Hace unos días tuve el privilegio de compartir una agradable conversación con una de las mentes más afiladas del panorama cultural catalán. Me contaba su histórica curiosidad por estar al día de lo considerado cool en el mundo en cada momento. Está convencido de que para que algo funcione, además de las cualidades que lo configuran, tiene que ser cool. Quizás lo podríamos traducir como "atractivo", pero para que se entienda exactamente, creo que podemos decir que cool significa que "mola mucho". Como no le pedí permiso para utilizarlo en un artículo, no desvelaré el nombre de esa persona. Espero que no le sepa mal, de todas formas, le pido una disculpa preventiva. Como saben, no existe una sola manera de pedir perdón.
No le pedí permiso porque mientras hablábamos en ningún momento me vino a la cabeza la idea de hacer un artículo. Los puntos se unieron al conocer el sondeo realizado por el ICPS, que dice que la mitad de los jóvenes catalanes son tibios con el autoritarismo. Ha habido bastantes reacciones, sobre todo en forma de pregunta: ¿cómo puede ser que ahora lo revolucionario sea la derecha? ¿Cómo es posible que se haya invertido la tendencia histórica que decía que de joven se es revolucionario y de mayor más conservador? Para mí una de las respuestas es que el sistema no es cool, no mola nada. Y si no mola, no va. Los funcionarios, los políticos, su forma de hablar, el pensamiento políticamente correcto, la imposición woke en determinados ámbitos, etc. No mola. No le quito importancia ni gravedad a lo que piensan estos jóvenes de entre 18 y 24 años. Intento entenderlo. Y también ponerle contexto: hablamos de una generación que mayoritariamente desconoce quiénes fueron Jordi Pujol y Pasqual Maragall. Ni que decir tiene que no saben qué es el holocausto, ni casi nada de la guerra civil española ni de Franco. Y a quienes, después de que algunos hayan desgastado tanto algunas palabras, parece que no les importa que los tachen de machistas o de fascistas. Para quien ya se haya llevado las manos a la cabeza, debe saber que, aparte del sistema, la ideología woke no mola. Y, por otra parte, que defender la lengua no mola; que el independentismo no mola. Porque solo cuenta lo que se hace, no lo que se dice.
Los funcionarios, los políticos, su forma de hablar, el pensamiento políticamente correcto, la imposición woke en determinados ámbitos, etc. No mola.
Y así como en los dos primeros casos puedo estar bastante de acuerdo y muy de acuerdo, respectivamente, los otros dos me saben muy mal y —más allá de si es justo o no que esto ocurra— lo que propongo es otra vía. Hacer las cosas de una forma que mole. Porque las innovadoras grandes manifestaciones independentistas molaron. El 9N moló. El 1 de Octubre moló. Por cierto, haríamos bien en recordarlo así y fijarlo como un hito si no queremos que incluso esto caiga en el olvido. Hablar en catalán tiene que molar. No puede ser una batalla diaria solo apta para héroes. No puede ser que el incentivo sea que si no desaparecerá "por vuestra culpa". Tiene que molar. Quizá alguien pensará "será que España mola tanto que ya no son indepes". No, pero eso ya está ahí, se da por supuesto. "Y Vox, ¿mola?". Pues de algún modo es el reflejo —más acertado o menos— de una tendencia que está en alza en toda Europa en contra del sistema, los woke y en el Estado también contra el independentismo. No hay que mirar solo a los jóvenes. En según qué círculos, sobre todo barceloneses —en otro tiempo, al menos, sensibles al independentismo— ahora mola el PSC. Seguir insistiendo en la dinámica que nos ha traído hasta aquí no parece lo más inteligente.
Termino con optimismo. De los símbolos institucionales del país, el que más mola actualmente es el Barça No lo den por obvio, porque hace cinco años no molaba nada. Laporta ha dado la vuelta a la situación: solo importa lo que se hace.