Muriel Casals Couturier nació en 1945 en Avignon, la antigua ciudad papal de la Corona de Aragón, cuando hacía poco que la Provenza había sido liberada de la ocupación alemana. Hija de un exiliado de Acció Catalana y de una maestra de Saint-Etiève, un pueblo situado en la frontera entre Francia y Occitania, Casals representaba el último vestigio de un republicanismo de guante blanco, cosmopolita y exquisito, que nunca osó llevar la defensa de la libertad de Catalunya más allá del buen humor, la educación y la cultura.

Muchos de los elogios que ha recibido, no se pueden entender sin la protección que su educación familiar le ofreció ante el iberismo chabacano promovido por los borbones y el franquismo. Casals vivió los tiempos en los cuales el occitano todavía se oía en las calles de Avingon y de Montpellier y hablando en catalán te hacías entender. Su padre era un republicano católico y heterodoxo que había tratado el Grup de la Mirada; o sea que conocía escritores como Joan Oliver, Francesc Trabal o Armand Obiols, el amante-editor de Mercè Rodoreda. Aunque volvió a Sabadell a finales de 1945 con la familia, nunca rompió con Avignon, donde él y su señora dejaron relaciones fuertes.

Detenido, su padre dijo que era un 'blanco-separatista' y recibió una buen guantazo
Sabadell es una ciudad particular. Hizo la revolución industrial con la inmigración de la Corona de Aragón y la catalanidad está mejor representada que en Girona. Cuando el padre de Casals volvió con la familia, el alcalde era Marcet y Coll, un falangista que hablaba el idioma del país en algunos actos oficiales y se quejaba a Franco de la discriminación de Catalunya. Eso, claro, no impidió que la policía lo detuviera. En el calabozo el comisario le informó que se lo acusaba de "rojo separatista" y él, con el humor de los escritores que he mencionado, un humor impertinente, corrosivo y gratuito, respondió: “No señores. Yo soy blanco-separatista”. Naturalmente, recibió un buen guantazo.

- Es lo mismo, idiota, añadió a uno de los policías.

Con esta historia en la mochila, no hace falta que Francesc de Carreras nos haga saber que el 1981 Muriel Casals ya era independentista en la intimidad. El fundador de Ciudadanos ha escrito que si Catalunya tuviera más señoras con su talante el país iría por mejor camino. Con su muerte, mucha gente ha querido contraponer la solidez de sus convicciones con sus formas afables y suaves. Artur Mas ha dicho que era “la mejor de todos nosotros”. Se ha dicho que Casals era la dama y la sonrisa del proceso. La pregunta que nadie ha respondido es por qué una señora tan racional y elegante tardó tantos años en salir del armario.

Como ha escrito Salvador Cardús, la trayectoria de Casals encarna una evolución política que han hecho muchos catalanes nacidos a mediados del siglo XX. En el 2010, cuando el presidente Montilla intentó monopolizar la manifestación contra la sentencia del Estatut, la entonces presidenta de Òmnium no se opuso en absoluto. Sólo la revuelta de los trabajadores de la entidad y la presión de David Madí, que había pactado con ERC una pancarta que decía Som una nació, nosaltres decidim, impidió que Montilla se saliera con la suya.

En aquel episodio, que descolocó tanta gente, Casals sólo cedió cuando vio que perdía el control de la entidad. De hecho, durante la campaña que se hizo antes de la resolución, se quejaba de que los conferenciantes ya dieran por hecho que la sentencia del Estatut sería negativa. La necesidad de quedar bien con todo el mundo, y la capacidad de percibir sólo los problemas que veía con ánimos de gestionar, también formaban parte del carácter de la diputada. Cualquiera que tenga abuelos del Eixample puede entender qué quiero decir. Muchos de los elogios que estos días ha recibido Casals sobre su empatía y su exquisita educación eran la expresión de los traumas que, en el fondo, la hicieron inofensiva incluso cuando no tuvo nada que perder.

La conexión con la Catalunya de antes de la guerra le daba un carisma exótico refrescante
Casals fue una mujer de su época. El hecho de estar conectada con la Catalunya de los años 30, en un país tan divorciado de su pasado, ayudaba a darle un carisma refrescante, de naturalidad y de misterio. Su padre le enseñó a decir “Visca Catalunya” en las postales escribiendo “Visca València i la seva germana” para que pasaran la censura. A partir de los años 50, el nacionalismo catalán se convirtió en una fuerza incómoda, cada vez más insignificante en la lucha antifranquista. La represión del régimen, sumada al impacto del nazismo y a las olas migratorias, hizo que la identidad catalana tendiera a vehicularse a través del comunismo, que tenía el apoyo internacional y no crispaba a las izquierdas españolas.

Casals se educó en este caldo de cultivo. Ella misma reconocía que era muy materialista y, cuando ves a la sociedad a través de las condiciones materiales, las contradicciones de la vida interior y las injusticias que no se pueden tocar te pesan menos y te hacen menos daño. Antes de la guerra su padre había sido abogado de la patronal de Sabadell, y eso debió decantarla hacia la historia económica. Licenciada en 1969, en la Universidad hizo la tesis con el historiador Jordi Nadal y descubrió Schumpeter y Pierre Vilar. También se suscribió a una revista de pensamiento personalista, Économie et humanisme, influida por las publicaciones francesas que leían sus padres. Quizás eso la protegió de las empanadas mentales de Solé Tura, que tuvieron tanto éxito en las izquierdas.

 

En aquella época se afilia al PSUC, partido que abrió muhcas puertas a mucha gente, una vez aprobada la Constitución española. Doctorada en 1981, durante los primeros 25 años de democracia Casals hará carrera académica en la facultat d'Econòmiques de la Universidat Autònoma, de la cual llegará a ser profesora emérita y vicerrectora de Relaciones Internacionales y Cooperación. En el ámbito político formará parte de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals durante el lanzamiento de TV3 y contribuirá al nacimiento de Iniciativa, cuando el PSUC se hunde desgastado por las contradicciones internas y el derrumbe de la URSS.

Alejada ya de Iniciativa, en el 2008 entró a la junta de Òmnium y 2010 se convirtió en la primera mujer que presidía la entidad. Después de hacer tándem con Carme Forcadell, fue escogida diputada por Junts pel Sí, en las elecciones del pasado 27-S. Durante las negociaciones entre Junts pel Sí y la CUP sonó para sustituir a Artur Mas en la presidencia de la Generalitat. Finalmente fue escogida para presidir la comissió del Procés Constituent, pero la misma semana fue atropellada por una bicicleta cuando cruzaba el cruce de Urgell/Provença. A pesar de la gravedad de las heridas que se hizo, los médicos pensaron que se recuperaría del accidente. Pocos días después, sin embargo, murió como consecuencia de una hemorragia cerebral.

Muriel Casals era una de las últimas representantes de un republicanismo intelectual y exquisito que hizo decir a Francesc Pujols que la verdad no necesita mártires. Muy pronto se verá si esta actitud basta para separar Catalunya de España.