Ahora que la pandemia de la covid-19 se está dando por finalizada en muchos países del mundo, como por ejemplo acaba de anunciar la Administración norteamericana, comenzamos a escuchar discursos sorprendentes. Como el del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que en una conferencia en la Universidad de Ottawa, tuvo la desfachatez de decir que en su país no se había obligado a nadie a vacunarse contra la covid. Es más, dijo que comprendía perfectamente a quien, como decisión individual, prefiriera no hacerlo. Incluso, llegó a reconocer que las inoculaciones podrían causar efectos graves. También repitió el mantra de las vidas salvadas por estos productos, sí. Esto último no sorprende, pues forma parte del repetido eslogan que, sin estar fundamentado en estudios científicos, sino en estadísticas matemáticas y especulaciones, se dice una y otra vez por quienes, de manera evidente, tienen interés en que esa idea quede en el colectivo.
Afirmaba lo apuntado como si no se hubiera perseguido a la ciudadanía residente en Canadá, limitando los derechos y libertades de los no vacunados. Mientras ese mismo Trudeau daba discursos cargados de odio contra ellos. Como si no se hubiera amenazado con bloquear cuentas bancarias, se hubiera despedido del trabajo y se forzase a la inoculación para poder participar de la vida comunitaria y social. De eso el señor Trudeau parece no recordar nada.
Esta semana también aparecía Anthony Fauci, quien durante la pandemia estaba al frente de la toma de decisiones desde la Administración norteamericana, entrevistado por The New York Times. Otro que cambia el discurso y aparece ahora a decir que él nunca forzó a tomar medidas a nadie, que solamente las recomendaba. Y dice también, por "lo bajini", que muchas de las medidas que se implementaron, no resultaron eficaces. Más bien, lo contrario. Ahora, según Fauci, hay que abrir la mente y asumir las posibles teorías sobre el origen de la covid-19. Él, quien ha sido señalado como muñidor en la sombra de la censura y persecución de expertos científicos que desde el principio plantearon la posibilidad de la fuga de laboratorio. Él, que supuestamente ha estado presionando por todas partes para que el discurso crítico contra las medidas sin base científica, y quienes exigían debate ante las dudas más que razonables, fuera censurado y tachado de "conspirador" y "desinformación".
También hemos visto a Fernando Simón, nuestro Fauci, diciendo que pronto se dejarán de llevar mascarillas en centros sanitarios como residencias de mayores, hospitales y farmacias. No se sabe muy bien basándose en qué criterio se tomará la decisión, pero será pronto. Madrid y Catalunya ya lo han exigido al Gobierno. Y es que, está a estas alturas más que demostrado que las mascarillas no han aportado ningún beneficio, y de hecho, ya se apunta a que si han conseguido hacer algo, ha podido incluso ser perjudicial. Hay estudios que nos hablan ya del MIES, que es un síndrome que se desarrolla por el uso excesivo de las mascarillas, y que se ha podido incluso confundir con el llamado "covid prolongado" o "long covid". Durante su intervención pública, Simón ha reconocido que las mascarillas no sirven para evitar contagios. Pero, tras decir esto, señala que ahora serán las personas infectadas las que deberán tomar la decisión personal de ponerse mascarillas para evitar contagiar a otras personas. Volvemos otra vez a los discursos totalmente contradictorios.
Da la sensación de que se está reescribiendo la historia. De que ahora parece que nadie hizo, nadie dijo y nadie cometió los errores más graves que jamás se hayan cometido. Mientras todo esto sucede, a nivel europeo se está preparando ya una legislación nueva en materia de medicamentos. Una nueva normativa que viene preparándose durante los últimos tres años. Y que ha sido frenada, una y otra vez, por la enorme influencia de la industria farmacéutica.
Se supone que se quiere regular la normativa para crear un mercado único de medicamentos en la UE, que permita el acceso a productos básicos a coste equilibrado. Pero también se regularán procedimientos de autorización más rápidos por parte de la EMA, para permitir la competitividad de las industrias farmacéuticas en Europa en comparación con otras regulaciones internacionales. Ahora que se han cometido una serie de atropellos incalculables, en lo que al proceso de creación, venta y distribución de vacunas contra la covid-19 se refiere, han visto que tienen margen para seguir colándonos goles a los ciudadanos "pagaimpuestos" que tragamos con todo.
A medida que la realidad se hace ya, incontestable, se pretende pasar página y escurrir todos los bultos. Como si nada hubiera pasado. Como si no se pudieran tomar medidas contra quienes tomaron decisiones absolutamente contrarias a la ciencia y a la vida. Y lo más grave de todo, es la capacidad de tragar y tragar de la sociedad totalmente anulada.
Parece dar igual el informe elaborado por el Tribunal de Cuentas de la UE, donde denuncia la negociación sin transparencia de los contratos con las principales compañías; donde exige a la presidenta de la Comisión que muestre las conversaciones mantenidas con Bourla, CEO de Pfizer sobre la venta millonaria de dosis; donde se exigen explicaciones importantes sobre decisiones que vulneraron normas y procesos de la Unión. Parece también que la Comisión de control sobre las medidas contra la covid-19 celebrada en el Parlamento Europeo se pasará por alto. Como las que se han ido desarrollando en distintos Estados, en sus Congresos, que no tendrán consecuencia alguna a pesar de la gravedad de lo que en ellas se ha denunciado.
¿Qué ocurre para que nadie parezca ver la gravedad de lo que estamos viviendo? Nos han estado mintiendo con los datos supuestamente oficiales, nos han estado contando una trola detrás de otra, tapando una mentira con otra, y poniendo en riesgo la salud e incluso la vida de las personas. Y aquí no pasa nada. Y las víctimas de todo esto, solas, anuladas y absolutamente menospreciadas. Y existen. Muchísimas. Pero también para eso haría falta querer saber cuántas son, y establecer mecanismos para ayudarlas. Pero tampoco.
El ministro de Sanidad alemán reconoció recientemente que deberían abrirse mecanismos específicos de análisis, acompañamiento y compensación para las personas afectadas por las llamadas vacunas contra la covid-19. Y reconoció, también, haber hecho afirmaciones en el pasado que no eran ciertas, con relación a los beneficios y seguridad de las inoculaciones.
Lo que ha sucedido durante la pandemia no tiene precedentes en cuanto a desinformación, engaño, y falta de ética se refiere. La manipulación de la opinión pública, la persecución a quienes hemos informado de lo que sucedía, y el destrozo de los derechos y libertades es inaceptable.
A medida que la realidad se hace ya, incontestable, se pretende pasar página y escurrir todos los bultos. Como si nada hubiera pasado. Como si no se pudieran tomar medidas contra quienes tomaron decisiones absolutamente contrarias a la ciencia y a la vida. Y lo más grave de todo, es la capacidad de tragar y tragar de la sociedad totalmente anulada.
El trato a nuestros mayores debería ser suficiente como para unir a la sociedad al completo y llenar las calles y los juzgados de denuncias. Como el trato a nuestros pequeños. Como la colaboración cómplice de los medios de comunicación. Y de los supuestos expertos, plagados de conflictos de intereses. Es muy posible que haya quien prefiera no saber lo que ha sucedido. Incluso, quien esté sufriendo posibles efectos adversos y no quiera ni plantearse que puedan deberse a la inoculación, puesto que esto supondría tener que reconocer que le han engañado. Nadie es más listo ni más tonto ante una situación como la que hemos vivido.
Potencialmente, la gran mayoría somos víctimas de un tinglado que se ha organizado desde hace tiempo y desde lugares de poder que no somos capaces de imaginar. Haber creído en la versión oficial ha llevado a mucha gente a dar pasos de los que ahora se arrepiente. Y como sienten que la decisión fue suya, callan.
Para eso precisamente salen ahora a la palestra Trudeau o Fauci: para que usted sienta que si ha podido tener una miocarditis, un ictus, una muerte repentina de un familiar, problemas en su menstruación, un turbocáncer, tras inocularse, la responsabilidad es suya. Ahora ya no dicen aquello de "sanas y eficaces". Ya no.
Precisamente estos días también se alertaba de que un gran porcentaje de la población está dejando de vacunarse, debido a la desconfianza generada tras la pandemia. Y lo más divertido es que pretenden culparnos a los que no nos hemos vacunado de este hecho. Como si no fuera ya suficientemente escandaloso todo lo sucedido, por mucho que lo hayan ocultado y cambien continuamente de discurso para proteger a las farmacéuticas.
Sobre la valoración, basada en datos oficiales, le recomiendo ver esta conferencia, que también se ha publicado esta semana, del Doctor en Medicina y Farmacia, Juan Erviti. Y saque usted sus propias conclusiones. Esta es, sin duda, la información que todo el mundo se merece saber.
Cuesta trabajo pensar el porqué y para qué tanta mentira, tanta persecución y tanto amaño. Sobre ello, también le recomiendo escuchar al filósofo Jordi Pigem, con quien he tenido el placer de hablar esta semana. Nuestra conversación puede verla aquí.
No pasaremos página. Porque aquí hay mucho que contar y muchas responsabilidades que exigir.