La primera vez que fui a París tenía 23 años y lo hice con mi madre. ¡Ahora he entendido la pasta que le costó el viaje! ¡Cena en el Moulin Rouge, comer en el Procope, cóctel en el restaurante Saint Georges, en lo alto del Pompidou, visita completa a Versalles e, incluso, copa de Bollinger en el Ritz, al estilo Lady Di (¡pero sin ese final tan terrible!). Mi madre y yo celebrábamos juntas mi veintitrés cumpleaños y que me quedaba unos meses estudiando en la Sorbona. Pocas veces hemos llorado tanto como cuando nos despedimos ese día en el RER de Saint-Michel.

Una vez instalada, mi seminario favorito fue el de Picasso a través las mujeres que amó. ¡Y sé, por mucho que se impusiera el romanticismo, que este gran artista era un machista! Pero sigo entrando en Deux Magots, donde conoció a Dora Maar, cuando paseo por Saint-Germain-des-Prés, y pienso en lo que filosóficamente ha significado su obra en la historia del arte. En esa época, en 2005, compraba vestidos con tutú en la tienda "Les Filles à la vainille" en Les Marais. ¡Qué pena descubrir veinte años más tarde que todas las tiendas de este barrio son franquicias que también encuentro en Barcelona! Al menos, mi restaurante preferido cerca de la Place des Bois, el Chez Marianne, continúa con su cocina asquenazí. Con este nombre ancestral de los judíos que vivían en el centro de Europa, me recuerda la experiencia más bonita que tuve cuando estudiaba en París ese verano. Fue en la fiesta de la Liberación, en el Parque de Luxemburgo, donde me enamoré, definitivamente, de la chanson française.

Tengo que admitir que también es la ciudad donde he pasado más miedo. Y no solo por la peli de Taken, esa en la que secuestran a la hija adolescente de Liam Neeson en cuanto llega a la Cité. En el Centro Pompidou conocí a un chico que me pidió que le hiciera una foto. Iba con su hermana a un museo y eso me pareció suficiente aval. Después fuimos a tomar algo a una casa y vi que la chica no estaba y que lo acompañaba un amigo. Media copa de vino me sirvió para ver algo extraño en el ambiente, dije que no tenía cobertura en el móvil y que salía a la escalera un momento, y me marché a toda leche. Nunca he sabido si fue intuición o paranoia, pero recuerdo que era de noche en la Gare du Nord y que solo quería llegar sana y salva a la Cité Universitaire. Lo siento, papás, por no haberlo explicado hasta ahora para no haceros sufrir más de lo que sufrís con mi vida de Willy Fog. Los pobres me han pagado estudios en Francia, en Burdeos y en París, ¡y he regresado siempre con un francés con acento horrible! Y es que en Burdeos salía con un americano y en París me enamoré de un italiano.

Adoro París, y todos los tópicos son ciertos, menos "que los niños vienen de París"

Adoro París, y todos los tópicos son ciertos, menos "que los niños vienen de París". Os lo digo yo, que he abortado dos veces de niños concebidos en la ciudad del amor y eso que solo estaba de paso. "No pienso ir a un McDonald's en París", le dije a mi actual exmarido, nuestra primera discusión después de que nos quedáramos bloqueados por la nieve en 2010. Je regrette rien, dicho sea de paso. ¿Sabías que Lumière (el candelabro con acento francés de la Bella y la Bestia) en la película V.O. tiene acento italiano? Sé que te acabo de descubrir el mundo. A mí, personalmente, no hay nada que me ponga más que un francés hablando inglés. La mente es así de retorcida.

Hay cosas que nunca cambian en la ciudad eterna. Los malos cafés, la magdalena de Proust y las tiendas gourmets de La Madeleine. Perder los tiques de metro y no poder salir. Pedir eau de garrafe para que no te claven nueve euros por una Evian. Rue Rivoli, Rue Mouffetard, Saint-Séverin. Montaigne y su melancolía. Las parisinas y su jenesequoi. Los crepes, el kir, el pain au chocolate. El Angelus de Millet. Me maravillo con la museografía de la nueva expo Louis Vuitton y que al lado de Shakespeare and Co. haya una cafetería americana. Y Notre-Dame quemada. A pesar de todo, París bien vale una misa si se celebra en la Sainte-Chapelle con el mejor gótico internacional que he visto. Todos los Grands Hommes, de Voltaire a Zola, pasando por Rabelais, Pasteur, Victor Hugo, Napoleón, Cézanne, están enterrados en el Panteón. Pero, ¿dónde están las mujeres? Este febrero han entrado ahí los cuerpos del matrimonio Manushian, símbolos de la resistencia, con 23 compañeros de lucha contra los nazis.

Mi París favorito es cuando salía con Carles Costa, en aquel entonces corresponsal de TV3, por Champs-Élysées. Ahora me sorprendo buscando las cafeterías que aparecen en Emily in Paris y se ponen bordes de lo cansados que están de los selfies de instagramers como yo. Fui a ver Anatomie d’une chute en el cine con bol de palomitas y un parisino me riñe. El puntillismo parisino y de Seurat. La penúltima vez fui a recoger el premio al mejor libro de educación vinícola del mundo por mi libro #ConVinoConTodo. Para celebrarlo fui a la nueva embajada catalana, y es que La Maison de la Catalogne, situada en esa callejuela al lado de los cines de Odéon, estaba cerrada a perpetuidad. Por suerte, seguimos teniendo Les Poulettes Batignolles, donde Judit Cercós casa las creaciones de su marido con champagne y vino catalán. París sigue siendo una fiesta.