Este fin de semana he visto la miniserie de Netflix Adolescent, y no ha sido una buena idea. La serie es buenísima, diría por todo, pero el mal cuerpo todavía no me lo he sacado de encima. De hecho, llegué al fin de semana ya trastornada por la noticia de la muerte de una educadora social en Extremadura en manos de los tres adolescentes con los que convivía en una casa tutelada. La apalearon y asfixiaron hasta la muerte.

La serie británica, aunque no habla de ningún caso real, también está basada en una serie de apuñalamientos a chicas adolescentes por parte de chicos, también adolescentes que ocuparon los titulares de la prensa del país; lo que llevó a preguntarse a los guionistas por qué en una familia considerada normal, y aquí el adjetivo es muy importante, se puede acabar criando un hijo que acabe teniendo este tipo de comportamiento.

La cuestión no es ni sencilla ni simple, pero precisamente criar es la palabra clave; sin duda la pérdida de significado y el vacío del contenido, la falta de importancia social de lo que significa, el papel que tiene y el reconocimiento a la necesidad de hacerlo es una parte principal. Hablo de criar más allá de la supervivencia de las criaturas; me refiero a observar su crecimiento desde la consideración de los valores en los que se fundamenta; no si están en la media de altura y peso, tampoco si van bien a la escuela. Me focalizo en la responsabilidad que tienen los padres, padres y madres, de conducir su aprendizaje y conseguir hacer de cada criatura la mejor persona posible. Eso es trabajo, mucho, mucho trabajo, y no hay espacio social para hacerlo y, menos todavía, reconocimiento social de este.

Es una cuestión de quién asume o no las responsabilidades, y en qué grado y con qué calidad, para dejar que una criatura que es el bien más preciado de una sociedad que quiera tener futuro se acabe convirtiendo en un peligro para sus compañeros, y especialmente las compañeras

No se hace ni dedicándole pocas horas, pocas horas de convivencia, ni comprando muchas cosas, ni luciendo o riendo las gracias de las criaturas. Todavía menos dejándoles hacer lo que quieran escudándose al criarlos libres. Menos todavía comprando cuantos más aparatos tecnológicos mejor para que puedan estar conectados al mundo sin ningún tipo de guía o supervisión.

Pero criar tampoco es solo un trabajo de padres y madres, lo es de la sociedad en su conjunto y especialmente de la escuela, que últimamente se ha hecho bastante un lío discutiendo si tiene que educar o enseñar; como si pudieran rehuir el papel social que les corresponde. En definitiva, es una cuestión de quién asume o no las responsabilidades, y en qué grado y con qué calidad, para dejar que una criatura que es el bien más preciado de una sociedad que quiera tener futuro, se acabe convirtiendo, incluso antes de hacerse mayor, en un peligro para sus compañeros, y especialmente las compañeras.