El café de al lado de casa vuelve a estar en manos del chico que lo había llevado siempre. Después de la pandemia lo vendió y el establecimiento pasó por un periodo de pedantería y de camareros que no acababan de entender el catalán, pero ha vuelto a las manos que le dieron el prestigio y la clientela. Los nuevos dueños lo han ido a buscar porque no acababan de hacerlo funcionar con sus planes grandilocuentes y me parece que el antiguo propietario ha hecho un negocio doble, porque ahora va más descansado y, además, puede hacer lo que le gusta sin tener que preocuparse por el dinero.
Lo recordé escuchando el primer parlamento que Donald Trump hizo con la oreja agujereada. Si comparas el último discurso de Trump con el comunicado de retirada de Joe Biden ya ves qué ocurre en Estados Unidos, y qué empieza a pasar en Catalunya. Los demócratas hacen ver que hablan para todo el mundo y cada vez hace más el efecto que, en realidad, no hablan para nadie. El electorado de Trump es pintoresco y caricaturizable, pero está hecho de americanos y no de gente intercambiable y desconectada entre ella. El capitalismo lo querría comprar todo, pero no puede porque el hombre tiene un instinto místico y gregario, misterioso y persistente.
Es verdad que Trump recuerda a aquellos caudillos de antes, que jugaban con los miedos y con los sueños de las masas. Pero Trump defiende sus discursos con el cuerpo, y paga un precio personal por el dinero que cuesta su propaganda. Igual que Sílvia Orriols, o Pedro Sánchez, Trump siempre está atento, lo encuentras siempre al pie del cañón. Por eso apela a los ciudadanos que andan por la cuerda floja en un entorno cada vez más hostil y más selvático. Las elecciones que Emmanuel Macron convocó en Francia intentaban reivindicar esta misma actitud política. Por eso el presidente francés las pudo salvar in extremis.
Biden ha necesitado que dispararan a su adversario para reconocer que no está en condiciones de gobernar, y los demócratas han perdido no solo estas elecciones, sino también la hegemonía moral que habían conseguido
A diferencia de Macron, los demócratas americanos han querido jugar tan descaradamente sobre seguro que han acabado dando la sensación de que Trump está dispuesto a morir con las botas puestas. Biden ha necesitado que dispararan a su adversario para reconocer que no está en condiciones de gobernar, y los demócratas han perdido no solo estas elecciones, sino también la hegemonía moral que habían conseguido. En menos de dos años los demócratas se han pulido la ventaja que les dio el final de la pandemia, y el impacto del asalto al Capitolio. Todavía recuerdo el tumbo que hicieron los diarios que decían que las vacunas no arreglarían nada, cuando Biden ganó las elecciones.
Mientras los republicanos han sabido proteger a sus disidentes, la América demócrata se ha dejado hundir por sus propias momias, igual que ha pasado en la Catalunya convergente o en la Francia socialista. Cuando ves los mítines de Trump y los comparas con el comunicado de Biden, te das cuenta de que no te puedes saltar la historia, y que las sociedades solo se pueden regenerar desde sus orígenes y que esto también determina algunas cosas. El trumpismo saca la fuerza de la América de la televisión y de las películas del Oeste. Es una secuela política de Retorno al futuro, que diría Bruno Maçaes.
Igual que Trump, el chico del bar de la esquina ha vuelto porque los propietarios no han encontrado a nadie mejor sobre el terreno, y porque las fórmulas seguras solo funcionan en entornos consolidados y estables. Es el problema que los españoles tendrán en Catalunya cada vez más, incluso si el PSC consigue hacer un gobierno. Tú puedes llenar el país de gente que hable en castellano. Pero esta gente se acabará convirtiendo en un peso muerto si no controlas la historia y las raíces. Solo hay que ver qué ha sacado Estados Unidos (o la Gran Bretaña o el País Valencia) de intentar estigmatizar o marginar a los herederos más directos de su historia.
En este sentido lo más interesante de la carrera electoral americana es el vicepresidente que Trump nombró al poco de recibir el disparo. J. D. Vance quizás solo llevará los cafés del nuevo gobierno, pero su fichaje es una declaración de intenciones que no puede pasar desapercibida, sobre todo teniendo en cuenta cómo sonaba Marco Rubio para ocupar el cargo. La América blanca necesita releer sus orígenes para acabar de separarse de Europa, y ya no los puede seguir leyendo solo a través del mundo de Obama. Aquí también tendremos que volver a los orígenes, e interpretarlos de otro modo, pero de momento solo tenemos el bar de la esquina, que vuelve a funcionar como siempre.
Quizás vale más así, por lo menos durante un tiempo.