El momento más importante del biopic de Bob Dylan es cuando sale a tocar The Times They Are A-Changin en el festival de folk de Newport. Después de media película, Dylan ya sabe que está en el lugar equivocado, con los amigos equivocados, ante un público demasiado dispuesto a dejarse manipular. También sabe que está enamorado de dos mujeres que lo dejarán solo después de pelearse por futesas que no tienen nada que ver con su corazón. Todavía no ve cómo saldrá del aprieto, pero eso le da fuerza para cantar mejor y para llegar con más intensidad al alma del público.

Con una mala leche artística exquisita, el guionista hace corear el estribillo de la canción a la multitud de bobos que escuchan a Dylan mientras nuestro héroe se transforma, alimentado por la adrenalina de la situación. A partir de aquí queda claro que el biopic se puede leer como un manifiesto político contra Europa y los europeos. Ya se intuye antes, cuando Elle Fanning, haciendo de Suze Rotolo, refunfuña porque Dylan no le habla nunca de su pasado. O cuando Dylan va a ver a Woody Guthrie al sanatorio destartalado donde los activistas tienen olvidada la leyenda blanca del blues y se encuentra a Pete Seeger.

Con toda su grandeza, Seeger no puede evitar hacerse la buena persona para intentar ganarse la aprobación artística de un hombre deshecho que no se puede ni limpiar el culo solo. Seeger todavía pertenece a la América influida por Europa. Está casado con una japonesa y vive entre los algodones retóricos de la ilustración y los sueños utópicos de los idealistas del siglo XIX que acabaron en la picota o en el exilio. Igual que Dylan, Guthrie es hijo de la América del Far West, viene de un mundo brutal y autosuficiente, donde poca gente se puede permitir tener un pasado o una ideología. Dylan se llamaba Zimmerman y era hijo de una familia de judíos alemanes, pero el filme ni siquiera lo menciona.

A Complete Unknown es la típica película americana del solitario que hace progresar el mundo enfrentándose a la estulticia general. Los americanos comprenden mejor que los europeos el poder transformador de la destrucción creativa. Por eso pueden hacer películas como Civil War, donde la población arrasa su propio país para intentar salvarlo. Por eso pueden escarnecer el movimiento folk y exponer las miserias de sus Lluís Llach, sus Jaume Sisa y sus Maria del Mar Bonet. La cuestión es que Dylan sabe que tiene que saltar de un barco que se hunde, mientras que sus amigos activistas subliman las dudas y la ufanía mirándoselo como un trozo de madera al cual agarrarse.

El final de la película me impactó, quizás porque la vi el mismo día que Donald Trump trituraba el protocolo diplomático de las salonières del siglo XVIII y de la Europa del Congreso de Viena en la cumbre con Zelenski. Para ajustar la historia al guion, Dylan decide romper las normas del festival de folk de sus amigos y toca un set de temas eléctricos, entre los que hay Like a Rolling Stone. Escuchada una hora después de The Times They Are A-Changin', es como revivir la historia europea (la catalana y la ucraniana) de los últimos 20 años. Penseemos en estos versos: “Now you don't seem so proud / About having to be scrounging your next meal.”

La militarización acelerada del continente solo servirá para alentar las huidas adelante y estropear todavía más la democracia. Basta con ver la película y prestar atención a lo que pasa en Catalunya. No hace falta ir a Ucrania a hacerse matar

Desde el mismo momento en que suena la primera guitarra eléctrica, el público se indigna. La gente silba, y alguien grita por encima de la multitud: “¡Judas!” Dylan se gira y responde con aquel mítico: “I Don't Believe You”. Y parece que Trump responda a Macron con un tuit, después de despachar a Zelenski para presentarse en la Casa Blanca pidiendo la luna. Si yo fuera francés o alemán, iría a ver A Complete Unknown y miraría bien qué pasa en Catalunya antes de aplaudir los planes de militarización anunciados por Bruselas. Un ejército necesita una nación fuerte y madura detrás, igual que todo artista necesita a un público conectado con la realidad para que la fama no lo consuma.

En Catalunya, tenemos un presidente que no habría sido escogido sin la persecución del independentismo y que reivindica a Zelenski en nombre de la democracia, ignorando que Trump cumple un mandato de las urnas. Su partido y la burguesía que le da apoyo esperan enriquecerse con contratos menores, como los que han facilitado los nuevos camiones de la basura de Barcelona. El principal diario de papel se ha permitido incluso coger el libro de un autor perseguido por Franco, y tergiversarlo para justificar los nuevos planes económicos del gobierno, financiados por la Unión Europea. Si eso pasa en Barcelona, ¿qué puede pasar en París, Madrid o Berlín con el dinero que dará la industria militar?

El biopic de Dylan reivindica el respeto a la verdad y el conocimiento de las raíces como a base del progreso y de la inteligencia colectiva. Nos recuerda que los americanos están haciendo con la política lo que hicieron con la cultura hace más de medio siglo: independizarse de los europeos. Ya no miran tanto la alianza con Francia que les dio la independencia de Inglaterra, sino el siglo XIX y la conquista del Oeste. Las raíces de Europa, en cambio, se encuentran en la edad media, no en el mundo decimonónico a donde nos quieren llevar los viejos estados coloniales que cierran filas en Bruselas, ofendidos con los Estados Unidos.

Los catalanes sabemos dónde tenemos que mirar, porque nuestro patriotismo precede el Estado nación y podemos decir que Dylan es el trovador más importante desde los tiempos de Ramon Llull. Pero buena parte de los europeos tendrá más trabajo en distanciarse de la propaganda de los políticos y gritar, como Dylan: “No me lo trago.” Será una lástima, porque la militarización acelerada del continente solo servirá para alentar las huidas adelante y para estropear todavía más la democracia. Basta con ver la película y prestar atención a lo que pasa en Catalunya, después de años de pronunciar discursos y de tocar la guitarrita como los amigos de Dylan. No hace falta ir a Ucrania a hacerse matar.