Cuando vamos a comprar cualquier objeto delicado, como una bandeja de cristal o de porcelana, es muy probable que nos envuelvan el objeto en hojas de plástico de burbujas para amortiguar el impacto de cualquier golpe que pueda mellarlo o dañarlo. Los pequeños de la casa —y los no tan pequeños— a menudo disfrutan rompiendo las burbujas una a una. Además, también podemos añadir porexpan, que es más rígido, pero que según su grosor también nos permite asegurar un objeto delicado, como un electrodoméstico dentro de su caja o envoltorio.

Lo que quizás no sabíais es que nuestro cuerpo también tiene un equivalente de porexpan y, muy recientemente, nos hemos dado cuenta de que también tenemos nuestro "plástico de burbujas" interno, un nuevo tejido, el lipocartílago, que fue descrito hace 160 años en la oreja de ratas, pero que en un artículo muy reciente ha sido redescubierto y caracterizado, porque forma parte de órganos concretos de mamíferos (como la oreja, la nariz o la laringe), pero que no se encuentra ni en aves, ni peces, ni reptiles; es una invención evolutiva de los mamíferos, incluyendo a los marsupiales.

Todos hemos estudiado que el sistema esquelético de los vertebrados tiene cartílago y huesos. Hasta ahora, los libros de anatomía describían tres tipos de cartílago: el hialino, el fibroconectivo y el elástico. Los tres tipos de cartílago proporcionan elasticidad, conectividad, resiliencia de la forma al movimiento y amortiguación biomecánica. Los condrocitos de estos cartílagos se caracterizan por producir colágena, elastina y otras fibras proteicas elásticas como matriz extracelular, formando un verdadero entramado de fibras largas, resistentes y elásticas que confieren al cartílago sus propiedades, podríamos decir que la matriz extracelular hace de porexpan, con los condrocitos atrapados dentro.

Hasta ahora, los libros de anatomía describían tres tipos de cartílago: el hialino, el fibroconectivo y el elástico; ahora habrá que añadir uno nuevo: el lipocartílago, nuestro plástico de burbujas

En cambio, los condrocitos del lipocartílago no secretan estas proteínas de matriz extracelular, sino que son células muy redondas porque en su interior acumulan bolsas de lípidos (vacuolas lipídicas). Cuando se mira este tejido a través del microscopio, reluce como si las células fueran perlas. Os adjunto a continuación una imagen microscópica del lipocartílago de la oreja de un ratón, y no, no es un plato de guisantes, sino lipocondrocitos teñidos de verde.

Imagen extraída del artículo de Raul Ramos et al. (Science, 2025) donde se observan las células del lipocartílago llenas de lípidos (teñidos de verde), que parecen verdaderamente un papel de burbujas.

Estas células mantendrían la forma de la oreja, de la laringe o del esternón, porque las grasas que acumulan amortiguan los estiramientos y el movimiento de la región corporal, volviendo a la forma original, protegiendo el tejido y el órgano, como un verdadero plástico de burbujas interno. Por supuesto, los adipocitos, es decir, las células del tejido adiposo, se parecerían mucho a los lipocondrocitos, porque también acumulan lípidos en su interior, también son muy redondas y también pueden amortiguar el movimiento. ¿Cómo podemos descartar que este lipocartílago no sea más que una especialización de un tipo de tejido adiposo? ¿Por qué tanto alboroto? Pues porque es la primera vez que se demuestra que puede existir cartílago sin colágena ni matriz extracelular, y que pueden existir células que acumulen lípidos sin ser tejido adiposo, y los investigadores lo demuestran con toda una serie de técnicas de caracterización molecular, de estudios de desarrollo fetal (es decir, en qué momento se diferencian estas células y a partir de qué tejido embrionario), de determinación de expresión génica (analizando qué genes de todo el manual de instrucciones son los que utiliza cada célula, podemos inferir su función y catalogar si se trata de una neurona, de una célula muscular o de un condrocito) y de análisis de su tipo de metabolismo. Y todo este conjunto de estudios exhaustivos indican que estas células son únicas y son condrocitos en vez de adipocitos.

A modo de ejemplo, las grasas que contienen el lipocondrocitos no se obtienen de las grasas circulantes en sangre que hemos ingerido (como sí ocurre en los adipocitos), sino que solo los pueden fabricar de novo, por lipogénesis a partir de glucosa (un azúcar). Además, los lipocondrocitos no son sensibles al estado de sobrealimentación o de ayuno, como hace el tejido adiposo, que almacena grasas como material energético, de modo que, en la abundancia, los adipocitos acumulan grasas (y, de paso, engordamos), mientras que en el ayuno, los adipocitos pierden grasas y pierden volumen celular (y, como resultado, adelgazamos). En cambio, los lipocondrocitos de la oreja son células muy longevas y estables, que mantienen su volumen de grasas y su disposición en el tejido (por lo tanto, que mantienen su forma y función durante todos los estadios vitales) porque están desconectados del metabolismo de las grasas, al contrario que los adipocitos. Entre algunas de las curiosidades, encontramos que este tejido redescubierto, que no es muy abundante, se localiza siempre en las orejas de los mamíferos, y en algunos, como los murciélagos, el lipocartílago es absolutamente necesario para poder recibir las ondas de ecolocalización. Es muy posible que sin el lipocartílago, que mantiene de manera flexible —pero resiliente— nuestras orejas en su forma y posición, no podríamos oír tan bien ni localizar de dónde procede un sonido, como muchos mamíferos somos capaces de hacer.

Tendremos que cambiar los libros de anatomía y añadir un nuevo tipo de cartílago, el lipocartílago, nuestro plástico de burbujas, que apenas estamos empezando a conocer y del que seguro podremos aprender mucho, por ejemplo, con respecto a aplicaciones en medicina regenerativa del cartílago, uno de los tejidos más difíciles de regenerar.