Entre villancicos, barquillos y turrones, celebramos cada año el nacimiento de Jesús. No acabamos de darle un sentido religioso pero, en cambio, y para gran alegría de todos, le sabemos dar un sentido del todo entrañable. Nos reunimos con la familia, los cuñados nos tienen que soportar estoicamente, bebemos y comemos sin medida, y nos detenemos para celebrar litúrgicamente el cambio de año. La fiesta pagana del solsticio de invierno, aunque no lo explicitamos mucho, es del todo ancestral. Celebramos que por fin el día se irá alargando con la promesa de que la luz acabe siendo la protagonista de nuestra vida, aunque saben que el invierno acabará siempre volviendo. Y con el invierno de nuevo la Navidad.

Tiene una cierta lógica que la llegada de Dios, en forma de su hijo, es decir, de la parte humanizable de la trascendencia, escoja el cambio de ciclo de la luz y nazca ahora. Muchos piensan que es la fiesta grande de los cristianos, y tienen parte de razón. Es la más bonita de celebrar. Fomenta el buen humor y la paz. Las capas de cultura occidentales han ido añadiendo novedades al belén en forma de Santa Klaus o el más cursi Papa Noel. Opino que la verdadera fiesta de niños en nuestro entorno es la de reyes, y entiendo perfectamente que quien no tenga reyes, aproveche cualquier otro personaje para hacer que los niños disfruten de la magia de los regalos y de la alegría compartida en familia y con amigos. Y lo que nos toca como civilización es al mismo tiempo asimilar las fiestas de fuera y compartir las nuestras con todo el mundo. Si se trata de fiestas, sumemos lo que haga falta.

Es lo que tenemos. Es lo que celebramos. Una Navidad de gozo compartido, de fiesta, de alegría, de celebraciones inacabables

Solo por el buen rollo que da la Navidad, y la alegría compartida que genera, ya quedaría justificado que Dios elijiera estas fiestas para hacerse hombre. Pero con eso no estamos contestando a la pregunta de por qué caray se quiso hacer hombre. En general, cuando nos acercamos al cristianismo, lo hacemos movidos de pequeños por la tradición. Los bautizos, las bodas, las comuniones, los entierros, algunas misas, son el referente de nuestros propios cambios de ciclo. Culturalmente, en Occidente tenemos encargado a la Iglesia católica o protestante que nos hagan de mediadores con nuestras simbologías trascendentes. Alguien lo tiene que hacer. Aunque ahora estamos los católicos en horas bajas, está claro que seguimos teniendo un cierto protagonismo en estas cuestiones, porque el laicismo ilustrado, hijo entre otros de la Revolución Francesa, todavía no ha podido sustituir ni con simbolismos, ni con respuestas vitales, nuestra manera de querer amar como Cristo.

Pero hasta aquí tampoco hay ningún indicio claro de por qué Dios se quiso hacer hombre. Ya os adelanto la respuesta oficial de la Iglesia católica: es un misterio. Con eso no nos está diciendo que no nos lo preguntemos más, todo lo contrario. La Iglesia nos dice que nos lo preguntemos siempre. Y que vayamos preparando respuestas. Todo apunta a que no habrá formulario final, aunque eso del juicio final está muy presente en nuestra cultura. Parece que lo que nos determinará es lo que hemos ido haciendo en el mundo. Aquí ya tenemos una primera pista. Si la cosa va de qué hacemos con nuestra vida, lo mínimo que podía hacer Dios es ponernos un ejemplo. Porque con un ejemplo ya no tenemos mucha más excusa. Pero si nos creemos un poco el antiguo testamento y la gran cantidad de hombres buenos en todas las culturas que tenemos a nuestro alcance desde tiempos inmemoriales y que surgen cada día, con eso parece que no tenemos suficiente. Quizás por eso acaba enviando el ejemplo de los ejemplos: el Dios hecho hombre. Y tan hecho hombre que empieza siendo un niño y acaba bien muerto. Eso de la resurrección nos cuesta un poco más de entender y de celebrar. Siempre da miedo eso de morir, no podemos hacer nada como hombres. Pero eso de nacer nos hace mucha más gracia. Incluso diría que nos cuesta poco entenderlo, y agradecemos mucho el gesto de Dios. Que nos envíe al hijo es un gesto teológico que muchos podrían entender. Si realmente somos lo que parece, es decir, seres inteligentes creados de una nada creativa, agradezcamos con alegría que el creador de la nada, nos envié algún signo palpable de que nos ama. Pero demasiado a menudo nos sentimos poco amados. Somos así de egoístas. Eso de amar parece que pesa más en un sentido que en el otro. Así que volvemos a la pregunta. Es lo que tenemos. Es lo que celebramos. Una Navidad de gozo compartido, de fiesta, de alegría, de celebraciones inacabables. Salgamos y descansemos. Ya tendremos todo el año para ir buscándole sentido con nuestra vida a la pregunta. Y como el sol, iremos ganando claridad y disfrutando del maravilloso ciclo de la vida, donde quizás uno de los misterios es saber que todo vuelve siempre a empezar.