Lo que quizás se acabará del todo con la investidura de Salvador Illa no es tanto el llamado proceso de independencia como el régimen del 78. El PSC ha empezado una huida hacia adelante más delicada y estrambótica que la de CiU en 2012. Para tapar su papelón contra el derecho a la autodeterminación, y los beneficios obtenidos de la represión española, el PSC quiere utilizar a Catalunya para cambiar la estructura del Estado. Con Castilla exhausta, y los Borbones en crisis, las izquierdas españolas han visto en el PSC la ocasión de homogeneizar España a su favor.

La historia no es nueva, y ya se intentó en el siglo XVIII, en el siglo XIX y en el siglo XX aprovechando las heridas de la represión y el austriacismo sociológico del país. Históricamente, el experimento ha dado resultados trágicos. Ahora la situación parece diferente porque Pedro Sánchez tiene el apoyo de Europa, y porque Catalunya está llena de empresas alemanas y francesas. Pero España siempre se acaba quedando sola con sus problemas y es probable que un día lamentemos el cinismo del PSC, y de las élites económicas que lo alimentan, tanto o más del que hemos lamentado la tomadura de pelo convergente.

Si Catalunya no tiene fuerza para defender la autodeterminación, tampoco la tendrá para renovar las estructuras del estado español. De la tradición austriacista actualizada que el PSC pretendía representar durante la Transición solo queda un despotismo ilustrado gris y sórdido. El proyecto de los socialistas no tiene base popular, ni en Catalunya ni en España. Se habría podido construir durante los años del procés, o antes, si el PSC no hubiera roto con su tradición política y si sus amigos de la España liberal se hubieran tomado seriamente las demandas del pueblo catalán en vez de utilizar las contradicciones de CiU para humillarlo.

Si Catalunya no tiene fuerza para defender la autodeterminación, tampoco la tendrá para renovar las estructuras del estado español

Ahora veremos como los mismos que decían que la independencia es imposible prometen una España felizmente avenida, donde Catalunya no tendrá que sufrir por su existencia. Los diarios y los articulistas que viven de las reminiscencias del Antiguo Régimen ya han sacado el espantajo de la confederación. Por desgracia, ni el PSC ni sus monaguillos han trabajado nunca para una redistribución real del poder. Basta con mirar los apellidos de los jueces, de los militares o de los inspectores de Hacienda para saber que Catalunya, Mallorca y el País Valencià viven en un régimen de ocupación desde 1714.

Por más historias que se cuenten, la idea de las izquierdas españolas no es salvar la convivencia, sino parasitar la tradición política catalana para asaltar el núcleo de las instituciones estatales, que todavía están en manos de los herederos del Antiguo Régimen y de los vencedores de la Guerra Civil. Si Sánchez hubiera nacido en Reus como el General Prim, podríamos sufrir por su vida y creer en la posibilidad de un Kennedy español. Pero Sánchez no tiene la cultura ni la perspectiva para entender las consecuencias de lo que hace, aunque en mi opinión no sea tan cínico como lo pintan los nacionalistas de un lado u otro.

Intentar dominar España desde Barcelona, y mirar de hacerlo a medias, sin la complicidad de los catalanes, los valencianos y los mallorquines más arraigados, es una majadería. ERC puede jugar la carta de la colaboración porque no votó la Constitución y es posible que después de enseñarnos cómo CiU jugaba con los sentimientos de la nación, ahora nos enseñe cómo el PSC juega con la avaricia de todo el mundo. En el último editorial de Jordi Juan ya se ve hasta qué punto los riquillos de Pedralbes babean pensando en el BOE de la nueva España cantada por Iván Redondo y José Luis Villacañas.

En este escenario, lo peor que podría hacer el país es dejarse reducir a un solo partido nacionalista como sueñan buena parte de los convergentes. La fuerza de Catalunya, y el secreto de su capacidad de supervivencia, no es su base étnica sino su vocación civilizadora. Si ERC aguanta la presión, no solo se verá cada día más que Raimon Obiols era independentista, aunque solo estuviera dispuesto a separarse de España pulsando un botón. También se verá que si la sociovergència hubiera tenido un poco de coraje intelectual y físico, Enric Juliana no necesitaría vender el nuevo casino del PSC elogiando un libro tan flojo como la biografía de Josep Tarradellas escrita por Joan Esculies.