Desde que se convocaron las elecciones, me han hecho la pregunta que acabáis de leer más de un centenar de veces (pasado por la traductora; la peña me pregunta si romperé el abstencionismo para votar a mi amigo Jordi Graupera y la nueva formación Alhora, que colidera con Clara Ponsatí). La respuesta suele ser, de una forma muy intuitiva, que no votaré a Jordi justamente porque lo quiero mucho. Eso podría parecer contradictorio, pues la teoría dice que eso de querer a alguien implica desearle bien, más todavía si consideras que sus razones son de peso. En el caso que nos ocupa, Graupera ha montado una candidatura surgida de un diagnóstico del procés que firmo al 100% —resumiendo mucho la cosa; Alhora sostiene que la independencia es posible, pero que resultará imposible bajo los actuales liderazgos políticos— y, a su vez, en sus listas tiene a gente por la cual siento grandísima admiración, como la pensadora Anna Punsoda o nuestro compositor Joan Magrané.

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Si la persona es la correcta y las ideas son adecuadas... ¿qué problema hay? Pues, en primer término, yo no puedo dar mi voto a una candidatura encabezada por Clara Ponsatí. Tengo un enorme respeto académico por Clara, pero mis dos ojos azules vieron como —el 10 de octubre del 2017, en el Parlament— Ponsatí me decía bien enfurecida que la DUI firmada por los diputados catalanes era una farsa y que el Govern no pensaba cumplir ni la ley de transitoriedad ni la del referéndum. Como el president Torra, Ponsatí podría haber desenmascarado el engaño para empezar, en aquel preciso momento, un pozo de regeneración política que acabara con la náusea procesista; no solo se negó, sino que —a pesar de estar como independiente— Clara siguió comprando la comedia de Puigdemont en el exilio como eurodiputada, incluida la amnistía del PSOE, todo para acabar saltando del barco en el último segundo y perpetrando el sainete de hacerse la ofendida por una claudicación que intuía de sobras.

Con su futura derrota, Alhora sepultará a una gente muy valiosa para la lucha independentista, a una serie de agentes de la cultura a quienes el ridículo electoral condenará al resentimiento o al ostracismo

Si Graupera hubiera mantenido un proyecto político poroso y abierto como el de Primàries, que cambiaba la forma de hacer y pensar la política catalana, a mí me hubiera encantado abrazarlo. Pero presentarte como un nuevo paradigma, mientras tienes de cabeza de lista a un miembro del antiguo régimen (simplemente para reunir los votos resentidos con Puigdemont; unas papeletas que, por cierto, acabarán en manos de Sílvia Orriols), me parece deshonesto por mucho que me trufes tu lista de amigos bien cultos y espabilados. De hecho, me habría parecido mucho menos cínico que Jordi hubiera querido dinamitar el mundo de Junts desde dentro, postulándose como sucesor de Puigdemont y con un programa urdido para volver a fundar un partido de centro catalán, pero con inequívoca vocación de unilateralidad independentista. Pero Graupera quiere irrumpir en el Parlament al precio que sea, aprovechándose de la dinámica que él mismo condenaba, solo para sacar la cabeza en una foto decolorada.

Lo más jodido de todo es que, con su futura derrota, Alhora sepultará a una gente muy valiosa para la lucha independentista, a una serie de agentes de la cultura a quienes el ridículo electoral condenará al resentimiento o al ostracismo. Estas son unas elecciones donde se tiene que certificar el ocaso de una forma de hacer política, la de las mentiras de Puigdemont y Junqueras en torno a los hechos del 2017. Estamos en el momento para fortificar la abstención y, una vez rota la dinámica del procesismo, empezar a edificar algo nuevo. Hay una pulsión suicida en pretender enmendar la plana del sistema político catalán en un momento en el cual su caída será como un tsunami que se lo llevará todo por delante. A mí me sabe muy mal que la gente haya acabado compartiendo vídeos de Jordi por la red riéndose de sus turras y todavía lamento más que, solo por entrar en la carrera de un Parlament moribundo, él haya acabado aceptando su propia caricatura ególatra y de pesado discursivo.

En las primeras entrevistas que Graupera y Ponsatí concedieron para explicar su proyecto, los dos afirmaban que probarían suerte en las elecciones y que —si los comicios no les sonreían— se irían a casa, sin más. Hace pocos días, en una sesión live en X, Jordi ya contradijo estos primeros deseos, sosteniendo que el día 13 de mayo, pasara lo que pasara, Alhora continuaría su curso. Cuando la hemeroteca no te aguanta ni una semana, diría que tienes un problema muy grave. Yo sé que este artículo no gustará a mis amigos y me acusarán (muy a la procesista) de dinamitar un espacio que querría ser diferente. Les responderé que, por mucho que se vista de un discurso innovador, su empresa me parece antigua. Yo quiero a Jordi, pero quiero más a la verdad; este es, como sabe él mismo, uno de los requisitos básicos de nuestro oficio. Espero que esta semana pase muy rápido y, acabado el experimento, poder volver a defenderlo, como he hecho siempre. Faltaría más.

Aparte, eso de las contradicciones existenciales nos pasa a todos. Porque todos, lo queramos o no, hemos formado parte de este procés inacabable, aunque sea a base de condenarlo día tras día. La dialéctica hegeliana, you know, my friend.