Ni mayoría independentista ni restitución legitimista de ningún tipo. Puigdemont obtiene la satisfacción de un resultado adverso para ERC, a los que finalmente ha superado con claridad. Un objetivo indisimulado desde hace años. En particular, por lo que pasó en 2021, cuando ERC pasaba por primera vez por delante de Junts en unas elecciones al Parlament. Una circunstancia insólita que dolió en el alma postconvergente y que no hizo más que acentuar una animadversión creciente que ha cimentado a ultranza la estrategia juntaire comandada por Puigdemont.

La codiciada victoria del president legítim sobre ERC no puede ser, sin embargo, más amarga. Su candidatura se sitúa en segundo lugar, no tanto porque se haya disparado (el incremento es de solo tres escaños a pesar de la polarización), sino porque los republicanos han perdido más de un tercio de los diputados. Pobre premio de consolación para la estrategia de Waterloo. Mientras, la CUP pierde más de la mitad de los diputados con respecto al resultado obtenido hace tres años. Como ya pasó en las elecciones españolas, las dos fuerzas independentistas a la izquierda de Junts son las principales damnificadas. Del mismo modo, el conjunto de fuerzas alineadas a la derecha o la derecha extrema han experimentado un crecimiento muy notable, con un discurso ferozmente antiinmigración al cual se ha apuntado el PP sin contemplaciones.

Que Salvador Illa sea el mejor situado no quiere decir que pueda ser investido ante un Parlament fraccionado a la italiana

Salvador Illa ha ganado claramente las elecciones. Y es, de entrada, el único candidato viable del Parlament entrante. Pero que sea el mejor situado no quiere decir en ningún caso que pueda ser investido ante un Parlament fraccionado a la italiana. El llamado tripartito, histórico espantajo convergente, suma justo la mayoría necesaria a la espera de un ulterior recuento final. Comuns, que precipitaron las elecciones al tumbar los presupuestos, también han salido maltrechos de unos comicios anticipados que forzaron después de haber perdido la alcaldía de Barcelona y quedar formalmente fuera del gobierno Collboni.

Lo que también suma aritméticamente es un acuerdo entre los de Illa y Waterloo. Un acuerdo que Puigdemont había insistido en descartar. Pero que sí que apuntaban sectores del partido, tal como verbalizó Xavier Trias ante la posibilidad de que Illa se impusiera con contundencia, tal y como ha ocurrido.

La pregunta que hay que hacerse, llegados a este punto, es qué puede ofrecer Illa para obtener el aval del independentismo (ERC, preferentemente) que evite una repetición electoral. Los socialistas no han dudado los últimos años en fijar un cordón sanitario contra los republicanos en la capital de Catalunya para impedir, primero, la alcaldía de Maragall y, después, el gobierno de entendimiento entre Trias y el propio Maragall. Del mismo modo que durante la pasada legislatura se aliaron con Junts para cerrar el paso a los republicanos en la Diputación de Barcelona. No son precedentes que inviten precisamente a los republicanos a votar a Illa. Pero esta cuestión es secundaria ante la propuesta política que pudiera hacer Illa para seducir al independentismo o a una parte de este. Y hoy por hoy, lo que Illa está en condiciones de ofrecer parece a años luz de lo que los republicanos (sin descartar los juntaires) pueden aceptar como mínimos para avalar su investidura.