¿Por qué hablar de inmigración y de la bomba de relojería en la que se está convirtiendo Catalunya es tabú? ¿Por qué no se puede decir que la inmigración es un problema si realmente lo es? ¿Por qué no se puede decir que este problema, además, se agrava si se trata de inmigración musulmana? ¿Por qué no se puede hablar de los riesgos de radicalización que comporta el integrismo islámico? ¿Por qué no se puede decir que la inmigración musulmana, salvo honrosas excepciones, no tiene ningún interés en integrarse? ¿Por qué no se puede decir que esta inmigración musulmana que no se quiere integrar es un peligro para los valores de la sociedad occidental? ¿Por qué no se puede decir que su objetivo es que dentro de cincuenta años en Europa todas las mujeres lleven velo porque ellos, los musulmanes, habrán conquistado Occidente, como no se privan de proclamar? ¿Por qué no se puede decir que el islam no es tan solo una religión, sino un determinado modo de vivir que lo rige y controla todo?
¿Por qué si los violadores grupales de una chica son alemanes o ingleses se dice y si son magrebíes o sudamericanos no? ¿Por qué cuando los delitos son cometidos por según qué inmigrantes se dice y por según qué otros no, lo que, efectivamente, significa que son musulmanes o sudamericanos? ¿Decirlo es racista? ¿Y no decirlo qué es, si no? ¿Por qué se oculta de dónde son una madre embarazada y sus tres hijos que han sido desahuciados? ¿Por qué no se dice que unos menores que agreden brutalmente a un hombre para robarle son marroquíes? ¿Por qué no se puede decir que un sin techo que duerme en la calle es un inmigrante marroquí irregular, si realmente no tiene papeles, y se miente haciendo ver que es un sin techo a secas y escondiendo que tiene antecedentes por robo con violencia? ¿Por qué se confunde interesadamente inmigración ilegal con pobreza, miseria y vulnerabilidad social dando gato por liebre? ¿Por qué no se puede decir que en algunos casos hay una relación directa entre inmigración e inseguridad ciudadana, si realmente existe y cada vez más? ¿Por qué no se puede decir que la mayoría de los delincuentes detenidos son extranjeros y por qué se esconde su nacionalidad?
¿Por qué no se puede decir que en Catalunya la inmigración sudamericana —también salvo honrosas excepciones— tampoco tiene especial interés en integrarse, puesto que con la lengua castellana le basta para ir tirando? ¿Por qué se permite que esta inmigración sudamericana pueda trabajar y vivir en Catalunya no tan solo sin la necesidad de hablar catalán, sino sin tener la más mínima voluntad de entenderlo, cuando en cualquier otra parte del mundo, si no supieran la lengua del país, no podrían estar? ¿Por qué la lengua y la cultura catalanas no pueden ser conocidas, y por supuesto respetadas, por los inmigrantes, como sucede en cualquier otro lugar con sus señas de identidad? ¿Por qué en todo el mundo es el inmigrante quien debe integrarse en la comunidad que lo acoge, menos en Catalunya, donde son los catalanes quienes deben adaptarse a la manera de ser y de hacer de los que llegan? ¿Por qué no se puede decir que Catalunya tiene el índice de inmigración más alto de España, y casi de Europa, y que roza el umbral de lo que se considera tolerable y asumible? ¿Por qué no se puede decir que en determinados municipios ya son más los nacimientos de progenitores de nacionalidad extranjera? ¿Por qué no se puede decir que mucha gente tiene la sensación, y a menudo la certeza, de que para los inmigrantes existen todo tipo de ayudas y para ellos, en cambio, no? ¿Por qué no se puede hablar de la necesidad, cada vez más urgente, de regular la inmigración? ¿Por qué no se puede decir que la única inmigración tolerada tiene que ser la legal y la que el país pueda absorber y no la que sature sus servicios sociales y asistenciales? ¿Por qué no se puede decir que todo eso no tiene nada que ver con la multiculturalidad?
¿Por qué en todo el mundo es el inmigrante quien debe integrarse en la comunidad que lo acoge, menos en Catalunya, donde son los catalanes quienes deben adaptarse a la manera de ser y de hacer de los que llegan?
¿Por qué los medios de comunicación, públicos y privados, siguen a rajatabla estas reglas no escritas según las cuales quien no las observa es tildado de racista, xenófobo, supremacista e incluso de fascista? ¿Por qué los partidos políticos denominados tradicionales no han querido nunca afrontar el debate de la inmigración y ahora se quejan de que se lo hayan apropiado las fuerzas que califican de extrema derecha? ¿Por qué cuando ha ocurrido un problema siguen haciendo ver que no existe y señalando, no a los responsables de causarlo, sino a los perjudicados? ¿Por qué no se puede decir que ha sido precisamente su inacción lo que ha engordado la bola del racismo? ¡Cuánto daño ha hecho y hace a la sociedad catalana el buenismo malentendido con el que la llamada izquierda woke ha hecho de la imposición de la dictadura de la corrección política la nueva ortodoxia, en definición muy acertada del profesor Joan Ramon Resina! ¡Cuánto daño hace este wokismo que fluctúa entre el llirisme, el postureo, la intransigencia y el sectarismo, y que ha eliminado del debate público ciertas cuestiones con la amenaza de anatematizar a quien ose plantearlas!
"Tenemos a 50 millones de musulmanes en Europa, hay indicios de que Alá concederá la victoria al islam en Europa, sin espadas, sin armas, sin conquista, lo convertirá en un continente musulmán dentro de unas décadas", pronosticó el desaparecido líder libio Moammar al-Gadafi en 2006, según recogía al escritor norteamericano Selwyn Duke en enero de 2017 en el portal Observer.com. Como él, otros dirigentes árabes no se han privado de repetirlo también públicamente. Y si eso pasa —de hecho, hacia ahí vamos—, será por culpa de los europeos, y de los catalanes, en el caso concreto de Catalunya, que han dimitido de sus funciones. La política migratoria de Europa ha sido un fracaso. Y básicamente lo ha sido y lo es porque no ha existido. De ahí vienen todos los males, porque la imagen cada vez más frecuente de mujeres con todo tipo de velos e incluso con niqabs por las calles de pueblos y ciudades de Catalunya y de niñas bañándose en burkini en las piscinas públicas no tiene nada que ver con los valores de la cultura occidental, de raíz grecorromana y judeocristiana y de base democrática. Y hay que ponerle freno antes de que sea demasiado tarde —Francia acaba de prohibir la túnica islámica, la abaya, en las escuelas—, si no es que en realidad ya lo es.
Una de las últimas gotas que ha colmado el vaso de la paciencia con tanta intolerancia es la campaña orquestada contra la escritora Najat El Hachmi tras ser escogida pregonera de las fiestas de la Mercè de Barcelona de este año. Ahora resulta que quien discrepa no tiene derecho a existir, que es de hecho como funciona el mundo musulmán, pero en teoría no el occidental. No les gusta porque defiende y argumenta por qué el velo es una herramienta de subyugación de la mujer, de dominación patriarcal, y en ningún caso de liberación, como algunos pretenden hacer creer. ¿Por qué matan a las mujeres en Afganistán? ¿Por ponerse el pañuelo o por quitárselo? Pues queda todo dicho.