El president Pujol ejerció un liderazgo tan potente que marcó la política catalana hasta años después de su presidencia. De hecho, el primero de octubre de hace 5 años fue la última ola de pujolismo que llegó a la playa. Pujol ha defendido el mismo programa toda su vida. Era —es— un nacionalista catalán. Un nacionalista europeísta, inclusivo de puertas adentro y abierto de puertas afuera que fundamentó sus ideales y su acción en ideas, valores y actitudes. Pero como decía, la inercia de su tracción llegó hasta el 1 de octubre. A partir del 3, de repente, todo es diferente. Se rompe el espacio convergente. Se encarcela a algunos de sus posibles discípulos. E irrumpen nuevos liderazgos que nunca han ido a su escuela.
Porque Pujol creó una escuela. Él siempre decía que la política no podía ser una profesión para nadie, pero cualquiera que quisiera dedicarse a ella debía saber que era un oficio del que había que conocer y respetar las normas. Pujol es un experto en la gestión del poder. Hijo de una generación que nunca lo tuvo, valoraba cualquier migaja de poder hasta el punto de asumir incómodas contradicciones: “Que vengan a protestar en la plaza Sant Jaume si están enfadados, que sepan quién manda”. En cambio, estos nuevos liderazgos surgidos a partir del 3 de octubre, por lo general antipolíticos y vanidosos, son incapaces de asumir esta carga que implica el cargo, sobre todo por su piel fina, su ego y su inseguridad.
La política catalana ha entrado en una inercia destructiva y la solución no va a salir del sistema. Es necesario un líder
Las ideas de Pujol cuajaron hasta volverse lemas. En lo personal, “San Pancracio, salud y trabajo”, “Crear las condiciones para que, con esfuerzo, los padres puedan garantizar a sus hijos una vida mejor de la que han tenido ellos”, etc. Y a nivel de país, dos frases, casi mandamientos, pueden resumir claramente su marco mental y de actuación “Catalunya primero y en Catalunya primero las personas” y “Es catalán todo aquel que vive y trabaja en Catalunya, y quiere serlo”. A raíz del show de la cuestión de confianza, la intervención inicial del president Aragonès en el debate de política general ha pasado muy desapercibida. Pero a los herederos de Pujol les debería, eso sí, reconcomer. Porque es una enmienda a la totalidad a la trascendencia y al esfuerzo.
En cuanto a los valores, el primero para Pujol era la excelencia: "El trabajo mal hecho no tiene futuro, el trabajo bien hecho no tiene fronteras". Nos gustaba hacer bien las cosas, incluso en Madrid era una característica reconocida de los catalanes. El otro gran valor del pujolismo era la responsabilidad. Una responsabilidad individual y colectiva por mantener el progreso, la cohesión, la identidad. Esta responsabilidad, aplicada a la política, significaba profesionalidad. En contraposición a esta responsabilidad, a día de hoy nos encontramos con que las cosas no se hacen bien, por decirlo suave. Falta profesionalidad. Muchos son malos políticos. Y no lo saben porque no escuchan a nadie. ¡Creen que son buenos!
En el campo de las actitudes, el president Pujol tuvo siempre una actitud constructiva, “sumar y no restar; unir y no dividir”, y un fuerte sentido de la institucionalidad, consciente de que costó mucho recuperar la Generalitat y del permanente riesgo de perderla. Y también tuvo una actitud de ser mayoritario, de crecimiento, de buscar los puntos de acuerdo más que los de diferencia, de entender la cesión como elemento de una negociación ventajosa. Y de compromiso con la gente y el país. Mucho de esto ahora no ocurre. No lo tenemos. ¿Que al president Pujol se pueden reprochar errores? Sí, como a todo el mundo. Pero si no hubiéramos abandonado su escuela, hoy no estaríamos donde estamos.
Ya hay gente que va cogiendo cosas, por ejemplo, me dicen que si Junts abandona el Govern, Junqueras es partidario de pedir a muchos altos cargos que se queden con ellos en la Generalitat, que le falta gente, que le falta talento y que quiere ampliar el partido. Pero la gracia es comprar la escuela completa, no sólo algo que te conviene en el corto plazo. La política catalana ha entrado en una inercia destructiva y la solución no va a salir del sistema. Es necesario un líder. Seguramente no es nuevo. Seguramente no es ajeno a la escuela Pujol. Pero hay que creérselo. Lo estamos esperando.