Desde Catalunya siempre leemos las elecciones estadounidenses con cierto asombro. Me parece que es porque presuponemos que ciertas similitudes occidentales nos permitirán una lectura diáfana de las circunstancias, políticas, económicas y sociales, que explican los resultados, pero con las previsiones finales cumplidas o incumplidas, siempre hay algo que nos parece inexplicable. Cuesta saber si eso es así porque intentamos entender el mundo ignorando todos los ecos históricos que nos han hecho y que llevamos encima o si, precisamente procurando entender el mundo desde nuestros ecos, lo desdibujamos. Puede ser una mezcla de todo, también: la manera como estamos hechos y las violencias que hemos recibido —y que hemos infligido— han hecho que seamos gente especialmente inclinada a adherirnos a luchas universales, a una visión del bien y la justicia hecha para que no hable de nosotros y para que el compromiso con este bien y esta justicia dependa de mucha otra gente. Queriendo profundizar, nos quedamos en la superficie.
De entre nuestras particularidades recibidas y grabadas a base de violencia, está la manía de pensar que ningún problema concreto aplicable a nuestra nación es legítimo, porque solo puede ser completamente legítimo lo que afecta —y lo que salva— a toda la humanidad. Desde aquí, hacemos previsiones políticas asumiendo que las naciones del mundo —o, como mínimo, de lo que denominamos "mundo occidental"— trabajan desde esta misma manía nuestra, incluso estando dispuestas a negarse a sí mismas cuando sea necesario para el bien de estas ideas universales. Sí y no. Todo puede ser extrapolable, y todo líder político, venga de donde venga, puede basar su liderazgo en el común de unas ideas. Tanto Trump —desde la conspiranoia y una relación viciada con la verdad— como Kamala —aunque a veces cuesta saber de qué habla— tienen un tronco común con las corrientes de pensamiento del mundo. A la vez, mirárselos requiere el ejercicio de extrapolar. Y precisamente porque debes extraerlos de su entorno primario para hacértelos tuyos, resulta claro que tú no formas parte de ese entorno.
Tenemos la manía de pensar que ningún problema concreto aplicable a nuestra nación es legítimo, porque solo puede ser completamente legítimo lo que afecta —y lo que salva— a toda la humanidad
Cuando el análisis depende de las particularidades de una sociedad como la estadounidense, procurando entenderlas o simulando que las entendemos, los catalanes hacemos el cuñado. No sé si es un cuñadismo que cargan otras naciones —específicamente, otras naciones europeas— o si nosotros estamos aquí solos haciendo al payaso. De todos modos, cuesta saber cómo nos afectan las corrientes de pensamiento europeas, porque cada vez cuesta más saber cómo se concreta la europeidad. Es una idea blanda que queremos contraponer a unas particularidades estadounidenses que tampoco sabemos cuáles son. Desde este lugar —no lugar— queremos forzarnos a los motivos políticos americanos como si tuviéramos las herramientas para comprender todas sus contingencias. Finalmente, no solo erramos leyendo los motivos, sino que también erramos vislumbrando el alcance de las consecuencias. Por eso, supongo, ciertas demonizaciones —y beatificaciones— hechas desde nuestro país empiezan a parecer ridículas. El populismo hace el trabajo y estos son baremos que desde aquí podemos hacernos nuestros, pero el contenido de este populismo primero nos deja incrédulos y, después, nos conduce al fatalismo.
Todo ello es bastante paradójico: nuestra herencia cultural es un embrollo, y por eso pensamos que saliendo de ella y poniendo distancia entenderemos el resto de herencias, pero pasa lo contrario. Poniéndonos en la piel de un estadounidense, procurando adoptar de él todo lo que creemos que ha confeccionado una forma de pensar estadounidense que hable del resultado de las elecciones, no lo logramos. La herencia, en nuestra cabeza, es un espacio mucho más vasto que la conciencia. Igual que nosotros estamos hechos de una serie de retumbos inconscientes que ni sabemos cómo existen, ni sabemos el impacto que tienen en nuestra forma de observar el mundo, así sucede en cualquier otra nación. Este es el espacio que no podemos salvar, pero es un espacio desde donde también se toman decisiones políticas. Este es el espacio que, observando a otra sociedad, nunca podemos hacernos nuestro del todo. Y que, pretendiéndolo —fingiendo que podemos ponernos en la piel de un afroamericano que todavía lleva el esclavismo de sus ancestros a sus espaladas, o que podemos entender la incomodidad de un hijo de inmigrantes ante la llegada de nuevos inmigrantes, o que podemos empatizar con el homosexual o el amish que votan a Trump porque todo empieza a ser demasiado caro— convierte la redacción de internacional de la teletrés en los payasos de la tele.