A los cincuenta años las mujeres somos invisibles, la gente deja de percibirnos, o lo que es lo mismo, dejamos de existir. Imaginaos qué pasa cuando tenemos ochenta (si es que conseguimos llegar a esta edad). Este proceso de invisibilización se inicia a los treinta años, cuando nuestra piel empieza a dejar de brillar como cuando éramos adolescentes y nuestro trasero empieza a necesitar la ayuda de un entrenador personal para conservar la firmeza que antaño se conservaba sola, sin ningún esfuerzo. La década de los cuarenta es el período que nos sirve para ir aceptando este trágico final y para buscar un sistema de vida alternativo (más espiritual que carnal). Durante este período también es habitual que muchas mujeres nos divorciemos (por voluntad propia o porque el marido ya se ha buscado a una más joven), nos pasemos más horas que un reloj en el gimnasio y flirteemos con hombres para sentir que todavía podemos ser deseables. Curiosamente, no ocurre lo mismo con los hombres, que cuando cumplen cincuenta años, gracias a un par de canas y de arrugas bien colocadas, adquieren el estatus de hombres interesantes y sexualmente experimentados. ¿Por qué? Supongo que los complejos de Edipo mal resueltos tendrán algo que ver. Durante esta etapa los hombres casados, deslumbrados por la juventud, suelen tener una gran necesidad de reafirmarse como machos y buscan chicas inocentes y sin mucha experiencia (lo que las hace más manipulables) para que les suban la autoestima en todos los sentidos. No siempre se divorcian, pero podría darse el caso. Como también podría darse el caso de que la chica joven se canse de ellos y vuelvan —con la cola entre las piernas (nunca mejor dicho) y arrepentidos de todo— a buscar a su mujer para que los cuide hasta que se mueran.

¡Maldita naturaleza!, siempre va contra nosotras: la regla, la menopausia, el embarazo, el parto...

Si hacemos una encuesta, sobre todo si es a cara descubierta, muchos hombres dirán que es mentira y que ellos desean a las mujeres sin importarles la edad que tengan. Sin embargo, la realidad dice todo lo contrario: la mayoría de los hombres están con mujeres más jóvenes que ellos, y, si nos centramos solo en las amantes, constataremos que incluso están con mujeres mucho más jóvenes que ellos. ¿Por qué? La respuesta puede ir desde una inseguridad flagrante y las ganas de hacer de maestro y de salvador hasta el miedo a aceptar que se hacen mayores y que algún día se van a morir. Una chica joven no tiene las mismas preocupaciones que una mujer adulta: todavía vive en un mundo de algodón y, por lo general, poco sabe sobre la dureza de la vida. Estar con una persona así al lado les distrae de sus responsabilidades y les hace olvidar el tema de la muerte y del envejecimiento durante un buen rato; y eso, quieras que no, es agradable y relaja. Por otro lado, que los vean con una mujer joven y guapa también les sube un poco la autoestima (otro punto a favor de la juventud y, en este caso, también de la belleza). Estar con una mujer de su edad o mayor que ellos no es fácil, implica una madurez interior que no todo el mundo alcanza (algunos no llegan a alcanzarla nunca) y asumir el significado real de la vida. Me estoy poniendo demasiado filosófica, ¿verdad? Lo que vengo a deciros es que una piel tersa y un culo firme tiran más que unas arrugas (por más simpáticas que sean estas arrugas). ¡Siempre hay excepciones!

Lo más triste es que no son solo los hombres que piensan así, muchas mujeres piensan que cuando pasan de los cincuenta años dejan de ser deseables. Supongo que por eso cada vez son más las que se operan para parecer veinte años más jóvenes (aunque por mucho que se operen nunca tendrán la energía de una chica de veinte años). Incluso he llegado a oír mujeres que decían que es normal que sea así (se ve que por un tema biológico), porque las mujeres a partir de cierta edad dejamos de ser fértiles y en cambio los hombres pueden continuar fecundando óvulos toda la vida. Si un hombre de cincuenta años está con una chica veinte años más joven que él, a parte de ser considerado un seductor, podrá tener hijos con ella; en cambio, si una mujer de cincuenta años está con un chico veinte años más joven que ella, aparte de ser considerada una asaltadora de cunas, no podrá tener ningún hijo con él, y el pobre chico tendrá que buscarse a una más joven. ¡Maldita naturaleza!, siempre va contra nosotras: la regla, la menopausia, el embarazo, el parto... Por suerte, nos ha dado una esperanza de vida más alta que la de los hombres para que, desde nuestra invisibilidad, podamos reflexionar sobre este tema más tiempo.