No soporto a los literatos que tienen que llenarse la boca de azúcar para explicar por qué es importante la literatura, o por qué nos llevamos las manos a la cabeza cuando el pasado mes de mayo supimos que se eliminaban las lecturas obligatorias de la selectividad, o por qué nos las llevamos ahora que parecía que literatura catalana y castellana quedaban relegadísimas en el bachillerato, con el argumento de que de ellas se evalúan, proporcionalmente, pocos alumnos. Es muy poco importante, amigo literato, si cuando eras adolescente sentiste que un libro te salvaba la vida: leer es el tronco del conocimiento, más allá de los romanticismos y las proclamas empalagosas. Leer exige comprender, y comprender permite interiorizar ideas y construir un pensamiento propio. Este mecanismo funciona para la literatura, pero también funciona para la historia, para la filosofía y para entender bien un enunciado enrevesado de economía, de matemáticas o de física. Antes de saber hacer es necesario saber, pero parece que de primaria a bachillerato, el sistema educativo rema interesadamente y con fuerza hacia la dirección opuesta.

Hace solo una semana, se publicaba un informe de la OCDE explicando que, en el Estado español, los adultos están por debajo de la media en comprensión lectora y resolución de problemas. Resulta bastante difícil de imaginar, en este contexto, que las renuncias encadenadas en el campo de la educación —que vienen de lejos— tengan alguna justificación que no sea política. Hace tiempo que, también en sectores de profesorado del país, se oye un rumor de fondo: enseñar a los alumnos a resolver un modelo de examen, evaluar por competencias y prescindir del saber como si se pudiera hacer algo sin tener contenido interiorizado, no resuelve el problema. De hecho, no solo no lo resuelve, sino que lo agrava. Cada decisión política que se toma y que roza en menor o mayor medida el campo de la enseñanza, se toma para que desde la política nadie tenga que hacerse responsable de los malos resultados educativos generales. Da bastante vergüenza presenciar cómo, con el mecanismo de pensamiento que lleva al travieso de la clase a buscar cualquier método para aprobar el examen que no sea estudiar, se prefiere trucar el sistema de evaluación a abordar de frente el problema. Estos parches, estos tejemanejes perezosos, se pagan caros.

Leer es el tronco del conocimiento, más allá de los romanticismos y las proclamas empalagosas

Leer sirve para aprender a pensar. Te guste más o te guste menos, te haya salvado la vida o no te la haya salvado, para entender un mensaje tienes que haber entrenado lo suficiente la atención para llevártelo a la cabeza, tienes que ser capaz de asimilar el fondo y, además, es posible que tengas que hacerlo repicar con muchos referentes que, sin haber leído antes, quizás no tengas. Sin una base sólida no se puede acceder al mundo porque no se puede acceder a la complejidad de los mensajes que lo hacen, pero tampoco puede accederse a uno mismo: con menos capacidad para aprehender información, se hace más difícil responder a las preguntas "¿qué quiero?", "¿qué me gusta?", "¿con qué estoy de acuerdo?". La incapacidad de masticar ideas de fondo y hacerlas bailar acaba conduciendo a un rechazo a las consignas elaboradas, a una inclinación natural por los mensajes más simples y, por lo tanto, a una favorabilidad a la manipulación. Leer sirve para aprender a pensar, y pensar sirve para entender cuándo, cómo, por qué y de qué forma hay que oponer resistencia. Sin una base de ideas sólida y un artefacto de pensamiento engrasado, no hay escudo, pero tampoco hay posibilidad de apertura al conocimiento de ningún tipo.

¿De qué sirve tener jóvenes que han memorizado el funcionamiento de un examen si no tienen las herramientas para rebatir el reduccionismo de un TikTok? ¿De qué sirve que no tengan referentes para entender su propia cultura y su propia historia? ¿De qué sirve que no sean conscientes de hasta qué punto las experiencias más universales que vivirán ya han sido pensadas y escritas antes? ¿De qué sirve desconectarles de todo lo que les permite indagar en su propia existencia? Focalizar este problema en la literatura como si solo tuviera consecuencias para la literatura, aislada del resto de saber, es un error. Custodiar la relevancia de las asignaturas de literatura o de las lecturas obligatorias no es necesario para un sentido del romanticismo personal o de vocación de literato: es necesario porque los jóvenes del país no tienen que pagar por quien solo quiere protegerse de las consecuencias políticas de no haber atacado la cuestión de raíz.