Hace gracia ver cómo JxCat juega todas las cartas a la vez como hacía la CiU de las mejores épocas. Este partido de Carles Puigdemont que cada día que pasa se parece más a la fuerza que en su momento lideraron Jordi Pujol, Artur Mas y Josep Antoni Duran Lleida, tiene bien aprendida la lección de poner un huevo en cada cesto porque así seguro que saldrá siempre ganando algo, por pequeña que sea la cosa. O, cuando menos, esta es la teoría, salvo las veces que con esta manera de funcionar lo que acaba sucediendo realmente es que lo pierde todo.

Es aquello tan característico del ni sí ni no, sino todo lo contrario, o del sí pero no que ha guiado históricamente la actuación del mundo convergente de toda la vida. Y durante cierto periodo le dio bastante buenos rendimientos jugar a la ambigüedad, al equívoco, al doble lenguaje, a decir una cosa y hacer otra, a hacer ver una acción y la opuesta al mismo tiempo, a putairamonejar como hizo fortuna en un momento determinado. Se trata de tener un pie a cada lado, y esto, antes CiU y ahora JxCat, lo han aplicado y lo aplican en todas las esferas de la actividad política: en la ideológica, en la conceptual, en la estratégica, en la práctica del día a día y en la que más convenga.

Estos parámetros son los que marcan exactamente la relación que ahora JxCat mantiene con el PSOE. En teoría, el partido de Carles Puigdemont es uno de los socios que permite que Pedro Sánchez siga estando en la Moncloa. Lo apoya, pues, pero a la vez le hace de oposición. Y lo hace hasta el punto de llevar el vínculo que tienen al borde de la ruptura. En la práctica, sin embargo, solo lo hace ver, todo es pura comedia porque, cada vez que la cuerda se tensa y la rotura parece irreversible, en el último segundo siempre pone el freno y da marcha atrás. Eso es lo que ha sucedido en el penúltimo de estos casos, el de la propuesta presentada en el Congreso para pedir que el líder del PSOE se sometiera a una cuestión de confianza, que ha acabado retirando a petición del mediador internacional que hace de testigo de las reuniones que ambos partidos celebran de manera regular, una vez al mes, en Suiza para negociar la ayuda del uno al otro y viceversa.

No deja de ser curioso que JxCat se pasara tiempo y tiempo reclamando la presencia de un mediador internacional antes de avenirse a negociar nada con el PSOE, convencido de que cuando llegara el caso le daría la razón, y que a la hora de la verdad le haya salido el tiro por la culata. Es el riesgo que tiene proceder de esta manera, que nunca se llega a controlar el escenario del todo y pueden pasar cosas como estas, que minan seriamente el crédito de quien actúa así. Y el 130º president de la Generalitat y los suyos han llevado tantas veces la situación al límite y tantas veces se han desdicho a última hora que lo normal es que la credibilidad se resienta, y no poco. ¿O es que alguien se piensa que realmente el objetivo de las reuniones entre las dos partes es resolver el secular conflicto político entre Catalunya y España, cuando ni siquiera se cumple un simple acuerdo de traspaso de competencias y cuando todo el mundo sabe que el PSOE es tan contrario al ejercicio de derecho de autodeterminación como lo es el PP, por mucho que Jordi Turull se desgañite proclamando que los encuentros sí sirven para ello? A hacerlo ver, mejor dicho. Y este es el principal problema que JxCat tiene encima de la mesa, que hacer ver lo que no es cada vez cotiza más a la baja.

El 130º president de la Generalitat y los suyos han llevado tantas veces la situación al límite y tantas veces se han desdicho a última hora que lo normal es que la credibilidad se resienta, y no poco

Lo mismo ha sucedido con el episodio de la condonación por el gobierno español de parte de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) a la Generalitat. Más allá de consideraciones estrictamente económicas que cuestionan que realmente al final los catalanes se acaben ahorrando nada y que sitúan la reforma de la financiación autonómica —pendiente desde 2014 porque el PP no la ha querido afrontar nunca— como auténtica piedra de toque, el papel de JxCat ha sido el habitual cuando se trata de acuerdos que ha alcanzado otra fuerza política, y más en este caso que se lo ha apuntado ERC. De entrada, se pronunció en contra, porque es “una tomadura de pelo” y no le gusta que la medida se aplique al resto de autonomías y se convierta en un nuevo “café para todos”, de manera que quizá cuando llegara la hora de validarla en el Congreso no votaría a favor. Luego precisó que no es que estuviera en contra, sino que quería que el perdón fuera de la totalidad de la deuda del FLA, pero que más vale una parte que nada. Todo ello en apenas veinticuatro horas y teniendo que ser el propio Carles Puigdemont quien saliera a poner los puntos sobre las íes.

Es el estilo también del comportamiento respecto de la frustrada moción de censura contra la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, por liderar una formación, Aliança Catalana, que el resto de partidos consideran de extrema derecha. Aquí JxCat ha jugado todas las cartas posibles. Primero respaldó el cordón sanitario del Parlament contra la extrema derecha, después hizo salir a Artur Mas para que dijera que se debe poder hablar (con Aliança Catalana) y le allanara el camino para desmarcarse (del cordón sanitario) cuando le conviniera, después la dirección nacional impuso a la sección local (de Ripoll) que diera marcha atrás cuando ya la tenía pactada (la moción de censura) con ERC, CUP y PSC y, finalmente, Jordi Turull compareció para asegurar que a partir de ahora combatirán como nunca la extrema derecha. Lástima que cuando ya había conseguido cuadrar el círculo apareció Jordi Pujol, en este caso como si de un outsider se tratara, para enmendar la plana a la cúpula del partido y defender que se debe “mantener la exclusión” a Aliança Catalana.

La lista de ejemplos podría ser más larga, pero con estos basta para constatar cuál es la manera de hacer que JxCat ha heredado de CiU, a pesar de saber, como buenos cristianos de formación que son la mayoría de sus miembros, que no se puede ir a misa y repicar. Por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, el recordado Toni Batllori —ninotaire como le gustaba que lo llamaran—, en una de las tiras que cada día publicaba en La Vanguardia dibujó, en una barra de un bar, a un hombre que tomaba un café que le preguntaba a otro que leía el periódico cómo era que al final habían votado a favor si no habían conseguido nada a cambio y de entrada estaban en contra. “Porque son de CiU” [ver La Vanguardia del 13-4-2012, página 9], fue la respuesta. Pues eso, ni sí, ni no, sino todo lo contrario.