La vieja Europa, la Europa de los estados nación, ha empezado a perder el control de su destino, igual que Catalunya después del 1 de octubre, cuando desde Primàries decíamos que Barcelona se jugaba el volver a quedar otra vez fuera de la historia. El conservadurismo ya no es una tentación, se ha convertido en una necesidad. Los debates de los próximos años ya no irán sobre qué derechos o qué beneficios se pueden repartir, sino más bien sobre qué y quién es prescindible y qué merece la pena ser preservado, mientras el mundo de ayer se hunde.

La ultraderecha exalta las soberanías nacionales y las quiere proteger, y Macron y otros líderes liberales, que todavía viven del miedo al fascismo, dicen que Europa puede morir. Pero Europa ya es una unidad geopolítica más fuerte y más prometedora que los mismos estados que la conforman. En Londres París Barcelona soñé con una Europa como Suiza, fortificada por fuera y diversa por dentro, y más bien parece que el continente se está italianizando, que se ha vuelto un follón de territorios ricos e indefensos, del cual ningún actor geopolítico importante quiere prescindir.

Cuando las ideologías acaben de folklorizarse y los sistemas políticos europeos dejen de existir tal como los habíamos conocido, solo quedarán las lenguas y las identidades históricas para volver a crear un orden

A China le da igual lo que pase en Francia o en Alemania, pero no le da igual lo que pasa en Europa, y exactamente igual se puede decir de los Estados Unidos o de Irán. España ha abierto un par de conflictos diplomáticos con Argentina e Israel que tienen mucho eco en Twitter y en la prensa, pero que no se pueden leer al margen del sistema de equilibrios europeos, y de las elecciones organizadas por Bruselas. El estado español se ha cargado la política catalana, pero los catalanes continúan existiendo y formando parte de Europa, igual que los castellanos, mientras que el sistema de la Transición se hunde con la disolución de la política autonómica.

Si yo tuviera vocación de estadista, empezaría a pedir la creación de unidades catalanas dentro del ejército español, y cuando digo catalanas quiero decir que hablen catalán. A medida que las viejas ideologías se folklorizen, y que el sistema de la Transición colapse, el ejército español volverá a emerger como el único elemento histórico capaz de aglutinar el territorio estatal. Tenemos la suerte, cuando menos de momento, que el futuro de España está más ligado que nunca al futuro de Europa y que Europa, como la Italia del siglo XIX, tiende a la unificación y al rearme, ni que sea por la presión que ejercen las potencias extranjeras.

Cuando las ideologías acaben de folklorizarse y los sistemas políticos europeos dejen de existir tal como los habíamos conocido, solo quedarán las lenguas y las identidades históricas para volver a crear un orden. Tenemos que aprovechar que, como Voltaire dijo de los catalanes, pronto se podrá decir de los europeos que apreciaban tanto su libertad que podían prescindir del mundo, pero que el mundo no podía vivir sin ellos. El ejército español, integrado en un sistema de defensa europeo, ofrece más posibilidades de mantener Catalunya conectada con el mundo que viene que el feminismo o el fascismo.

Quizás no es lo que esperábamos, pero es lo que nos ha traído Europa. Y no es una boutade. Como siempre que las ideas caen, la fuerza bruta y los ejércitos se han vuelto a poner en el centro de la economía y la política. Y, como decimos en mi casa, a la taula del Bernat qui no hi seu no hi és comptat.