El pasado viernes por la noche, según nuestro horario, se anunciaba que Robert F. Kennedy Jr. presentaba su apoyo público a Donald Trump. Una decisión que él mismo anunció, y que ha explicado públicamente en una detallada rueda de prensa. Una explicación que viene a poner las cosas en su lugar, después de que, desde su propia familia, se emitiera un comunicado donde se señalaba una suerte de decepción —para los vivos y los muertos— ante lo que podría sonar a una especie de “traición” a la tradición demócrata de la familia Kennedy

Y es que, el sobrino del presidente John F. Kennedy e hijo del senador Robert F. Kennedy, ambos asesinados en los años sesenta, había presentado su candidatura como independiente, y decidió retirar su nombre de las papeletas en los diez estados clave donde había ya conseguido apoyo. En este sentido, el propio Kennedy ha explicado que su nombre se mantendrá en las papeletas de la mayoría de los estados, explicando que en aquellos territorios donde los demócratas tienen más peso, se le puede votar “sin hacer daño al presidente Trump”, con el objetivo de “no ayudar a Harris”. Se trata de una retirada selectiva, estratégica, para tratar de apoyar en aquellos lugares donde la diferencia entre Trump y Harris esté reñida. 

La decisión, según ha explicado, se debe a que no quiere restar votos a Donald Trump, con quien habló antes de dar el paso y con quien tuvo un especial interés en sumar esfuerzos para “lo que les une”: lucha contra la corrupción sistémica, recuperación de la clase media trabajadora, poner fin a las guerras, y dar la batalla por la salud en la protección de los niños y de los consumidores frente a las grandes industrias farmacéuticas y químicas. Él mismo resumió sus prioridades conjuntas en defender la “libertad de expresión, terminar con la guerra en Ucrania y la defensa de la salud de los niños”. Una batalla frente a las políticas del partido demócrata, que, según ha denunciado, es el “partido de la guerra, de la censura, de la corrupción, las grandes farmacéuticas, las grandes tecnológicas, de los grandes fondos”. 

Ha explicado que tras la conversación telefónica y posteriormente en persona, en Mar-a-Lago, con Trump, esperaba mantener una similar con Harris, a quien tendió la mano para poder hablar y plantear una estrategia posiblemente conjunta. Una conversación que no se dio al no recibir ningún tipo de respuesta por parte de la candidata. Según él mismo ha explicado, siendo consciente de que no tiene opciones de ganar las presidenciales, su siguiente paso es mantener una estrategia para que los demócratas no se mantengan en el poder. Algo que choca a algunos, que aún lo consideraban alineado con el partido del que su padre y su tío habían sido referentes. 

En una intervención que se ganó el aplauso de los presentes, pero también en redes sociales, Kennedy hizo énfasis en la necesidad de proteger la libertad, especialmente la libertad de expresión. Y se refirió a los momentos de la historia en los que se ha perseguido y censurado a los “chicos buenos”, por parte de “los malos”. Una manera de remarcar esas críticas que sobre él se vierten, acusándole de abanderar “teorías de la conspiración”, de ser negacionista, antivacunas. Unos adjetivos manidos a los que se recurre para pretender invalidar discursos que, lejos de carecer de fundamento, están siendo defendidos por el abogado medioambientalista, que cada vez ha recabado más apoyos. 

Lo de Kennedy apoyando a Trump es la evidencia de que el sistema bipartidista ha tocado fondo

Su nombre ha ganado fuerza especialmente desde la pandemia del covid-19, donde se posicionó públicamente contra la corrupción de las instituciones norteamericanas de control y validación de medicamentos, sobre la corrupción de las industrias farmacéuticas y la puesta en peligro de la salud pública —especialmente de los niños—. Por eso se rumorea que es probable que Kennedy haya pactado con Trump la entrada en su gobierno —de ganar las próximas presidenciales— para hacerse cargo del área de salud, seguridad alimentaria y farmacéutica. Fue, precisamente, desde las filas demócratas desde donde no han escatimado esfuerzos para tratar de desacreditarle, de silenciarle y de empujarle fuera de la arena política. Y a pesar de ello, ha mantenido su candidatura, denunciando el atropello a la democracia que han supuesto las medidas durante la pandemia, el totalitarismo que se impone por parte del partido demócrata y el retroceso que ha supuesto el gobierno de Biden para las libertades de la ciudadanía norteamericana. 

Dejó el partido demócrata el pasado mes de octubre, denunciando que se había alejado “tan dramáticamente de los valores fundamentales” con los que creció, pasando a convertirse en “el partido de la guerra, la censura, la corrupción, las grandes farmacéuticas, las grandes tecnológicas, las grandes fortunas… abandonando la democracia al cancelar las primarias para ocultar el deterioro cognitivo del presidente en funciones”. Y fue más allá, denunciando la inexistencia de un sistema “honesto”, donde se dieran “debates abiertos, con primarias justas, debates programados regularmente, medios de comunicación verdaderamente independientes, que no estén contaminados por la propaganda gubernamental ni la censura, y con un sistema de tribunales y juntas electorales no partidistas”. 

Unas palabras que podrían ser dichas por cualquier socialdemócrata europeo. Por cualquiera que se considere de “izquierdas” en estos lares del mapa, donde hemos sufrido esto mismo que denuncia Kennedy: el vaciado absoluto de los que se suponía deberían defender los intereses de la clase trabajadora, de los derechos y libertades ganados a base de pelearlos durante décadas. El problema que señala Kennedy es compartido a ambos lados del Atlántico: nos hemos quedado sin una verdadera representación progresista. Nos hemos quedado sin poder votar una opción que se suponía debería defendernos ante los abusos de los poderes capitalistas más descontrolados. Y sin embargo, hemos visto claramente cómo han sido los propios poderes quienes han fagocitado a las formaciones políticas que, se suponía, deberían protegernos. 

Han sido los líderes actuales quienes han censurado las opiniones contrarias a los intereses de quienes los respaldan; han regado con dinero público a medios de comunicación, que, lejos de informar, han sucumbido a las campañas de propaganda más antidemocráticas y tramposas de manipulación y desinformación; han sostenido y provocado conflictos armados donde ha sido evidente la malversación de fondos públicos para beneficio de las industrias armamentísticas. Han destrozado las libertades individuales y colectivas. Y lo han hecho parapetándose en alertas, en miedos, generados por ellos mismos. 

Cuando una persona decide que no puede seguir sosteniendo semejante tinglado, porque se ha convertido precisamente en todo lo que no debía ser, es comprensible que se den casos como el de Kennedy. Personalmente, le entiendo perfectamente. Hace tiempo que se terminó esa línea supuestamente divisoria entre “la izquierda y la derecha”, entre “los rojos y azules”, para tenernos que posicionar frente al totalitarismo (promovido por ambas facciones), frente a la desinformación oficial, frente a un absoluto descontrol y una flagrante desprotección de la ciudadanía ante los intereses de las grandes corporaciones. 

Necesitamos candidatos sin miedo, que no sucumban ante las campañas de desprestigio y desgaste

Ha sido evidente que aquí no se ha gobernado por proteger nuestra salud, ni nuestra libertad, ni nuestro derecho a estar informados, ni nuestro derecho a expresar nuestra opinión. Todo lo contrario: se han orquestado campañas de propaganda y publicidad para las industrias farmacéuticas privadas, a quienes se les ha permitido prácticamente todo (incluso trampeando la legislación); se ha destruido la libertad de prensa a base de someterla a los dictados de los poderes económicos; se ha debilitado la capacidad adquisitiva de las clases trabajadoras sometiéndolas a impuestos que no han revertido en su bienestar ni en su seguridad, sino todo lo contrario. Se nos ha engañado, y muy fundamentalmente, los adalides de la socialdemocracia, de las clases trabajadoras, nos han vendido dejándonos desprotegidos y a nuestra suerte. 

Lo de Kennedy apoyando a Trump, es la evidencia de que el sistema bipartidista ha tocado fondo. Porque la realidad que nos toca vivir requiere de respuestas contundentes, de acciones inmediatas comprometidas en la lucha contra la corrupción sistémica. Y por muy descabellado que pueda sonar todo esto, Trump ha sido y es un candidato que no ha tenido problemas a la hora de hablar claro: algo cada vez más necesario. No es suficiente la campaña de desprestigio y de descrédito contra el que fuera presidente y que quiere ahora volver a serlo. No basta ya con los discursos del “enemigo loco”. Buena parte de la sociedad, tanto en Estados Unidos como en Europa, necesita un cambio estructural, un compromiso ético, una regeneración democrática que, desde luego, no puede darse de los que nos han sumergido en este lodazal. 

El giro que supone que un demócrata decida apoyar a un republicano es un ejemplo de lo que vendrá, seguramente en próximas fechas a Europa: una especie de gran coalición que, se supone, vendrá a defender lo que se ha destrozado por parte de las “grandes coaliciones” que solamente han defendido los intereses de las grandes carteras. 

El paso que ha anunciado Kennedy puede ser el hito que marque el paso a la política internacional de aquellos que, más allá de colores, bandos, y siglas, se preocupan por la paz, la soberanía alimenticia, el cuidado real del medio ambiente y de la salud, de la protección de los menores en todos los ámbitos y, en definitiva, de plantarle cara a una corriente woke que está causando enormes daños a la vista de todos. 

Necesitamos un Kennedy, también en Europa. Necesitamos candidatos sin miedo, que no sucumban ante las campañas de desprestigio y desgaste. Que tengan la suficiente amplitud de miras para enfrentarse “a los suyos” y tender la mano a “los contrarios” con el ánimo de construir. Que apuesten por una política al servicio de las mayorías, de las garantías sociales, de la ética en el centro de las decisiones. Necesitamos que Estados Unidos pueda girar en sus políticas, fundamentalmente las internacionales, que nos están asfixiando. Y necesitamos, urgentemente, a políticos que dejen de seguir como borregos las pautas partidistas a espaldas de la ciudadanía.