La última decisión no puede ser más provocadora: convertir a Josep Borrell, uno de los personajes más despectivos y abiertamente beligerantes contra los derechos nacionales catalanes, en presidente del CIDOB. Y lo hacen en plena crisis de relaciones entre el PSOE y Junts, en una reedición insultante de los "a quien no le gusta el caldo, dos tazas". Este es el último ejemplo de la prepotencia despreciativa con la que los socialistas acostumbran a tratar las relaciones con sus presuntos aliados, con especial malevolencia hacia Junts. Sin ir más lejos, el día en que Carles Puigdemont anunciaba la cuestión de confianza, los socialistas decidían negarle la escolta policial que le corresponde por ley. Y el día antes se habían "olvidado" de cumplir el acuerdo en la Junta de Seguridad, pactado el julio pasado, para la transferencia de competencias a los Mossos de la seguridad de los puertos y aeropuertos, mientras introducían a la Guardia Civil en el CAT-112. Y antes Illa se había negado a visitar a Puigdemont, en su ronda de presidentes, y así un largo etcétera. Todo eso sumado al incumplimiento flagrante de todos los pactos firmados en el famoso "acuerdo de Bruselas".

Es así como, mientras Sánchez envía a Santos Cerdán a Suiza una vez y otra para mantener la apariencia de diálogo, y hace todo tipo de declaraciones paternalistas sobre la bondad de las relaciones con Junts, al mismo tiempo no pierde ninguna oportunidad para dejar claras dos cosas: que el PSOE es quien manda; y que al independentismo ni agua. En este punto, unos años después de esta tozuda constatación, queda claro que el objetivo principal del acuerdo de Bruselas, que era el de tratar y/o negociar el conflicto catalán, no existe en la casa socialista, ni como posibilidad, ni como voluntad. El "acuerdo de Bruselas" se ha convertido en papel mojado. Y la reunión en Suiza de este pasado viernes es la rúbrica.

¿Qué tiene que hacer Junts ante lo que, a estas alturas, se puede considerar una persistente estafa? De momento ha movido pieza y lo ha hecho con contundencia, tanto con respecto a presentar una cuestión de confianza —legalmente poco eficaz, pero políticamente muy relevante—, como por las declaraciones de sus líderes, desde Míriam Nogueras y Jordi Turull, hasta el mismo president. "No podemos continuar así", ha avisado Puigdemont, mientras añadía que "si es para el mantenimiento de las políticas que se han hecho hasta ahora, no estaremos". Sin duda, Junts no quiere sufrir el "síndrome de ERC" y convertirse en una simple muleta de los socialistas, gratis et amore. A diferencia de los republicanos, que han perdido todo el crédito como negociadores con el Estado, Junts todavía mantiene la imagen de un negociador duro, que no está dispuesto a correr detrás de la zanahoria, pero ciertamente no le queda demasiado margen para sostenerla. Por eso se ha plantado, y por eso mismo ha esbozado lo que podría ser un ultimátum.

Queda claro que el objetivo principal del acuerdo de Bruselas, que era el de tratar y/o negociar el conflicto catalán, no existe en la casa socialista, ni como posibilidad, ni como voluntad

Ahora bien, y es la gran pregunta, ¿está Junts dispuesto a mantener las posiciones y, si hace falta, romper el pacto? Quizás a eso se refiere Puigdemont cuando dice "tenemos que pensar que no nos sobra el tiempo y tenemos que estar preparados para lo que pueda venir". Ciertamente no sobra el tiempo, porque la ciudadanía que entiende la estrategia negociadora que ha seguido Junts necesita percibir que es una estrategia exitosa, y no una tomadura de pelo más. Y, ciertamente, también hay que estar preparados para lo que pasará, porque la decisión de romper de Junts dejaría a Sánchez en la cuerda floja, con Feijóo salivando. Dado que este sería el escenario, hay que medir seriamente las decisiones, y si se toman, hay que mantener las posiciones.

Es una disyuntiva diabólica. Si Junts no rompe y el PSOE mantiene su estrategia de la rana en el baño maría, Puigdemont perderá hasta la camisa. La ciudadanía que lo vota no comprará una estrategia ERC bis, ni aceptará mantener a Sánchez en el Gobierno, y menos con Illa en la Generalitat desnacionalizando Catalunya. Al pacto con el PSOE le quedan dos telediarios para ser sostenible. Sin embargo, al mismo tiempo, si Junts rompe, es posible que eso facilite la llegada del PP al poder, cosa que tampoco es digerible para los votantes de Junts. Es un mal a peor, sin que esté claro cuál es el malo y cuál el peor.

Sin embargo, hay un camino del medio, que es el que tiene que contemplar el independentismo: el de no dejarse seducir por unos o por otros, los dos bandos voraces a la hora de recortar nuestros derechos y erosionar nuestra nación. No podemos caer en la trampa letal de mantener al PSOE porque es más "presentable" que el PP, cuando algunas de las acciones más perversas contra Catalunya se han hecho bajo su mandato. Ahora mismo podemos ver que los socialistas tienen todos los poderes en Catalunya, y los utilizan para españolizar el país y desnacionalizarlo. De hecho, hacen más daño que el PP, porque lo hacen con mejores maneras. Pero no nos equivoquemos, ni unos, ni otros nos quieren ningún bien. De manera que la única alternativa es mantener posiciones, pactar si es efectivo, y romper si no hay resultados. Y no mirar atrás. Ya se las arreglarán. No lo olvidemos, en la defensa de nuestros derechos, estamos solos.