El teniente de alcalde de Prevención y Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, el ilustre Albert Batlle, afirmó que la percepción que manifiesta la gente de Barcelona con respecto a la inseguridad es una mera percepción porque, cifras en mano, el índice de delincuencia ha bajado. Y dicho esto, me dediqué a darle vueltas al término percepción, y pensé que las percepciones son solo percepciones y que el ilustrísimo Batlle puede tener razón pero que, a menudo, las percepciones acaban convirtiéndose en aquello que dice la gente mayorcita cuando las cosas van mal: "Ya te lo decía yo".

Normalmente, detrás de una percepción hay una gran angustia. Y la percepción que tengo de este mundo de hoy es que ya es el mundo de ayer, copiando el título de las indispensables memorias de Stefan Zweig, escritas poco antes de su suicidio, perpetrado en la ciudad brasileña de Petrópolis, el 22 de febrero de 1942. Zweig tuvo la percepción de que el futuro de Europa estaba unido al nazismo y, desesperado, se inmoló junto a su esposa Lotte dejando una nota que decía: "Mando saludos a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche". Desgraciadamente para Zweig, para Lotte y para las sociedades democráticas de Europa, en 1942 el nazismo ya había traspasado los umbrales de la percepción y era una realidad que parecía invencible. Alemania todavía no había perdido hasta la camisa en Stalingrado, el principio del fin, y Stefan y Lotte se dejaron llevar por la desesperación impaciente de los nostálgicos del mundo de ayer.

Vamos directos hacia un mundo de mierda y el último, que apague la luz

Meri, mi pareja, hace días que me dice que estoy muy susceptible, y tiene razón. Y la culpa de mi desencanto la tiene la percepción, la mía, individual e intransferible, de que el mundo de hoy ya es pasado, y que no me gustaría que hubiera un nuevo Stalingrado para quitarme la desazón, porque significaría que mi percepción, aquella que agujerea como la carcoma mi conciencia, está cargada de razones. Vamos directos hacia un mundo de mierda y el último, que apague la luz.

El retorno de Trump empezó el día de su derrota en las urnas y, desde los hechos del Capitolio, tuve la percepción de que el bueno de Donald volvería a la Casa Blanca certificando que las segundas partes son peores que las primeras. Si generalmente esta afirmación es acertada, esta vez ha errado el tiro. La segunda parte de Donald Trump al frente del Imperio no solo es peor, sino que se está convirtiendo en un calvario para una sociedad del bienestar vestida de Sant Cristo gros.

"A buenas horas, mangas verdes", dice el refrán. Y, como siempre, la Europa democrática ha llegado tarde para ponerse al resguardo de los bárbaros trumpistas después de creerse inmune. Esta Europa de burócratas es una vergüenza comparada con la de antes. En aquella Europa de 1945, y con 50 millones de cadáveres en la conciencia, la sociedad democrática no habría admitido nunca que un ultraderechista como el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, tildara a los europeos de intolerantes por no respetar la libertad de expresión de los partidos inequívocamente nazis. El mundo al revés. Como el "lobito bueno" de Goytisolo. O como las personas que conforman el franquismo sociológico reconvertidas en demócratas de toda la vida. Lobos con piel de lobo.

Si viajamos a la época de la pandemia, recordaremos las cosas maravillosas que decíamos cuando vivíamos sometidos a la tiranía de un virus. Fue una época de cuñadismo adelantado, donde todo el mundo tenía teorías para distraer el aburrimiento, y entre pan y bizcochos hechos en casa, entre caceroladas antisanchistas y aplausos dedicados a los profesionales de la medicina, entre grupos de rock de terrazas con olor a porro y cantantes de ópera de balcón distrayéndonos en los atardeceres, tuvimos la percepción de que el mundo de mañana, el pospandémico, sería un verdadero vergel de humanismo, donde desaparecía el individualismo, embelesados por un amor por la colectividad que ni los más flipados del Mayo del 68 habrían podido soñar. Pero el ilustrísimo Batlle tiene razón. Una percepción es una percepción y lo demás son puñetas, aunque a veces las puñetas son muy puñeteras.

El mundo pospandémico no tiene el color de un vergel, sino el naranja del trumpismo. Y la percepción de que Donald podía volver la tuve desde que Biden empezó a confundir los pasos y las palabras, y en lugar de irse a Dakota se fue por error a Arkansas, que más o menos debe de ser lo mismo. Y con un Biden desorientado, Trump y sus tiburones empezaron a morder las mentes de los infieles a la Biblia de los MAGA mediante hombres del saco como Elon Musk. En el mundo inmerso en el siglo de la información desinformada, él es el rey. Y es una lástima, por no decir una tragedia, que la percepción se haya hecho realidad y que en el camino hacia la tragedia, la burocracia de Bruselas nos haya dejado solos. Entre tanto comisario en la UE, ¿no hay nadie con tres dedos de estadista? "Nos ha pillado con el carrito del helado", dicen en los Madriles, y Trump y los MAGA a escala global no nos dejarán ni las migajas de un Frigopie.

Si no se hubieran dejado llevar por la impaciencia, Stefan Zweig y Lotte podrían haber vuelto para construir una nueva Europa libre de pecados nacionalsocialistas. En este mundo de hoy, el mundo de ayer parece irrecuperable, porque contra el poder del eje trumpista disperso como una perdigonada, solo queda una Europa debilitada para contrarrestarlo. Y pintan bastos. Y Meri me dice que llevo días muy susceptible, y tiene razón. Es el desencanto, y la angustia, y la añoranza por el mundo de ayer, y la seguridad de que las percepciones, ilustre Albert Batlle, a menudo se hacen realidad.