Nadie debería llevarse las manos a la cabeza porque Salvador Illa, ejerciendo el cargo de president de la Generalitat, decidiera ir a Madrid para celebrar la fiesta nacional de España —el 12 de octubre— y el día de la Constitución, también española —el 6 de diciembre—, o a Santander —el 13 de diciembre— para asistir a la conferencia de presidentes autonómicos como un presidente autonómico más cualquiera. Es la plasmación de la política de recoser Catalunya con España que dijo que realizaría si accedía al puesto y que ahora no hace más que poner en práctica.
Y recoser Catalunya con España está claro qué significa: españolizar Catalunya, hacer de Catalunya una autonomía española más, desnacionalizar, en una palabra, Catalunya. Es por ello que ha puesto la bandera española en el Palau de la Generalitat —en el interior, porque en el exterior siempre ha estado—, ha hablado en castellano en el Parlament, no ha parado de verse con el rey español, ha normalizado la cúpula de los jueces asistiendo a la inauguración del año judicial en Catalunya, ha promovido el aceite de Jaén, ha incorporado a la policía española y la Guardia Civil al 112, ha escogido a Josep Borrell como nuevo presidente del Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona (CIDOB) y ha participado en todos los foros de relación multilateral con el gobierno español y el resto de instituciones del Estado.
Es por eso mismo que no participó en el acto de homenaje a las víctimas en el séptimo aniversario de los atentados yihadistas del 17-A en Barcelona y Cambrils, no estuvo presente en la Nit de Santa Llúcia, no asistió a la conmemoración de los 125 años del Barça o, dentro de la ronda de contactos que mantuvo con los expresidents catalanes que lo habían precedido en el cargo, no se vio con Carles Puigdemont aprovechando el viaje que efectuó a Bruselas. La lista de actuaciones del 133º president de la Generalitat en los más de cuatro meses que lleva en el puente de mando no pretende ser exhaustiva y a buen seguro que con el paso del tiempo se podrá ir ampliando. No se trata, en todo caso, de actuaciones improvisadas o decididas sobre la marcha, sino de movimientos perfectamente planificados y sincronizados con el fin de conseguir el objetivo fijado de desnacionalizar Catalunya.
No se trata de actuaciones improvisadas o decididas sobre la marcha, sino de movimientos perfectamente planificados y sincronizados con el fin de conseguir el objetivo fijado de desnacionalizar Catalunya
Todo su mandato está enfocado en esta dirección y nadie puede sentirse ni sorprendido ni estafado, porque exactamente eso es lo que siempre había dicho que haría, convertir Catalunya en una autonomía leal a España como cualquier otra. Salvador Illa no engaña a nadie y si alguien ahora se lamenta o se hace el ofendido porque pasa eso, se tendrá que interrogar sobre por qué le permitió, por activa o por pasiva, llegar hasta la presidencia de la Generalitat. Aunque sea demasiado tarde para lamentaciones y probablemente ya no sirvan de nada, sobre todo ERC, pero también JxCat, tendrán que hacer examen de conciencia. Los de Oriol Junqueras por haberlo elegido directamente con sus escaños en el Parlament y tanto los de Oriol Junqueras como los de Carles Puigdemont por haber defraudado a tantos antiguos votantes que prefirieron no renovarles la confianza y les impidieron reeditar la mayoría que habían tenido las formaciones catalanistas en las elecciones catalanas de 1984 a 2021.
El comportamiento del 133º president de la Generalitat es el propio de quien no cree que Catalunya es una nación y, por lo tanto, no es necesario promover y enaltecer los elementos propios que la diferencian del resto de simples autonomías españolas. Y no lo cree porque él es el líder de un PSC que hace tiempo que renunció a su tradición catalanista y que, a pesar de conservar el nombre, se quedó solo con la esencia del PSOE. El cambio de etapa que preconiza el exministro de Sanidad no persigue, pues, tan solo pasar página de las últimas presidencias que supuestamente han estado en manos independentistas —Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonès—, sino que de hecho es una enmienda a la totalidad de la política de nacionalización de Catalunya emprendida por Jordi Pujol tras la dictadura franquista y una transición democrática que entonces todos calificaban de modélica —partidos catalanes incluidos— y que ahora se ha visto que fue una gran tomadura de pelo tanto para la democracia como para Catalunya.
El cambio de etapa que preconiza el exministro de Sanidad es una enmienda a la totalidad de la política de nacionalización de Catalunya emprendida por Jordi Pujol
En aquellos primeros años de la autonomía recuperada, una de las principales preocupaciones de Jordi Pujol era afianzar la conciencia de nación catalana allí donde nunca había desaparecido y hacerla llegar allí donde nunca había estado presente. Él y la fuerza política que lideraba, CiU, no se cansaron de trabajar con más acierto o menos en esta dirección, incluso con documentos con instrucciones escritas sobre cómo proceder en cada caso, que cuando caían en manos de medios de comunicación españoles eran aprovechados —la práctica es sobradamente conocida— para buscarle las cosquillas e intentar desprestigiarlo, a él y al movimiento nacionalista catalán. Ahora queda lejos y mucha gente lo desconoce, pero fue así como aquel incipiente catalanismo político proveniente del legado de Enric Prat de la Riba hizo todo lo que pudo para pasar de la autonomía al autogobierno, y mal que bien se salió con la suya, aunque todo fuera muy poca cosa —el peix al cove y cuatro migajas más— y demasiado a menudo quedara reducido al terreno del simbolismo.
El sentido institucional de la presidencia de la Generalitat como legítima depositaria de la herencia de una nación milenaria quedó, sin embargo, políticamente bien establecido y nadie lo puso en cuestión. Ni los anteriores presidents que había tenido el PSC, ni por descontado Pasqual Maragall ni tampoco José Montilla, enmendaron nunca la plana en este sentido ni llevaron a cabo ninguna actuación que pudiera representar la más mínima desnacionalización de Catalunya. Al contrario, mantuvieron vivo el espíritu, entre otras razones porque ellos, aunque fuera desde caminos diferentes, sí procedían de la tradición catalanista del PSC. Una tradición que el partido dejó escapar en 2013, cuando, con el proceso soberanista en marcha y siendo el primer secretario Pere Navarro, apostó por el alma española y enterró definitivamente a la catalanista. Y son las riendas de este PSC las que Salvador Illa coge como secretario de organización en 2016 y como primer secretario en 2021.
Por eso ahora se encuentra desnacionalizando lo que Jordi Pujol nacionalizó. Y tanto da que el actual inquilino del palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona reivindique la obra de gobierno de su predecesor, porque una cosa es admirar la gestión de unas políticas de carácter centrista y la otra desaprobar la acción política en clave nacional catalana. Ahora bien, si el también exalcalde de La Roca del Vallès puede poner en práctica su política de desnacionalización de Catalunya sin muchas dificultades es porque precisamente quienes ahora tanto se quejan, JxCat y ERC, estos últimos siete años, de 2017 a 2024, le han allanado el camino, porque son ellos quienes han permitido que el país perdiera en cuatro días el espesor nacional que tanto le había costado recuperar. Aún más, en realidad fue Artur Mas quien, con sus recortes draconianos en especial en dos puntales de la sociedad como la sanidad y la enseñanza, comenzó a adelgazar la nación.