Mañana comienza la 77ª Asamblea de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Está previsto que termine el próximo 1 de junio, y el eslogan escogido para la cita de este año es “Todos por una salud. Una salud para todos”. En el orden del día está previsto abordar cuestiones de gran calado, señaladas en “pilares principales” de la reunión, como la “cobertura sanitaria universal para mil millones más de personas, una “mejor protección frente a emergencias sanitarias para mil millones más de personas”, “mejor salud y bienestar para mil millones más de personas”, “una OMS más eficaz y eficiente que preste mejor apoyo a los países”. Ciertamente, todos los asuntos que se abordarán son de gran interés. Pero en esta ocasión, esta 77ª Asamblea de la OMS suscita un interés especial, puesto que está previsto que en ella se aborden dos cuestiones muy relevantes: las enmiendas al Reglamento Sanitario Internacional y la propuesta de Tratado/Acuerdo de Pandemias.
Es preciso saber que España forma parte de esta organización, aunque no conocemos de manera abierta quiénes acudirán a representarnos allí, ni tampoco la postura que presentarán sobre cuestiones que se tomarán en nuestro nombre. La transparencia es una asignatura pendiente en este ámbito, y por supuesto, ya ha habido países que han anunciado no poder llevar su postura ante la asamblea por no haber dispuesto del tiempo necesario (mínimo de cuatro meses) que establece la Constitución de la OMS para elaborar los informes pertinentes en estos casos. Sabemos, porque así lo han dicho los distintos responsables del Ministerio de Salud de España, que “apoyaremos el Tratado de pandemias”. Pero no ha trascendido mucho más. Y este simple hecho, ante el enorme silencio por parte de las formaciones políticas que nos representan, así como de los medios de comunicación generalistas que nos deben mantener informados, es realmente preocupante.
Cuestiones meramente técnicas
A pesar de que se ha hecho mucho hincapié en que la OMS alcanzará el acuerdo, lo cierto es que también hemos podido conocer que la realidad en las negociaciones no parece apuntar en este sentido. Son fuertes y contundentes las críticas a los planteamientos establecidos. Sin ir más lejos, en Reino Unido, la propuesta la han rechazado ya. El ministro de Salud, Andrew Stephenson, afirmó ante el Parlamento que su gobierno está “luchando firmemente por los intereses de Gran Bretaña” y añadió “que la OMS debe respetar plenamente la soberanía nacional” en cualquier tratado que surja de las negociaciones.
El propio ministro ha explicado públicamente que la propuesta presentada hasta ahora “no es aceptable” y, por ello ha afirmado: “A no ser que se modifique, no la firmaremos”. Desde la cámara, y desde distintas posturas políticas, la decisión parece ser compartida: denuncian no haber tenido tiempo para abordar el debate de una manera clara, con transparencia, y además, algunos también apuntan al enfoque e intenciones del texto propuesto.
La urgencia de implementar acuerdos nuevos y vinculantes en previsión de un inminente ataque viral global “no está justificada por la evidencia científica”
En Reino Unido no han sido los únicos que han anunciado ya una postura de rechazo, al menos en estos momentos, debido a la falta de cumplimiento en los plazos, en la transparencia absoluta del debate necesario. Y también en cuestión de la soberanía nacional, puesto que es una cuestión de máxima relevancia sobre la que, por ejemplo, 22 fiscales de estado, en Estados Unidos, advirtieron al presidente Biden por escrito. Países Bajos tampoco apoyará por el momento, puesto que en sede parlamentaria se denunció no haberse cumplido los plazos establecidos ni la transparencia necesaria. Sirvan como muestra la de estos países, nada sospechosos de ser contrarios a la democracia y a la estructura de la OMS.
No han sido capaces de llegar a un texto unificado de borrador
Según información publicada en las últimas horas, parece que no habrá texto que analizar, puesto que después de dos años de negociaciones, no han sido capaces de ponerse de acuerdo en unos mínimos. Roland Driece, copresidente de la junta de negociación del acuerdo de la OMS, ha afirmado el pasado viernes que no estaban donde esperaban estar cuando iniciaron el proceso, en relación al documento de propuesta del Tratado de Pandemias. El jefe de la OMS, Tedros Adhanom, considera que “no es un fracaso”, y ha anunciado que “lo intentarán todo” y “harán que suceda, porque el mundo sigue necesitando un tratado contra pandemias”. Tedros quiere dar a entender que las negociaciones fracasan porque “los países ricos” no se ponen de acuerdo con “los países pobres”. Y repite una y otra vez que en ese sentido, estamos ante “un fracaso moral catastrófico”.
Hay que ahondar un poco más para conocer que los puntos de conflicto tienen en realidad que ver con la soberanía nacional, y además, con el intercambio de información sobre patógenos, derechos de propiedad intelectual y vacunas. Es posible que de la 77ª Asamblea surja una especie de documento base, de “esqueleto”, que vaya desarrollándose posteriormente. Está por ver. Pero no podemos olvidar que, en la misma reunión, se abordarán las enmiendas al Reglamento Sanitario Internacional, que sí existe y está vigente desde los años cincuenta del siglo pasado. Y no podemos dejar pasar por alto que muchos de los asuntos que se pretendían plasmar en ese supuesto tratado de pandemias, están también planteados en las enmiendas al RSI. Esto significa que puede que lo que no se meta por la puerta, entre por la ventana.
Hasta aquí, una breve visión sobre cuestiones técnicas, la falta de transparencia y el contexto en el que se va a celebrar la 77ª Asamblea. A continuación, algunas reflexiones sobre por qué considero que España no debería apoyar estos planteamientos y, basándonos en los procedimientos establecidos, debería escribir de manera argumentada su rechazo para que no nos sea de aplicación lo que quiera que sea que finalmente acuerden sin nuestro conocimiento ni consentimiento.
El punto de partida: pandemias y más pandemias
La razón principal para abordar una normativa internacional sobre pandemias es, que después de la que hemos vivido con el SARS-CoV2 (Covid-19), deberíamos ir preparándonos para las que vendrán. Este es el argumento estrella, y poco más se desarrolla al respecto. Sin embargo, no estaría de más escuchar a los expertos (a los científicos que no tienen conflicto de interés con la industria farmacéutica), qué opinan sobre las posibilidades reales de que suframos pandemias de origen natural en estos momentos. Porque todos coinciden en que es remotamente improbable que algo así suceda. La urgencia de implementar acuerdos nuevos y vinculantes en previsión de un inminente ataque viral global “no está justificada por la evidencia científica”.
La pandemia ha servido para establecer imposiciones y recortar libertades y derechos sin respeto a las Constituciones; sin fundamento científico
Y en este sentido, es de vital importancia abordar algo fundamental: el origen de la pandemia de la covid-19. Porque, ya que la pandemia que hemos vivido hace cuatro años parece ser el punto de inflexión para abordar rápidamente normas de semejante calado como un Tratado internacional de pandemias, no estaría mal conocer en detalle de qué manera surgió. Lo comento porque, según la investigación que se está llevando a cabo en el Congreso de Estados Unidos, va quedando bastante claro que el origen de todo esto no fue una sopa de pangolín ingerida por algún chino. Todo apunta a que el origen de esta infección en humanos se produjo a causa de los experimentos en ganancia de función que se estaban desarrollando en un laboratorio de Wuhan, que contaba con financiación estadounidense. Está por saber si la fuga del laboratorio fue accidental, o de qué manera se produjo. Pero lo que ya ha quedado claro es que allí se hacían experimentos que en EE.UU. fueron considerados, cuanto menos, peligrosos. La ganancia de función consiste en hacer modificaciones en un virus, para que sea más letal y contagioso. Dicen que la razón de estos experimentos está en adelantarse a la naturaleza para poder crear la cura ante la infección supuesta.
Ya me dirá usted, querido lector, si hay quien pueda creerse este argumento, en lugar de pensar seriamente que jugar a ser dioses tiene riesgos que no deberíamos estar dispuestos a asumir. Sin embargo, lejos de perseguir la ganancia de función, entre las enmiendas presentadas para los textos que muñe la OMS, se anima a seguir financiando este tipo de prácticas. Recomiendo la lectura de este interesante artículo del doctor David Bell, que precisamente aborda en términos de salud toda la cuestión a la que me refiero.
Lógicamente, este tipo de experimentos tienen “sentido” en el ámbito militar, en el de la guerra bacteriológica. Quizás por ello, buena parte de los fondos para financiar estas investigaciones provienen de departamentos como el de Defensa. Y tampoco conviene olvidar las declaraciones hechas ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde se denunció la presencia de biolaboratorios en más de 130 países del mundo, entre ellos especialmente Ucrania, que estarían haciendo investigaciones sobre virus y perfiles genéticos de razas humanas. Ahí dejo el apunte por si alguien quiere investigar al respecto.
Y cómo no, no podemos olvidar que los beneficios económicos que supone todo esto para las industrias farmacéuticas son innegables. Sobre todo cuando se les exime de responsabilidad mediante contratos opacos, firmados por nuestros representantes, en nuestro nombre, y pagados con nuestro dinero. No es casualidad que el ochenta por ciento de la financiación de la OMS provenga de donaciones de organizaciones, fundaciones e industrias del sector. La pandemia de la covid-19 fue un despliegue de medidas absolutamente contrarias a la evidencia científica, pero muy reveladoras de hasta dónde llegan las democracias modernas cuando se ponen en modo “totalitario” y comienzan a seguir las pautas que en realidad no han perseguido cuidar nuestra salud, sino obtener enormes beneficios económicos para el bolsillo de unos poquitos (que coincide con los que financian la OMS en muchos casos).
Y es que, los expertos en salud pública, esos a los que no se dio voz durante la pandemia, se hartaron de explicar que todas las medidas de carácter político iban a generar verdaderos problemas en materia de salud. Porque eran dañinas, y porque sus destrozos se irían viendo a lo largo del tiempo. Es evidente que no se equivocaban.
La pandemia ha servido para establecer imposiciones y recortar libertades y derechos sin respeto a las Constituciones; sin fundamento científico. Se ha destrozado la economía de millones de personas. La salud. No hemos salido mejores. Y está claro que, haciendo lo que hicieron, no lo pretendían. Pero el miedo nos impidió darnos cuenta entonces. El efecto neto de estas medidas de “salud pública” fue la mayor y más pronunciada caída mundial de la actividad económica desde la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, según apuntan expertos en economía política como Michael T. Clark.
No se trata de nuestra salud, por mucho que lo repitan. Se trata en realidad de mantener a la industria farmacéutica enriqueciéndose a costa de los fondos públicos.
Fueron las medidas tomadas (y no el virus) lo que generó más pobreza, más desigualdad, y el destrozo de los pilares fundamentales para poder desarrollar una salud pública efectiva. Lo que tanto le parece preocupar al DG de la OMS, cuando habla de “problema moral” respecto a los países en vías de desarrollo económico, es una mera falacia. Porque fueron precisamente las medidas impulsadas por su organización y los que la apoyan, las que han sumido en la pobreza, la desesperación y la enfermedad a millones de personas. No fue el dichoso SARS-CoV2. Señala Michael T. Clark que “estas dislocaciones económicas sumergieron a decenas de millones en la pobreza y a muchos más en la desnutrición y la inseguridad alimentaria, mientras unos pocos cientos de “multimillonarios pandémicos” se beneficiaron enormemente del “Gran Reinicio” de la economía Zoom y de la especulación con vacunas y suministros médicos.
Podemos considerar que en términos científicos, la pandemia de la covid-19 ha dejado en evidencia las fuentes científicas sobre las que se han basado los gobiernos para tomar sus decisiones. Han sido, fundamentalmente, fuentes a las que el enorme conflicto de interés debería haber invalidado. Pero no se frenó lo que ya urdían desde aquél intento de la gripe, que tan bien nos explicó Iñaki Gabilondo en su día.
También podemos considerar que las medidas tomadas han dañado nuestras economías. Y no por mencionarlo en último lugar, es menos importante: la pérdida de confianza generada por buena parte de la población en el sistema de salud tendrá importantes consecuencias.
No son, por lo tanto, pequeñas las críticas a plantear ante la intención que se refleja en las enmiendas y propuestas a abordar en la 77ª Asamblea de la OMS. Quizás por ello, sean prácticamente desconocidas para todos, pues, de ser al contrario, serían mayoritariamente rechazadas. No se trata de nuestra salud, por mucho que lo repitan. Se trata en realidad de mantener a la industria farmacéutica enriqueciéndose a costa de los fondos públicos. Se trata de perpetuar la rueda en la que, como hámsters, parecen querer tenernos consumiendo productos que en realidad son innecesarios. Alejarnos de la verdadera salud, que pasa por implementar información, educación, para mantenernos sanos.
Más en detalle, he tenido la oportunidad de participar en un debate al respecto, donde, junto con Ángeles Maestro (médico y técnico experta en salud pública), Angel Gil (catedrático en Medicina) y Federico de Montalvo (catedrático de Constitucional y presidente del Comité de bioética en España durante la pandemia) hemos profundizado en todo ello. Puede verlo aquí y sacar sus propias conclusiones.
Estudiado el asunto en profundidad, puedo decir sin temor a equivocarme, que no quiero esta OMS. ¿Y usted?