A mi amiga Núria se le ha muerto la madre. “Luchadora en todas las adversidades”, escribió en la esquela. Justo por entonces leía a Viktor Frankl. Ya sabéis: internado en un campo de concentración en 1942, donde desarrolló la teoría psicológica basada en el existencialismo. Se acabó titulando El hombre en busca de sentido. Cuenta muchas cosas, claro. Entre ellas, que una vida “activa” cumple con la finalidad de brindar al hombre la posibilidad de realizar, por ejemplo, un trabajo creativo. Y que una vida “contemplativa” —quizás más adecuada en estas fechas— te permite experimentar la belleza, el arte o la naturaleza.
No está mal como sentido de la vida. Pero el autor, por experiencia, pone de manifiesto que una vida sin ello, sin que pueda ser activa ni contemplativa, sin la posibilidad de crear o experimentar la belleza, también tiene un sentido: mantenerte de pie ante tu inexorable destino. De modo que todos los aspectos de la vida son significativos, también el sufrimiento. Y no hace falta ir al extremo de un campo de concentración. Sufrir, sufrimos todos. El sufrimiento es parte de la vida. Como el destino —supongo— y la muerte —seguro—. Tal y como está hecha la vida, la existencia quedaría incompleta sin sufrimiento. ¿Pero es el sufrimiento el sentido de la vida? No. Es la actitud con la que se acepta este sufrimiento lo que dota de sentido a la vida. La dignidad y la valentía. Y diría que la madre de Núria o mis padres —a los que nunca dejaré de rendir homenaje—, quienes nos han precedido en definitiva, eso lo han entendido mejor que nosotros sin necesidad de leer demasiado. Luchadores en todas las adversidades.
La salvación del hombre consiste en el amor y pasa por el amor
De todas formas, para alegrar algo este 15 de agosto, el día más festivo de todos los festivos. Día de Santa María y de las fiestas mayores, les diré que podemos encontrar en la crudeza de Frankl un pasaje sin el cual lo que se explica más arriba tampoco tiene sentido. Cuando cuenta lo que te queda en el momento en que todo se ha perdido. Lo que realmente da sentido a la vida. Un día que Viktor Frankl caminaba penosamente, durante kilómetros y kilómetros, resbalando en el hielo, pensaba sólo en su mujer. Y escribe: “Comprendí por primera vez la verdad contenida en las canciones de los poetas y proclamada como el conocimiento supremo por tantos pensadores: el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar un hombre”. La salvación del hombre consiste en el amor y pasa por el amor. Un hombre —o una mujer— sin nada, a quien se lo han quitado todo, en la desolación más absoluta, cuando lo único que puede hacer es aguantar el sufrimiento… todavía puede conocer la felicidad, aunque sólo sea un instante, si contempla al ser amado. Pum.
Quizás esto es algo que el parón veraniego nos permite ver mejor. Pero, en el fondo, en el fondo, cuando la vida nos permite, por ejemplo, hacer un trabajo creativo, lo hacemos para que nos quieran. Y eso no lo dijo ningún neurólogo, ningún psiquiatra, ni ningún filósofo. Lo dijo un entrenador de fútbol. Y tenía razón.