Estoy empezando a entrar en esa etapa de la vida de una mujer que es invisible e inútil para la sociedad. Me voy a explicar mejor, porque así de golpe y porrazo puede sonar un poco exagerado y dramático. Tengo cuarenta y cinco años, casi cuarenta y seis. Sí, lo sé, ya no soy joven ni deseable. Mi físico ya no es el de una chica de veinte años, fértil y llena de vida, es más bien el de una señora que después de comer tiene ganas de echar una siesta y que no abusa del alioli para no tener reflujo gastroesofágico. Antes iba al gimnasio llena de energía; ahora tengo que tener cuidado donde pongo los pies para no tropezarme y partirme por la mitad, e intento no forzar demasiado las piernas para que no me den calambres y quede tiesa durante una semana. De hecho, visto así, sí que es bastante dramático.
A esta edad la menopausia ya empieza a visitarte para que te vayas preparando para pasar al siguiente nivel de superguerrera: estar seca como una mojama tanto por dentro como por fuera; perder las hermosas curvas que tenías y convertirte en un barril; aceptar que los pelos que van desapareciendo de algunas zonas de tu cuerpo pronto los tendrás en la barbilla y serás todo un señor, que los hombres ya no te dirán «Pasa por la sombra, que los bombones al sol se derriten!» porque no te verán, que estarás más estriada que una concha, que los pechos y el culo te colgarán hasta las rodillas por más que intentes luchar contra la ley de la gravedad con sujetadores push-up y operaciones, y que tu olor corporal se parecerá más a un vino rancio que al jazmín. Ah, y que, si no has tenido tiempo de tener hijos por el motivo que sea (por más loable que sea), se ha acabado lo que se daba, tu depósito de óvulos, para no desentonar con el resto de tu cuerpo, también se ha secado. Y todo esto —ironías de la vida— sudando como una cerda a causa de los sofocos. Los hombres, en cambio, sobre todo si se dejan un par de canas bien peinadas, pasan a ser intelectualmente interesantes y resultan sexualmente atractivos para algunas jovencitas que buscan a un padre o a un abuelo como pareja.
A esta edad la menopausia ya empieza a visitarte para que te vayas preparando para pasar al siguiente nivel de superguerrera
Hasta aquí la decadencia y la tragedia física; adentrémonos ahora en la social, laboral, mental y sexual... Encontrar trabajo a esta edad es como buscar inteligencia en un programa de telerrealidad como Gran Hermano. ¿Qué hace una mujer de esta edad buscando trabajo? Algo habrá hecho mal si a esa edad no tiene un trabajo estable (ni pareja). Mejor cojamos a una más joven y manipulable. Pedir un crédito con más de cuarenta años es como si contaras un chiste muy bueno a los trabajadores del banco, porque se descojonan. Si estás soltera, parece que te estén haciendo un favor si se acuestan contigo (pudiendo elegir una jovencita con olor a jazmín y los labios húmedos y rojos); sin embargo, no hay que preocuparse demasiado porque a partir de los cuarenta y cinco años el único deseo sexual que se nos va a despertar será el de tragarnos toda la sección de chocolates del supermercado.
Todo ello, sumado a los desajustes hormonales y a la incapacidad de tu cabeza de aceptar que la puerta de la juventud se ha cerrado definitivamente por más que te resistas, solo puede acabar con una depresión de caballo, que hará que te vuelvas un poco más antisocial de lo que ya eras. Por suerte, tenemos algo a nuestro favor: la pérdida de memoria. Aunque a simple vista os pueda parecer un defecto, no os equivoquéis, mirad más allá de la evidencia («Si lloras por no ver la luz del sol, las lágrimas no te dejan ver la luz de las estrellas», Rabindranath Tagore). ¿Sabéis lo satisfactorio que es olvidar una discusión tres segundos después de haberla tenido? ¿U olvidar que no llegas a fin de mes? ¿O incluso olvidar que cuando caminas por la calle la gente no te ve porque ya formas parte de la parte de la población que no interesa a nadie? Es fantástico. Supongo que es una defensa compensatoria del cuerpo para soportar los años de vida que te quedan en estas condiciones decadentes. Como dice el dicho: cabeza que no recuerda, corazón que no siente. Todavía hay un rayo de luz al final del camino; no perdamos la esperanza de volver a sentirnos llenas de vida. Aunque sea con una barba de un palmo.