Jordi Cuixart se va a vivir a Suiza para representar la estrategia internacional de Òmnium Cultural en Europa. Aparte de tener una causa abierta en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Cuixart tiene una empresa que justo ha abierto una fábrica en Neuchâtel, donde irá a vivir. Habría sido más fácil explicar que te vas porque estás hasta la coronilla de Catalunya, que me huelo que debe ser un poco la verdad, pero cuando eres Jordi Cuixart es imposible desprenderte de la aureola de líder evangelizador, incluso cuando te toca anunciar que quieres pirarte de aquí como sea. Por eso, supongo, decoras como buenamente puedes tu retiro del país con un poco de épica y de "lucharemos incansablemente", a ver si todo te ayuda a mantener el sombrerito simpático por si alguna vez quieres volver. Cuixart ha ofrecido a sus fieles un último acto de servicio y ha explicado que se luchó por la paz y la bondad en el mundo —que es lo que él piensa cuando dice "derechos civiles"— cuando todo lo que queríamos algunos era que mañana nuestros hijos hablaran catalán. La amnistiainternacionalización de Òmnium es la consecuencia de haber puesto la organización en manos de un hippie y haberlo erigido en autoridad espiritual, en intocable.

Decoras tu retiro del país con un poco de épica y de "lucharemos incansablemente", a ver si todo te ayuda a mantener el sombrerito simpático por si alguna vez quieres volver

"Lávate la boca antes de hablar de Cuixart, Es muy fácil hacer artículos desde el sofá", "El día que pases por la prisión podrás hablar", y todas las formas que toma el sentimentalismo cuixartista cuando entra en las cabezas de los catalanes y se come una parte del encéfalo, son muestras clásicas y banales de culto al líder. Cuixart se puso parte de la sociedad catalana en el bolsillo entonces y lo sigue haciendo ahora porque sabe atacar la rendija con la que en este país estamos configurados de serie, que queda entre la voluntad de ser buenos antes que catalanes y la convicción de que solo teniendo razón se puede conseguir alguna cosa. Por eso envió a la gente a casa aquel 20 de septiembre y la gente le hizo caso. Por eso deconstruye la lucha por la liberación nacional en lucha por los derechos humanos y la gente se lo acepta. Por eso Òmnium vendía reproducciones de las tazas que hacía en la prisión y a la gente le pareció normal. No lo era. De la misma manera, no lo fue la pornografía familiar con la que día tras día se nos bombardeó cuando estaba en la chirona o la comodidad con la que abrazó desde el principio la condición de mártir. Cuixart fue uno de los máximos exponentes de la caída de la política catalana en una espiral de chantaje emocional y libros de cuentos para niños desde la prisión, y ni siquiera se jugaba cuatro votos. Lo hizo gratis, porque sentirse adorado le pesó más que tratarnos como adultos.

Cuixart deconstruye la lucha por la liberación nacional en lucha por los derechos humanos y la gente se lo acepta

Cuixart tiene la pipa legítimamente llena de Catalunya y se va. Entiendo, pues, que no lo volveremos a hacer. Gracias a Dios, no lo volveremos a hacer. No volveremos a pasar el nacionalismo por el cedazo del pacifismo para neutralizar las movilizaciones que broten, si es que nos movilizamos otra vez. No volveremos a basar el independentismo en proclamas destinadas al consumo emocional para eludir nuestra responsabilidad sobre la realidad política. No volveremos a generar líderes intocables y no sujetos a crítica. O quizás sí, porque, desgraciadamente, los males del independentismo ni nacen ni mueren con Jordi Cuixart. Él solo les hacía de vehículo. Un vehículo eficiente, podríamos decir. Un Ferrari de todo lo que a algunos nos hace mirar atrás y nos avergüenza, y nos hace mirar adelante y nos desespera. Jordi Cuixart se va, pero el trabajo ya está hecho. Ahora nos toca a nosotros empezar a deshacerlo.