No, no fue ETA, señor Aznar. En la política española y todo lo que la rodea emerge a menudo aquella picaresca de toda la vida, aquella corruptela empapada de un aire entre cutre y grotesco, ante la cual primero se mira hacia otro lado, después se niega la mayor y, finalmente, se acaba admitiendo la culpa. Por la puerta de atrás, quizás cortando alguna cabeza antes de echarle por encima el volquete entero de arena al asunto, no vaya a ser que un Koldo o un Ábalos cualquiera te arruinen la legislatura y toda la carrera. Pero esta no es, ni mucho menos, y a pesar de la larga y fecunda tradición que la avala, incluso literaria, la gran aportación hispánica a la ecuación universal que vincula la política con la mentira, o la media verdad; con el decalaje —a veces el abismo— entre lo que se dice y hace y lo que es. No. La verdadera innovación es el sostenella y no emmendalla en forma de gran fake de Estado. No fue Donald Trump quien lo inventó, lo del fake de Estado, ni los estrafalarios asaltantes del Capitolio, sino José María Aznar y su gobierno en medio de la conmoción por la masacre yihadista de Madrid del 11 de marzo del 2004, hoy hace exactamente 20 años.
No, no fue ETA, señor Aznar. Fue una franquicia local del terrorismo islamista que quiso repetir en la capital española los atentados del 11-S del 2001 en Nueva York y Washington. Y si, ante el alcance de la tragedia, es decir, de los 191 muertos y más de 1.700 heridos que provocó la cobarde acción de aquellos tristes émulos de Al-Qaeda, se puede entender o justificar el desconcierto inicial, en el gobierno, en los partidos, en los aparatos de seguridad, no es de recibo que se mantuviera la duda hasta el final. Como se hizo durante aquellas jornadas, a pesar de las pruebas aparecidas que vinculaban la acción con los islamistas, y... se ha seguido haciendo hasta el día de hoy. Primero, mediante la teoría de la conspiración, y, con el tiempo, y con la ayuda de las redes sociales y la conversación digital, con la fakistización definitiva de la gran mentira de Estado como realidad al gusto del consumidor. En este caso, del votante modelo de la derecha española, hoy mayoritariamente bastante más trumpista que franquista, más Ayuso que Abascal. La diferencia esencial entre la mentira de Estado y el fake de Estado como el del 11-M es que el segundo es, como todo fake, indemostrable. Mientras la primera cae tarde o temprano por el peso de los hechos, de la gente que, enseguida se empieza a preguntar quién ha sido, como sucedió en el 11-M frente a las sedes del PP, el fake aguanta lo que convenga porque, paradójicamente, no necesita ser demostrado: es solo un fake, pero me gusta. He ahí su naturaleza, tan cínica como perversa, tan adictiva como letal para la verdad y la convivencia en el ágora pública, en el espacio de opinión consustancial a la democracia.
No, no fue ETA, señor Aznar. El relato del 11-M que se montó usted, señor Aznar, fue el mayor intento de manipulación informativa de la historia reciente de España, después del mayor atentado de la historia de España, es más, del peor cometido en Europa en el siglo XXI. Y, por eso no es de recibo, que, pasados 20 años, usted todavía no haya reconocido ni en una sola ocasión, no ya que mintió: que, con la línea de investigación más teóricamente favorable a los intereses de su partido, alimentó hasta el final la duda sobre la autoría; e intentó que le compraran la burra policías e investigadores honestos y directores de los principales diarios (y lo consiguió, con la mayoría) para evitar un vuelco electoral que igualmente se produjo tres días después. No, es que usted ni siquiera reconoce que se equivocó. Otra evidencia (si lo hiciera, volvería a no decir la verdad) de que en medio de aquella tragedia mintió a placer. El gran fake de Estado del 11-M no es de recibo para la memoria de las víctimas de aquella barbarie, pero también de todo el resto, incluidos los votantes y los militantes del PP. O, ahora, de Vox. Ellos también tenían y tienen el derecho a saber lo que usted conoce perfectamente, a menos que les considere menores de edad o incapacitados para acceder a tal revelación o cooperadores necesarios del atentado a la verdad, que todo podría ser. Pero en fin, usted no se equivoca nunca. Si bien errare humanum este, ya sabemos que Usted no es humano, señor Aznar. Si no al contrario, somos media humanidad, o más, que le debemos casi la existencia, a usted.
El gran fake de Estado del 11-M se ha mantenido vivo porque todavía sirve como plantilla de fabricación de mentiras ad hoc, de lawfare, y señalamiento de enemigos de la España una y aniquilación política del disidente
No, no fue ETA, señor Aznar. Los terroristas islamistas que cargaron las mochilas-bomba de los trenes de Atocha no planificaron la matanza en la cima de una montaña asturiana donde los esperaban un lugarteniente de Josu Ternera y un emisario de Alfredo Pérez Rubalcaba. Tampoco el Estatut de Autonomia de Catalunya del 2006 puso en riesgo la unidad territorial de España, por más que el Tribunal Constitucional lo fulminara después de haber sido aprobado por el pueblo y los parlamentos. Como tampoco fue un golpe de Estado la consulta del 9-N del 2014 o el referéndum de independencia de Catalunya del 1 de octubre del 2017. Ni hubo terrorismo en las legítimas protestas contra la vengativa sentencia del Tribunal Supremo que condenó a los líderes del Procés independentista. Ni tampoco la amnistía pactada por Pedro Sánchez y Carles Puigdemont es ninguna traición a ningún derecho ni esencia patria ni ley española o europea. Pero el gran fake de Estado del 11-M se ha mantenido precisamente por eso: porque todavía sirve, porque todavía es extraordinariamente útil como plantilla de fabricación de mentiras ad hoc, de lawfare, y señalamiento de enemigos de la España una y aniquilación política del disidente. Como juguete de jueces, de policías y ministros patrióticos y de monarcas asustados por el peso de la verdad que no quieren entender. "El que pueda hacer, que haga..." Y dura, y dura y dura, el conejillo del anuncio de pilas que tocaba el tambor.