Hace poco más de un año, en la tradicional carrera de Na’Dalt que se organiza en Sant Pere de Torelló, se produjo una situación inédita e insólita. Una persona que competía y que se inscribió como mujer llegó a la línea de meta antes que ninguna otra competidora. Su aspecto físico era claramente masculino, pero se identificó como mujer trans. Tras algunas dudas y algunas quejas, la organización le concedió el primer premio en la categoría femenina. Esto provocó el enfado y las protestas de algunas competidoras y de buena parte del público, quejas que se multiplicaron cuando se supo que esa persona, en su documentación, constaba como hombre. Unos días más tarde, este enfado se convirtió en furia y sensación de engaño cuando, en un reportaje en el programa Espejo público de Antena 3, este corredor afirmó que "en mi día a día me siento hombre, pero cuando corro por la montaña me siento mujer". Es lo que llaman género fluido, pero en este caso parece ser a la carta, según cada momento, con un resultado totalmente incuestionable: ninguna mujer ganó aquella carrera en la categoría femenina y se le quitó ese reconocimiento a la corredora que quedó en segunda posición.

Explico este caso a raíz del anuncio realizado por Donald Trump sobre la materia. El presidente americano ha decidido prohibir que las personas trans puedan competir en las categorías de los géneros a los que han transicionado. La medida ha levantado polémica. Parece ser que si el presidente Donald Trump dice cualquier cosa, automáticamente, esta se convierte en una mala idea o un disparate. Decía Marshall McLuhan, el gran teórico de la comunicación, que "el medio es el mensaje", y sesenta años después de formular esta famosa teoría, queda totalmente confirmada en el caso del presidente estadounidense. Si lo dice Trump es una mala idea; si la misma idea la formula otra persona, quizá sea una buena idea. En este sentido, quiero recordar que World Athletics, el órgano de gobierno del atletismo mundial, decidió en 2023 que cualquier persona que haya pasado por una pubertad masculina no puede participar en competiciones femeninas. La razón es simple: las mujeres trans que eran hombres en la pubertad retienen para siempre una fuerza, resistencia y capacidad pulmonar superiores, y, por lo tanto, tienen una ventaja competitiva frente a las mujeres. No conozco a ninguna mujer, deportista o no, que no esté de acuerdo con esta reglamentación. Porque esto va sobre todo de los derechos de las mujeres y no tanto de los derechos de las personas trans, que los tienen todos, por supuesto.

¿Debemos discriminar a las mujeres trans de las competiciones femeninas o debemos discriminar a las mujeres en sus propias competiciones?

Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las mujeres trans han ganado ya en todo el mundo 900 medallas en competiciones femeninas. ¿Es justo? Creo que no. El deporte femenino ha sido tradicionalmente discriminado durante décadas y no es justo que ahora que las mujeres deportistas comienzan a ocupar el lugar y el reconocimiento que les corresponde, empiecen a perder competiciones en manos de mujeres trans. Porque la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿debemos discriminar a las mujeres trans de las competiciones femeninas o debemos discriminar a las mujeres en sus propias competiciones? Me parece que los derechos de la inmensa mayoría de mujeres, chicas y niñas deben estar por encima de los derechos de una minoría muy minoritaria. No solo porque son muchas más y el derecho colectivo pasa siempre por encima del derecho individual, sino porque al revés no ocurre: un hombre trans difícilmente ganará nunca una competición masculina por razones obvias, pero al revés sí que pasa, y pasa mucho. Por lo tanto, doble discriminación para las mujeres deportistas.

Soy consciente de que alguien podrá decir que excluir a las personas trans de las competiciones del género del que forman parte es injusto y discriminatorio. Sin embargo, si existe algún ámbito implacablemente discriminatorio, ese es el mundo del deporte. Las condiciones físicas de cada persona determinan sin piedad si puede o no participar en alguna competición deportiva de alto nivel. El deporte es tan discriminatorio que las personas con alguna discapacidad física o intelectual tienen sus juegos olímpicos particulares. El deporte de competición es la máquina perfecta de discriminar. Solo los más fuertes logran competir y, de estos, solo los más fuertes física y mentalmente logran subir al podio. El deporte de competición es darwinismo en estado puro; solo los mejores sobreviven, reciben los aplausos y se llevan las medallas. El resto vuelven a casa con un diploma y alguna palmadita en el hombro. Y en ese contexto tan exigente no podemos permitir que las mujeres lo tengan aún más difícil, una vez más.