A finales de junio nos sorprendían las noticias que venían del Canadá, donde en ciertos momentos se llegó a registrar más de mil incendios simultáneos. En pocos días el aire de muchas ciudades norteamericanas se volvió irrespirable, y de hecho, nubes de ceniza resultantes de aquella oleada de incendios incontrolados acabaron llegando a nuestros cielos, a pesar de los miles de kilómetros que nos separan.
Una de las circunstancias más sorprendentes de aquellos hechos, más allá obviamente de la magnitud del desastre ambiental y ecológico, fue una cierta sensación de indiferencia con la que se recibieron en nuestra casa unas noticias graves como aquellas. Aquello me hizo reflexionar, en aquel momento, sobre el hecho que nuestra sociedad está asumiendo como normales cosas que no lo son y que se deberían convertirse en toques de atención y alerta delante de los escenarios, ahora ya no futuribles, sino bien actuales, a los cuales nos está llevando el cambio climático.
Semanas después se desencadenó la ola de calor que ha asolado grandes extensiones del planeta. Una ola con pocos precedentes, que ha provocado temperaturas extremas inauditas, los 45,5 grados de Figueres aquí, pero temperaturas superiores a los 52 grados en ciertas zonas de la China, para poner otro ejemplo. Y de aquí a los incendios por todo el Mediterráneo, con cifras de víctimas mortales que crecen cada día, en Argelia, Túnez, Grecia, Portugal, Croacia, Sicilia... Y el mismo día que en la isla de Rodes había que evacuar a miles de personas a causa de los incendios, que se tenía que cerrar el aeropuerto de Palermo por la proximidad del fuego, o en la próxima Catania, parte de la ciudad se quedaba sin abastecimiento de agua por los problemas eléctricos derivados de los 47 grados registrados; reitero el mismo día, Milán se despertaba con una tormenta y unos aguaceros que causaron estragos, momentos de pánico y una nueva víctima mortal. Y cito solo estos ejemplos para no entrar en una recopilación, hasta un cierto punto macabra, de los episodios meteorológicos extremos que estamos sufriendo por todas partes en estas últimas semanas y meses, prueba más que evidente de un mundo en situación disfuncional y de emergencia climática.
Para acabar de rematarlo, a finales de la semana pasada se dio a conocer un importante informe científico que alertaba del posible colapso de la corriente del Golfo, cosa que, si acabara ocurriendo, tendría un importante impacto en un mecanismo clave en la regulación del clima europeo. Y no hace falta decir que los cambios que se registran en la corriente del Golfo están directamente vinculados al deshielo especialmente acelerado del Ártico, causado por el cambio climático, y los cambios de salinidad del agua resultante de la entrada de masas ingentes de agua dulce proveniente del hielo y de los glaciares que se deshacen a marchas forzadas.
Esta incoherencia nos tiene que hacer reflexionar sobre esta sensación, mezcla de indignación, impotencia y desasosiego, ante el "business as usual" en un contexto que no tiene nada de normal
Ante todo esto, no tranquiliza saber que la próxima reunión de la COP, la Conferencia de las Partes (el mecanismo de Naciones Unidas creado hace ya unos años para luchar contra el cambio climático), será presidida en Dubai por el sultán Al Jaber, que si bien es el enviado para el clima de los Emiratos Árabes Unidos, también es el presidente de la empresa petrolera de aquel país, lo cual ya ha generado importantes críticas y situaciones digamos que "curiosas" en el proceso preparatorio de esta cumbre clave que se llevará a cabo a finales de año.
Y con esto no pretendo criticar gratuitamente, precisamente al principal mecanismo global que tenemos para hacer frente a lo que es el reto de nuestra generación, de hecho el reto civilitzacional de todas las generaciones que puedan leer este artículo. Pero esta incoherencia sí que nos tiene que hacer reflexionar sobre esta sensación, mezcla de indignación, impotencia y desasosiego, ante el "business as usual" en un contexto que no tiene nada normal, que es extremadamente peligroso y que requiere de una escala de respuesta mucho más ambiciosa y rápida que el actual.
La Organización Meteorológica Mundial, con sede en Ginebra, nos ha confirmado que, como ya pasó en el mes de junio, de nuevo este mes de julio ha sido el más cálido registrado en el planeta desde que se tienen datos. El mismo día, el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, hacía una contundente rueda de prensa afirmando que "el aire es irrespirable, la temperatura insoportable, y el nivel de beneficios vinculados a los combustibles fósiles y la inacción climática inaceptable. Los líderes tienen que actuar. No más vacilaciones, no más excusas, no más esperar que los otros den el primer paso. Simplemente, no nos queda tiempo para eso".
Un reto colosal como este no se resolverá sin más medidas, y más contundentes, que las actuales. Algunas de ellas necesariamente impopulares y, seguramente, incómodas. Pero eso tampoco acabará pasando si no se incrementa la demanda y la presión social al respecto, y si vamos asumiendo y normalizando hechos que no lo son. Y, sobre todo, si todos —quién más quién menos— seguimos con el "business as usual" mientras el mundo se nos quema y se nos deshace en las manos.