Conocí a Luisgé Martín cuando yo vivía entre Barcelona y Madrid. Compartíamos agencia literaria, aunque compartir es una palabra demasiado generosa para describir los servicios de los que disfruté de una agente a la que le llevé todos los contratos negociados y cerrados para que se quedara el 20% de las ganancias. Llamadme burro, pero yo creo en las lealtades a la espera de un milagro. Y de Luisgé tengo un recuerdo tan superficial como el carácter superficial de mi exagente, pero de él guardo amabilidad y poco más, y que era uno de esos escritores que forman parte del club de las eternas promesas que esperan dar el gran salto entre los lectores con la próxima novela. Cualidades tiene, con el añadido de que, en Madrid, Luigé es un escritor bien colocado entre la progresía que ahora toca poder. Tuvo cargos con la ministra Ángeles González Sinde, y con los sanchistas fue director del Instituto Cervantes de Los Ángeles hasta que dimitió el pasado diciembre.
Con la publicación del próximo libro, parece que Luisgé logrará todo lo que sus devotos dicen y que Anagrama —editorial fanfarrona por antonomasia— asegura: que Luisgé merece un sitio en el Olimpo de los literatos españoles. Y la novela elegida para dar el gran salto es El odio, y tenía que salir publicada hoy, 26 de mayo, y casi no sale por culpa de un juez de Barcelona que ordenó detener su distribución por la denuncia puesta por Ruth Ortiz, la víctima viva de la historia que explica el libro. El odio va sobre el asesinato —violencia vicaría superlativa— de los dos hijos de Ruth Ortiz, y sobre José Bretón, el padre ejecutor. Para poder explicar la historia de Bretón, condenado a treinta años de cárcel, Luisgé empezó una relación epistolar con el criminal, un matrimonio de conveniencia que desembocó en la escritura de un libro que, según el autor, nació con la intención de realizar un viaje literario al corazón del asesino —un noble propósito—, aunque yo, mal pensado como soy, creo que en la mente del escritor funcionó también aquella causa tan noble y tan intrínseca a la condición humana que es el deseo de triunfar. Con El odio, esbozo a Luisgé mirándose en el espejo y exclamando: ¡con este triunfo! Yo siempre tan peliculero. Y el listón que se marcó es un ochomil sin oxígeno, queriendo alcanzar la cima siguiendo el camino trazado por Truman Capote con el excepcional A sangre fría y Emmanuel Carrère con el extraordinario El adversario. Ahora, con el libro indultado por el juez, su ascenso y hollar la cumbre está en manos de los consumidores y de una promoción que tendrá el dolor de una madre como contrapunto. Hay latidos del corazón que suenan como las campanadas a muertos.
La pregunta que me hago es si Luisgé o la editorial se pusieron en contacto con Ruth Ortiz para avisarla de que preparaban un libro protagonizado por Bretón
Marcarse un Capote o un Carrère es, como ya he dicho, una noble aspiración. Capote, con el beneplácito de la familia Clutter, creó un nuevo género literario, pero ha sido Carrère y cuatro escritores mal contados quienes han conseguido no defraudar al maestro, que en paz descanse. ¿Lo conseguirá Luisgé? De momento, el libro ya ha logrado vivaquear en el campo base de las librerías mentales de los lectores gracias a un juez y a una madre en luto perpetuo por dos hijos asesinados por un exmarido malnacido que quiere seguir perpetuando su maldad mediante el oportunismo de un escritor que ha visto en la historia de José Bretón el camino directo hacia la gloria literaria. Vivimos en una época en la que el true crime es gasolina para las editoriales. España merece su Capote y su Carrère, y si el libro es cojonudo, mis felicidades a Luisgé, ya que la jugada le ha salido perfecta en un mundo en el que la ambición es fundamental para no sentirse un marginal. Y la literatura es un universo lleno de caníbales, y Capote fue uno, un narrador sublime, de una sangre fría pasmosa, que estrujó a Richard Hickock y Perry Smith —los asesinos de la familia Clutter—, con los que fraternizó hasta el engaño y a los que dejó emocionalmente desamparados cuando estaban a pocos metros del cadalso.
Mentiría si dijera que, cuando se publique, no leeré el libro. A mí también me interesan los personajes tenebrosos, y la historia de Bretón forma parte, como padre de dos hijos que soy, de mis angustias cotidianas. Y trataré de leerlo sin prejuicios, como buena bestia de esta sociedad antropófaga. La pregunta que me hago, no obstante, es si en el momento de la escritura Luisgé o la editorial se pusieron en contacto con Ruth Ortiz para avisarla de que preparaban un libro protagonizado por Bretón. Y, comprobada la reacción de la madre, no fue así. Hay heridas que no sanarán nunca y el luto de la madre merecía delicadeza, título de una novela de David Foenkinos. Y tampoco imagino a su agente y al círculo de progreso que rodea a Luisgé —un grupito que leería el borrador y las galeradas— preguntando al escritor si la madre sabía algo del libro. Conociendo al círculo, concibo una reunión con muchas palmaditas en la espalda y muchos fenomenal e incontables maravilloso. Es Madrid, la ciudad de la libertad y del palante.
Y puestos a conjeturar, porque ya he leído algunas reacciones en los periódicos, preveo que El odio vivirá, una vez que llegue a las librerías, en medio de una guerra mediática entre los medios sanchistas y los medios de comunicación asociados al frente nacional compuesto por Vox y el PP. Luisgé es, por encima de todas las cosas, un intelectual afiliado a la guardia pretoriana de Pedro Sánchez. Poco importa que El odio sea un buen o mal libro y si había que convertir en metáforas la historia de una bestia que mató a sus dos hijos para vengarse de la madre. Sea cual sea el resultado de la batalla, al final, todos, incluyendo a Bretón, se sentirán ganadores, excepto la madre. La suerte para Ruth y sus niños ejecutados es que hoy en día la perdurabilidad de los libros es efímera. En los tiempos en los que Capote publicó A sangre fría, los libros gozaban de una larga existencia para consagrarse y mantenerse vivos en la memoria popular. O podría darse el caso, como buenas bestias humanas que necesitamos de la desgracia de los demás para sentirnos vivos, que El odio se acabe convirtiendo en un libro de culto para los morbosos, y que se perpetúe, así, el dolor de una madre silenciada.