En el último pleno del Parlament la discusión entre el presidente Illa y Sílvia Orriols se llevó todas las atenciones, sin duda porque Illa lo tiene más fácil para poner en evidencia los excesos de Aliança Catalana que para responder sobre la tercera pista de El Prat o sobre el caos de Cercanías. El PSC, aunque ocupe todos los espacios de poder posibles, se encuentra precisamente por eso frente a una fragilidad palpable: si los trenes no llegan a tiempo, las posibles soluciones se encuentran en manos ahora de gobiernos exclusivamente socialistas. Difícilmente el president Illa podrá quejarse de la mala financiación (nunca se ha quejado, solo ha firmado unos acuerdos) o de la falta de herramientas para poder gestionar la nueva inmigración (nunca ha pedido el traspaso de estas competencias, solo hay unos acuerdos firmados por el PSOE), si cualquiera de estas cuestiones depende de la gestión de sus camaradas. Ahora que iremos a ver la prometedora película "El 47", que no va sobre un autobús sino sobre una comunidad desarraigada que busca arraigar con dignidad, será interesante ver cómo el debate entre Orriols e Illa es un debate buscado, un refugio dialéctico fácil del presidente para quedar como el Superlópez del patio, o bien el socialismo catalán toma en serio el reto de encauzar un problema que no es solo de Ripoll ni solo de la extrema derecha.

No he visto la película, y tengo muchas ganas. Al situarse en el año 78, mi primera infancia en parte también se verá reflejada y el tráiler me parece espectacular. Pero enviar un autobús a Torre Baró, respondiendo a los admirables actos de reivindicación del barrio, no responde hoy (ni hoy ni antes) al reto. Integrar a personas en una comunidad, de forma digna, está claro que implica buenos servicios y barrios en condiciones: pero el debate no se sitúa aquí, hoy el autobús 47 existe para todos y los servicios sociales básicos abarcan a todos (teóricamente a todos) los que lleguen a Catalunya. Los barrios están muy mayoritariamente en condiciones, la asistencia sanitaria y escolar está garantizada e incluso las polémicas subvenciones por determinadas situaciones familiares no se niegan a nadie en ningún caso. Hay muchas ovejas, pero esta es la madre del cordero: incluso ahora, viendo la reacción de determinados periodistas y tuiteros a la película “El 47”, la pregunta es sobre la catalanidad. Basta con mirar los medios y las redes: la gran pregunta es si esa reivindicación de Torre Baró era en favor de unos extremeños recién llegados, o en favor de unos nuevos catalanes. Mi respuesta es clara: eran nuevos catalanes y son ahora catalanes, o por lo menos están siempre invitados a serlo. Ni muros trumpistas, ni trampas sobre inexistentes (sí, inexistentes) carnets de catalanidad. Sin embargo, esta invitación a veces se toma de una manera y a veces de otra. Y aquí, ¿lo oyen?, aquí sí que se hacen más intensos los balidos de la oveja.

Catalunya creó en su momento un concepto amplio, integrador, de catalanidad que debe mantenerse y actualizarse: pero necesita nuevas herramientas, y sobre todo alcanzar un nuevo pacto social

Como decía, el debate sobre los carnés de catalanidad es infértil porque el carné de catalanidad no existe: solo existe el carné de españolidad. Salvador Illa lo sabe perfectamente cuando se agarra a la réplica fácil a Aliança Catalana, porque es muy fácil aparecer como un Kennedy cuando te limitas a escoger al adversario más caracterizado como un Hitler con cuernos. Pero el presidente sabe que la respuesta no es tan fácil, precisamente porque el carné de catalanidad no existe: en Catalunya vienen personas designadas a dedo por ministerios lejanos, cuyo número se decide en despachos lejanos, y bajo unas condiciones en las que poco puede intervenir el municipio o la Comunidad Autónoma. El carné de españolidad te permite acceder a unos servicios básicos, pero la integración social, cultural, cotidiana tendrán que hacerla el municipio y las administraciones más cercanas. Y aquí no existen herramientas. No las hay. Menos aún las hubo cuando Salvador Illa y los suyos aplicaron el 155 a la frágil autonomía catalana, pero es que tampoco ahora estas herramientas aparecen por ninguna parte. El joven Pasqual Maragall, que aparece en la película, era becario en un ayuntamiento que debía afrontar estos problemas, pero que no se resolvieron solo con una puesta al día del barrio: se resolvieron con una invitación a pertenecer, muy principalmente a través de la lengua (la hoy recortada y desvirtuada inmersión lingüística), una invitación que algunos cogieron y algunos no. Quienes no, un buen día se movieron hacia Ciudadanos. Ahora se mueven por otras diversas siglas, entre ellas el PSC. Ostras, ahora los balidos del cordero se oye más.

Hablar de carnets de catalanidad puede esconder una gran hipocresía cuando hoy, políticamente, si hay algún "catalán de segunda" es el independentista que fue apaleado o perseguido judicialmente por defender un referéndum en el que se podía votar también que “no" (por cierto, ¿para cuándo una película sobre esta otra gesta, mucho más masiva?). Pero más allá de eso, que para mí marca una raya entre catalanes de primera (los que cuentan con el Estado para cumplir sus objetivos políticos) y los de segunda (los que tienen el Estado en contra, por mucho que lo paguen), en el tema inmigratorio las herramientas que hasta ahora habían parecido suficientes (el autobús, el metro, los servicios sociales de calidad, la inmersión, TV3) para construir una sola comunidad son poco cuando el choque cultural es todavía más fuerte, los valores son menos compartidos y los prejuicios (el innegable racismo latente en nuestra sociedad) lo contaminan todo. Catalunya creó en su momento un concepto amplio, integrador, de catalanidad que debe mantenerse y actualizarse: pero necesita nuevas herramientas, y sobre todo alcanzar un nuevo pacto social. Si creen que algún autobús lo arreglará, ahora, no se habrá entendido dónde estamos. Pero es que si se intenta por la vía rápida de la españolización, del simple carnet de comisaría y saltándose nuestro hecho nacional, no será solo una excéntrica extrema derecha quienes encontrarán en contra.