Constato un cambio de actitud general con relación a las posibilidades de que Carles Puigdemont haga presidente a Pedro Sánchez. No se puede decir que la euforia se haya desatado, pero sí que hay muchos que han dejado atrás el escepticismo y están convencidos de que, finalmente, el líder de Junts acabará cerrando un acuerdo con el PSOE. Noto esta diferente actitud tanto en periodistas y tertulianos como en los partidos catalanes y españoles. E incluso en la prensa de derechas de Madrid (y en Felipe González), que empieza a temer seriamente que se reedite el ejecutivo de coalición entre el PSOE y Sumar (antes Unidas Podemos).
El hecho de que Puigdemont haya querido asumir en solitario el liderazgo de la operación ha propiciado que aparezcan supuestos especialistas en la psicología profunda del expresident de la Generalitat. Es como si hubiera nacido una subespecialidad en el análisis y la información políticos que podríamos llamar "puigdemontólogos", que se esfuerzan por adelantarnos qué hará el president en el exilio cuando llegue el momento de la decisión final, ese momento en el que estará solo y deberá decidir entre un "sí" y un "no". Entre los puigdemontólogos, lo que ahora se impone es decir que la negociación acabará en acuerdo y que los preliminares conducirán al bodorrio.
Persisten, en paralelo, un par de errores, que, además, son muy frecuentes cuando se pretende "calcular" el futuro de la negociación entre unos y otros. El primero: Puigdemont no es un político como los demás, sencillamente por lo que ha vivido durante su presidencia, y también después —seis años en el extranjero lo impiden. Por lo tanto, sus coordenadas, sus deseos y sus necesidades son muy particulares. Sus incentivos también son específicos. No se pueden aplicar a Puigdemont los mismos patrones que a cualquier otro político en una situación convencional.
El segundo: Junts no es Convergència Democràtica. En Junts hay gente que viene de ese mundo, pero es un mundo que ya no existe. Intentar extrapolar la naturaleza y los comportamientos del pujolismo y Convergència para tratar de prever los movimientos de Puigdemont y Junts per Catalunya denota una gran falta de rigor, es una barbaridad.
Si Puigdemont no quisiera cerrar ningún acuerdo con Sánchez, los pasos que ha seguido hasta ahora hubieran sido exactamente los mismos
A la hora de decir que habrá acuerdo —o decir lo contrario— hay que ser prudente. Y tener claro que es un ejercicio que linda con el terreno de lo paranormal, si me lo permiten. Porque, ¿cómo se puede determinar lo que decidirá alguien que no sabe, ni él mismo, lo qué decidirá? En efecto, Puigdemont tiene claro cómo se debe comportar y cómo debe conducir la situación, pero hoy, y creo que durante bastantes días todavía, ni sabe ni sabrá cómo finaliza todo. Puigdemont y también la cúpula de Junts conocen la metodología, el camino a seguir, pero de ninguna manera el destino. Eso, que es una obviedad, parece difícil de comprender para algunos, y son muchos a quienes les vence la tentación de anunciar el resultado antes de que este exista, antes de que se dispute el partido, antes de que habite ni siquiera en la mente de los principales actores implicados. Hay que tener bien claro que no se puede saber lo que todavía no es.
Es verdad —eso sí lo sabemos— que Puigdemont ha querido jugar la partida. Ha querido que se repartieran las cartas. Por eso tenía que alcanzar el acuerdo sobre la composición de la mesa del Congreso de los Diputados. Después ha seguido en esta línea, por ejemplo, con la reunión con la vicepresidenta del Gobierno y líder de Sumar, Yolanda Díaz, en Bruselas, y con la conferencia del martes, en esa misma ciudad. Todo ello supone una rectificación en toda regla de la actitud anterior de Carles Puigdemont, que había rechazado cualquier diálogo. Pero eso dice lo que dice, ni más ni tampoco menos: que Puigdemont quiere que, efectivamente, se produzca una negociación en los términos que él ha expuesto, con PSOE y Sumar, y, muy específicamente, con Sánchez.
Pero negociar significa negociar, no significa aceptar o pactar. Pongámoslo de otra manera. Si Puigdemont no quisiera (supongamos que lo tuviera planificado) cerrar ningún acuerdo con Sánchez, los pasos que ha seguido hasta ahora hubieran sido exactamente los mismos. Porque, aunque quisiera dar un portazo en las narices del líder socialista, a Puigdemont y a Junts no les interesa aparecer de entrada como contrarios a una posible entente. O sea, que aunque el objetivo fuera decir que no, lo que ha sucedido habría sucedido también, la secuencia que hemos visto desarrollarse se hubiera producido igualmente. De momento, lo que han hecho Puigdemont y Junts no prejuzga nada. El comportamiento de Puigdemont y Junts no define el desenlace.
Lo que sabe Puigdemont es que debe poner el listón alto, muy alto, pero no imposible. Y también que aceptar otra cosa sería catastrófico para él y para Junts. En cualquier caso, el expresident, si hay pacto, también se asegurará de que quede claro que lo que ha obtenido en ningún caso lo hubiera podido conseguir Esquerra Republicana.