Si las elecciones gallegas han sido termómetro de algo es del giro que el mundo está a punto de dar hacia los valores conservadores. El prestigio de la retórica liberal tiene los días contados. Las guerras de Ucrania y de Gaza, y las mentiras del procés, han puesto sobre la mesa los límites de la libertad y del progreso. El liberalismo ha dejado crecer demasiados irresponsables en la izquierda y en la derecha para poder mantener la hegemonía que ha tenido en los últimos 60 años. El gran vencedor de las elecciones gallegas ha sido el nacionalismo moderado, que se ha llevado más del 75 por ciento de los votos.
Los buenos resultados del BNG, y la victoria de Feijóo contra el Madrid de Aznar y Vox, tendría que preocupar a los partidos del régimen de Vichy. En Galicia ha ganado el discurso conservador del primer Jordi Pujol, y en Catalunya no hay ningún partido que represente esta actitud. Los herederos de Convergència han comprado todos los discursos fáciles, y han tocado todos los botones. El PSC ha pasado de defender la autodeterminación a ponerse junto a las lecturas franquistas de la historia, para abrazar después la amnistía de Pedro Sánchez. El partido catalán más conservador de los últimos años ha sido ERC, que ya es decir.
En todo el mundo occidental, las naciones empiezan a replegarse en ellas mismas, y en Catalunya no hay ninguna formación política que pueda canalizar este movimiento. Como siempre, los primeros que supieron frenar a tiempo fueron los ingleses y también, como siempre, los catalanes nos hemos quedado a medio camino, intoxicados por la guerra cultural que nos hace España. En las elecciones gallegas se ha visto muy bien hasta qué punto Sumar y Vox son sombras chinas proyectadas por Madrid —igual que lo fue Podemos en su momento—. Los límites de la propaganda judicial y mediática española se empiezan a ver más claros, incluso, que las mentiras del procés.
Ante el desconcierto que reina en el mundo, las sociedades que tienen un poco de historia y personalidad van a buscar el equilibrio en los valores de la nación, la propiedad privada y la familia
Igual que pasará en las próximas elecciones en el País Vasco, en Galicia se ha impuesto el bipartidismo local y localista, es decir, conservador. Ante el desconcierto que reina en el mundo, las sociedades que tienen un poco de historia y personalidad van a buscar el equilibrio en los valores de la nación, la propiedad privada y la familia. Después del procés, Oriol Junqueras jugó la carta plurinacional del BNG, esperando que podría sacar el barniz conservador que necesitaba de los restos de CiU. El problema es que con los restos de CiU no se puede montar un bipartidismo catalán ni hacer un partido central que lo acapare todo.
En Catalunya ahora mismo no hay posibilidad de conectar con la historia a través de ningún partido. Por eso, la opción conservadora más natural es la abstención. La abstención es heterogénea, pero tiene en común la voluntad de no empeorar todavía más la situación. Junqueras fue listo abriendo las puertas de ERC a la nueva inmigración, que representa un electorado sin memoria; pero sin el patriotismo que encumbró a Pujol ningún político podrá gobernar bien el país. Además, para una parte de los antiguos convergentes, ERC siempre será el partido de la Guerra Civil y, para la otra, siempre será el partido que no votó la Constitución.
La política catalana ha quedado embarrancada en sus frivolidades y este es quizás el peligro más grande que amenaza a Pedro Sánchez. Al líder del PSOE le conviene liderar un partido débil, que pueda usar de intermediario europeísta entre las naciones de España y Madrid. Sánchez es hijo de una España que había existido siempre pero que no había podido mandar nunca, y solo tendrá espacio mientras pueda vender una Catalunya más o menos pacificada e integrada en las instituciones. Es decir, mientras pueda conservar el espejismo de la democracia española, que es un valor casi tan importante para los españoles como para los catalanes lo es la lengua.