El 8 de agosto de 1974, Richard M. Nixon renunció al cargo de presidente de los Estados Unidos a consecuencia del escándalo Watergate, como sospechoso de haber tolerado un espionaje en unas oficinas del Partido Demócrata. Solo la sospecha fue suficiente para que el Congreso y el Senado le hicieran ver que, si no dimitía voluntariamente, habría sido destituido. El país no podía permitirse mantener a un presidente bajo sospecha. Han pasado 50 años y mañana tomará posesión como presidente de los Estados Unidos Donald J. Trump, del mismo partido que Nixon.
Sin embargo, Trump ha sido declarado culpable de haber cometido 34 delitos solo en el caso Stormy Daniels. Jack Smith, el fiscal especial que ha investigado el asalto al Capitolio, lo acusa de haber cometido “un esfuerzo criminal sin precedentes” para aferrarse al poder y le imputa varios cargos de conspiración y obstrucción a la justicia.
A pesar de ello, Trump quedará impune de sus delitos, en parte por decisión de un Tribunal Supremo de nueve miembros, tres de los cuales fueron nombrados por el propio Trump durante su primer mandato. Y Trump volverá a tomar posesión de la presidencia con más honores que los que le han precedido. Ha recaudado 200 millones de dólares para el acto de inauguración, cuatro veces más que Obama en 2008. Han contribuido públicamente con donaciones millonarias los líderes de las grandes multinacionales tecnológicas, y Trump se lo ha agradecido reservándoles un espacio destacado en la ceremonia del juramento. No solo Elon Musk (Tesla/X), también Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (Google) y un largo etcétera.
Comparando la dimisión de Nixon con la toma de posesión de Trump es obvio que se ha producido un cambio en la escala de valores en el mundo democrático, una regresión moral que se ha extendido por todas partes
Esta deferencia de Trump con los oligarcas tecnológicos (y viceversa) es una obvia declaración de intenciones sobre poder y futuro que también se explica con la categoría moral de los políticos internacionales invitados especiales a la ceremonia: Xi Jinping, presidente de China, (que delega la asistencia en su vicepresidente, Han Zheng); Viktor Orbán, primer ministro de Hungría; Nayib Bukele, presidente de El Salvador; Giorgia Meloni, primera ministra de Italia; Salomé Zurabishvili, presidenta de Georgia; Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel; Javier Milei, presidente de Argentina; Jair Bolsonaro, expresidente del Brasil... De Europa ha invitado a los líderes de los partidos de extrema derecha y del Reino de España, a Santiago Abascal, presidente de Vox.
Comparando la dimisión de Nixon con la toma de posesión de Trump, es obvio que se ha producido un cambio en la escala de valores, una regresión moral que se ha extendido globalmente. El profesor de Yale Timothy Snyder (On tyranny, On freedom) presentado editorialmente como "el principal intérprete de nuestros tiempos oscuros" sitúa como puntos de inflexión la reacción a los atentados del 11-S y la concentración de poder económico. Efectivamente, la mística antiterrorista del poder siempre favoreció el intercambio de libertad por seguridad y el balance evidente es que hemos salido perdiendo en todos dos ámbitos. Por el lado económico, la exposición de magnates tecnológicos en la inauguración de Trump pone en evidencia la concentración de poder económico que ha dado lugar al enriquecimiento fulminante de unos cuantos y el aumento desorbitado de las desigualdades en todas partes y muy especialmente en Occidente, donde los hijos de las clases medias no tienen acceso a una vivienda digna.
Ciertamente, los gobernantes de ahora están demostrando menos escrúpulos que los de hace medio siglo, pero por alguna razón sectores y grupos sociales, instituciones y medios de comunicación también han participado de la involución hasta conseguir que la gente, los ciudadanos, lo aprueben y le den apoyo. El Partido Popular de España es otro ejemplo paradigmático. Es probablemente la organización política más corrupta de Europa. Ha tenido casos de corrupción prácticamente allí donde ha gobernado y cuando ha ejercido el poder, además de la corrupción, ha legislado para restringir derechos y libertades de los ciudadanos (leyes antiterroristas, ley mordaza, policía patriótica...), pero los ciudadanos lo han vuelto a votar masivamente, tanto da si es para gobernar el Estado como para gobernar regiones y municipios. Todo viene de mucho antes de Trump. No ha habido contrapoderes que funcionen, ni denuncia mediática, sino colaboración del periodismo, y la protesta ha sido insuficiente o inexistente.
Esta semana hemos conocido dos informaciones de hechos diferentes que se pueden relacionar. El Gobierno ha reconocido que había tenido a quien después fue el imán de Ripoll como interlocutor, del CNI y de la Guardia Civil, pero como no se fiaban de él, lo descartaron como informador. Eso sí, le suspendieron la orden de expulsión para que pudiera ejercer de Imán en Ripoll. A pesar de los avisos de la policía belga, no lo vigilaron, con lo cual pudo organizar un atentado dantesco, no el de la Rambla y Cambrils, donde murieron 16 personas, sino el que tenía que reventar la Sagrada Familia en plena temporada turística.
Trump tomará posesión como el primer presidente delincuente pero lo hará con todos los honores, ovacionado al mismo tiempo por los oligarcas de la tecnología y la extrema derecha internacional, un escenario que recuerda los años 30 del siglo pasado
El Estado que tiene que velar por nuestra seguridad sí que vigiló, en cambio, a jóvenes comprometidos con la lucha por una vivienda digna, por la lucha contra el cambio climático y por la lucha por la independencia de Catalunya, empleando agentes encubiertos que trabajaban 24 horas al día siete días por semana, agrediendo incluso sexualmente a los que perseguían, fingiendo que los amaban.
Lo más significativo es que la ministra de Defensa y el ministro del Interior del Gobierno más progresista de la historia, en el colmo del cinismo, han dejado claro que estas prácticas están justificadas y forman parte de la defensa de la democracia. Ningún medio de comunicación de importante lo ha trastado como un hecho relevante, así que la pregunta es: ¿en qué consiste ahora la democracia?
El mismo año en que Nixon dimitió, Paco Ibañez triunfaba en el Olympia de París cantando canciones de combate que nos llenaban de esperanzas. El viernes Paco Ibáñez, con 90 años, volvió a llenar el Palau de la Música de gente que necesita recordar el tiempo de cuando tenía esperanzas. Y todos cantaron con él por enésima vez “A galopaaaaaaar...” como suplicándole: Paco, no te mueras.