Queda una semana hasta que se despeje la niebla de la investidura de Alberto Núñez Feijóo en versión moción de censura a Pedro Sánchez. Un último sprint que pone en evidencia por qué el líder del PP no tenía números cuando fue a ver al Rey ni un programa de gobierno para pedir apoyos. Hay varios actos de desesperanza con los que cerrará la semana. Por un lado, la manifestación, que fue acto y ahora mitin de partido contra la amnistía. De cara a ese día, en la agenda de Feijóo las reuniones con patronales y los líderes de los sindicatos, planteadas para trasladar el programa del PP, se traducen en la búsqueda de voces contra la amnistía. Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, se ha posicionado: “Con total claridad, no”. 

Una voz más, pero ni un voto extra. De cara al 26-S, no han incrementado sus escaños, no han clarificado si deben o no sentarse con Junts, si el ala dura sirve para ser opción de gobierno y no solo de oposición. Salvo al PSOE, el PP no ha presentado propuestas concretas al resto de partidos de la ronda. El ala más dura ha doblegado a Feijóo y le ha debilitado de cara al debate en el Congreso. El lunes pasado le arrastró la llamada a la rebelión de Aznar, éste ha sido Ayuso. La presidenta de Madrid ha pedido que Sánchez convoque elecciones anticipadas, cuando todavía no es el candidato ni la ley permite hacerlo a un ejecutivo en funciones. Horas después, Borja Sémper ha hecho suyo el mensaje, colocándose oficialmente como telonero de la verdadera investidura. Para añadir confusión, han invitado a su acto contra la amnistía “a socialistas de carné, expulsados y socialdemócratas de corazón" y no a Vox, su socio. Una dualidad —esconder a la ultraderecha y gobernar cuando suman— que el PP no ha resuelto desde las autonómicas del 28 de mayo.

Las negociaciones con Junts pueden ser el detonador electoral, pero si el PSOE quiere forzar a Carles Puigdemont a ir más allá del intercambio de una ley por unos votos, necesita plantear una hoja de ruta coherente para todos los socios

Se despejará la niebla, pero subirá la temperatura. Este fin de semana Feijóo llamaba a diferenciar “la democracia de la dictadura” y la igualdad de los españoles frente a la amnistía. El PP está ya en posición de oposición, e irá a más. Dará la pelea en Europa contra la posible ley apelando a la revisión del estado de derecho de los estados miembros. Y el marco del golpismo que criticaron de la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, será el suyo. 

El objetivo de la derecha es presionar hacia la repetición electoral en medio de unas negociaciones muy complicadas. Desde el PNV, Andoni Ortuzar ha pedido a Sánchez que explique para qué quiere una legislatura. Y ahí estará la clave. Las negociaciones con Junts pueden ser el detonador electoral, pero si el PSOE quiere forzar a Carles Puigdemont a ir más allá del intercambio de una ley por unos votos, necesita plantear una hoja de ruta coherente para todos los socios. Un programa que evite la tentación del botón nuclear y garantice algo más que la votación de investidura. El PSOE trabaja en ese plan. Con Sánchez en Nueva York, a pocos días del ‘momento Feijóo’, no se sabrá gran cosa hasta pasado el 27-S. 

El PSOE y Sumar han verbalizado la línea roja de la unilateralidad mientras Carles Puigdemont no se mueve del marco del intercambio de votos, el pago de intereses, la subasta. Un lenguaje que hará muy difícil al gobierno en funciones defender la amnistía en un entorno adverso. A partir del 28-S, cada partido pondrá peticiones de máximos. Incluido Podemos. Sumidos en la hipótesis, no se conoce las propuestas concretas, sobre todo de la ley de amnistía, ni las razones. El marco que ha incendiado la política nacional hasta hace poco sigue vivo o, al menos, no se puede subestimar. En una semana, pasado el tiempo de descuento de Feijóo, se podrán pedir explicaciones y preguntar de frente a los interlocutores. La posibilidad real de un gobierno hará que las negociaciones no salten por los aires. Pero la tensión es manejable hasta que algo se rompe. En ese frágil equilibrio se moverá casi todo.