Dentro de pocos días, el 11 de febrero, es el Día Internacional de la Mujer y la niña en la ciencia. Los días internacionales sirven para hablar de temas de los que normalmente no hablamos. Y cuando hablamos de ellos, nos enfocamos principalmente a algunos problemas sobre los que hoy no profundizaré porque sé que habrá muchos otros artículos haciendo referencia a la necesidad de incrementar las vocaciones hacia carreras académicas y profesiones relacionadas con la ingeniería, así como a la extrema competitividad de la carrera académico-científica, que acaba expulsando a muchas mujeres entre los 30 y los 40 años, en que la época de máxima productividad coincide con la época reproductiva. También se habla sobre el hecho de que las chicas no encuentran (o no conocen) referentes femeninos relevantes en el ámbito científico en quienes reflejarse. Todas estas cuestiones son ciertas, y ya lo he comentado en otras ocasiones.

Hoy, sin embargo, me gustaría reflexionar sobre otro hecho importante, y es la visión con la que estudiamos nuestra historia como humanos. El estudio y el conocimiento debería ser "neutro" y no sexualizado, pero lo que nos encontramos es que los historiadores y los estudiosos han sido y son fruto de la cultura predominante en cada época, que en los últimos milenios está dominada claramente por una visión masculina y masculinizada del mundo, según las costumbres imperantes. Estos prejuicios culturales actuales distorsionan nuestra interpretación sobre el poder que ejercían hombres y mujeres en el pasado. Ya desde tiempos antiguos, con los historiadores griegos y romanos, se extendió la idea de que las sociedades europeas se basan en pueblos donde los hombres son el sexo dominante, ya que, en general, los representantes del sexo masculino suelen ser más fuertes y altos y pueden blandir armas más pesadas, confundiendo la fuerza física con la capacidad de gobierno. También se piensa de forma generalizada que las mujeres eran apreciadas solo por su capacidad de tener descendencia y proporcionar hijos. De hecho, había leyes que defendían entre los nobles y monarcas la poliginia (tener varias mujeres) para asegurarse un heredero varón.

Así, hasta hace no mucho, si en una tumba de hace 5.000 años encontrábamos arneses, flechas y un caballo, se infería que los restos eran de un hombre, mientras que si encontrábamos el esqueleto de un adulto y un niño, se infería que muy probablemente se trataba de una madre con su hijo. Es evidente que estos "roles" sociales preconcebidos han influido mucho también en las posibilidades de desarrollo de las chicas, ya que parecería que, tanto en el presente como en el pasado, las mujeres habrían tenido papeles de sumisión. Es difícil empoderarte si lo que recibes es el mensaje de que las mujeres nunca han tenido relevancia social. Pero hay que tener en cuenta que la ciencia se basa en la evidencia. Las hipótesis y teorías nos permiten formarnos una idea (acertada o no) de cómo han sucedido las cosas, pero hay que comprobarlo mediante datos fiables y consistentes. Por suerte, el uso de las técnicas de DNA forense en muestras antiguas nos permite comprobar estas interpretaciones históricas, al menos por lo que respecta al sexo biológico: la presencia del cromosoma Y en humanos determina, en principio, sexo masculino, mientras que la presencia de dos cromosomas X (y ningún Y) determina, en principio, sexo femenino. Por ejemplo, no hace mucho os comenté que estos análisis genéticos en restos humanos que habían sido enterrados bajo las cenizas con la erupción del Vesubio en Pompeya habían permitido determinar que varias figuras abrazadas o con críos eran del sexo masculino, en lugar del femenino en el que se les había catalogado por estos prejuicios históricos. También os comenté en otro artículo que se ha demostrado que restos humanos que se había pensado primeramente que correspondían a guerreros masculinos enterrados con sus armas personales y armaduras, eran, de hecho, mujeres guerreras.

No solo es que las mujeres nos podamos dedicar a la ciencia, sino que la ciencia también nos muestra que no existen tareas predeterminadas de hombres o de mujeres

No en todas las culturas ni civilizaciones, pero ha habido culturas en el pasado en las que las mujeres han sido miembros primordiales de su población, como demuestra el extremo cuidado con el que eran enterradas, con sus objetos ornamentales, joyas y ajuar de ropa, que demuestra un lujo reservado a las personas importantes, ejemplos conocidos son las damas de Elx y de Baza, representantes de poblaciones íberas de la Península. Todavía más antiguos, de la Edad de Bronce, son los restos de Montelirio, en Valencina (a unos 6 kilómetros de la capital de Sevilla), un túmulo donde encontramos enterradas mujeres que debieron de ostentar cierto poder, ya que están enterradas con vestidos hechos de cuentas cuidadosamente perforadas, para entretejerlas en la trama de la ropa. Tanto las cuentas (de materiales semipreciosos y conchas), como la colocación precisa de los cuerpos dentro del túmulo, demuestran su relevancia social. Sobre este yacimiento, podéis encontrar un artículo muy bien elaborado por científicos y arqueólogos españoles recién publicado.

El análisis genético de los restos humanos en cementerios muy antiguos, como de hace 1.000 años, nos permite averiguar cómo eran las relaciones genéticas y parentales. Este tipo de análisis genéticos se basan en que sabemos que el cromosoma Y se hereda exclusivamente de padre a hijo biológico varón y, por lo tanto, todos los hombres descendientes de un ancestro masculino comparten el mismo cromosoma Y, lo que nos permite averiguar estrictamente las relaciones patrilineales. De igual modo, si estudiamos la herencia del DNA mitocondrial, que se encuentra en el citoplasma del óvulo y, por lo tanto, solo presenta herencia materna, podremos averiguar las relaciones matrilineales de forma exclusiva. En varias poblaciones europeas, como los ávaros —una población que descendía de los pueblos esteparios y ocuparon el este de Europa—, el análisis de restos en cementerios de hace 1.500 años nos muestra que las relaciones de poder las establecían principalmente los hombres, ya que los restos masculinos están relacionados, con pocos cromosomas Y, mientras que los restos femeninos son claramente externos, de una población distinta. No hay hijas adultas, el núcleo poblacional era patrilocal, es decir, los hombres se quedaban y establecían un linaje, mientras que las mujeres dejaban su casa al casarse.

Curiosamente, justo estas semanas, se ha publicado otro artículo, sobre una tribu de la Edad de Hierro en el sur de Inglaterra, los Durotriges. Esta población antigua, unos 100 años antes de nuestra era, no quemaba a sus muertos, sino que los enterraba cerca de sus asentamientos y, por eso, sus restos pueden ser analizados genéticamente. Pues bien, el análisis de más de 44 restos ha permitido rehacer el pedigrí más probable de relaciones genéticas, demostrando que esta tribu era matrilocal: hay muy pocos DNA mitocondriales, la mayoría de los individuos están emparentados, pero los hombres tienen cromosomas Y diversos y proceden de otras poblaciones. No es difícil suponer que, si las mujeres eran las que se quedaban, también serían las que determinaban la herencia y las que ostentaban el poder en aquella población. En los entierros de los Durotriges, las mujeres aparecen con el ajuar y las joyas, mientras que los hombres están enterrados con un poco de comida y un tarro para beber. La diferencia de estatus social es clara, al menos en esta población y época. Quizás no tiene que extrañarnos, pues, que cuando el Imperio Romano llegó a las costas británicas y entró en contacto con las poblaciones y culturas celtas, los historiadores quedaran entre sorprendidos y chocados, comentando que los roles sociales de hombre y mujer estaban intercambiados y se ejercían de forma opuesta a lo que para ellos era normal.

Así, no solo es que las mujeres nos podamos dedicar a la ciencia, sino que la ciencia también nos muestra que no existen tareas predeterminadas de hombres o de mujeres. ¡Mujeres de poder, mujeres con poder!