patente en el aumento notorio de la cuota de poder de las mujeres en la mayoría de ámbitos de la vida política de Occidente. Esto va de la normalización de gobiernos paritarios —como el de España, Finlandia o Nicaragua— a la presencia más destacada de personas con vagina en los medios de comunicación (en Catalunya, esto resulta especialmente visible en el mundo de la cultureta y de la novelística). Como sucede a menudo, la apertura de miras en el terreno moral fue mérito de la izquierda y, tampoco es una sorpresa, el resultado de este campo por recorrer lo han acabado monopolizando las políticas más conservadoras. Es el caso de señoras con gran influencia en Europa, como la presidenta continental, Ursula von der Leyen, o Giorgia Meloni, quien —con su tozudez unilateral— ha logrado que la UE le compre la idea de los campos de detención transitorios en el exterior para los recién llegados.
La progresía no suele contar como propios los éxitos de Marine Le Pen o Frauke Petry y es altamente refractaria a compartir oxígeno con políticas emergentes como Sílvia Orriols. Quizás tiene razón Enric Vila cuando, ayer mismo, escribía que las mujeres adquieren protagonismo siempre que los países ven peligrar la tierra y el calor del hogar. Yo diría que políticas como Meloni o Katalin Novák han sabido conectar con una idea muy desnuda del poder y de la acción gubernamental, que religa bastante bien con el personalismo político que nos augura del futuro en todo el planeta. Hay que abstraerse de si las iniciativas de todos los nombres que acabo de citar nos complacen o no; aquí lo importante es ver cómo este grupo de mujeres han sabido convertirse en seres de acción o, dicho de una forma menos pedante, cómo han hecho ver a sus electores que son capaces de hacer políticas reales que se alejen del blablablá ideológico que castra a la izquierda.
Las mujeres y las derechas llevarán la iniciativa de este mundo más recluido en las identidades
Como era de esperar, la versión más folclórica del fenómeno la ha dado Isabel Díaz Ayuso, la única política española capaz de hacer tambalear la imperturbabilidad del omnipotente Pedro Sánchez. Por mucho que sea objeto de escarnio y todo dios la tache poco menos que de tarada mental, Díaz Ayuso ha logrado solidificar la República Independiente de Madrid a imitación del procés, creando un imaginario nacionalista de su (hasta ahora artificial) comunidad, que se basa en un estilo de vida libertario y bonito. Con su plantón al presidente español, Ayuso no solo ha faltado a la autoridad del líder de su partido, sino que ha conseguido diferenciarse de la mayoría de presidentes de comunidad conservadores de España, que han desfilado metódicamente por las escaleras de la Moncloa, impostando cara de enfadados y con las declaraciones contra la financiación singular catalana escritas antes de bajar del autobús.
Si la política expansionista de las últimas décadas se afirmaba en la liberación de los derechos colectivos, diría que los liderazgos del futuro consistirán más bien en la tarea de poner límites a los excesos y al hecho de afrontar directamente el poder omnívoro de los hombres con acciones unilaterales, como han hecho Ayuso o Meloni. Las mujeres y las derechas llevarán la iniciativa de este mundo más recluido en las identidades, donde las políticas que tengan como pedestal sus zapatos (y el suelo que pisan) crearán mucha más simpatía entre el electorado. En este sentido, el género es una de las claves que ha llevado a Sílvia Orriols a ponerse en la boca de la mayoría de líderes catalanes, aunque sea para ir en su contra; de haber sido un hombre, y antecedentes ideológicos similares hemos tenido de sobras, estoy seguro de que Aliança Catalana no habría pasado de ser un fenómeno puramente localista, sin posibilidad de expansión.
Ada Colau, Tània Verge e incluso Kamala Harris han sembrado el campo. Pero, por cosas de la vida, quienes recogerá los frutos serán todas las mujeres por las que han sentido asco. Las revoluciones no se comen a sus hijos, sino que más bien paren a madres inesperadas.