El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha hecho públicos los datos relativos a las migraciones y cambios de residencia dentro del Estado español. Son datos muy interesantes, que ponen de manifiesto de forma científica lo que se percibe en las calles de nuestro país. Hay un flujo constante y muy elevado de migrantes de todo el mundo hacia nuestro país, que dobla la cantidad de migrantes que vuelven a sus países. El pasado año vinieron a Catalunya 272.645 personas. Es una cifra increíblemente alta, porque significa que cada cuatro años llega a nuestro país más de un millón de personas. L'Hospitalet de Llobregat es la segunda ciudad del país; tiene 276.617 habitantes. Por tanto, es como si cada año en Catalunya surgiera de repente una nueva ciudad como L'Hospitalet de Llobregat. Es una cantidad inasumible para cualquier país europeo, pero en el caso de un país de ocho millones de habitantes que no cuenta con los recursos económicos necesarios y tiene una lengua minorizada, la situación es crítica. Sin embargo, como durante el mismo año volvieron a sus países 145.841 personas (muchas de ellas rumanas y marroquíes, por cierto), el saldo final del año pasado queda en 126.804 personas. Si se quiere optar por esta cifra, entonces diremos que en Catalunya surge una nueva Mataró anualmente.
Otro dato significativo es que el saldo migratorio con el resto del Estado es negativo en 5.171 personas, lo que tampoco es sorprendente; todos conocemos a personas con orígenes en otros lugares del Estado que, cuando se jubilan, optan por volver a sus pueblos. Y hacen bien: con una pensión de 1.300 euros (la media catalana) se puede vivir mucho mejor en Extremadura, Castilla o Andalucía que en Catalunya. Por tanto, los datos confirman que existe un pequeño pero constante flujo migratorio de retorno a España. Lo mismo ocurrirá (y de hecho ya ocurre) con los migrantes de todo el mundo: con una pensión española se vive como un rey en Guayaquil, en Bucarest o en Tánger.
El pasado año vinieron a Catalunya 272.645 personas
La llegada de tantas nuevas personas cada año a Catalunya debe afrontarse, explicar y debatir, porque no hacerlo o esconder la realidad solo sirve para engrosar la bolsa de votos de los partidos ultras. No hay nada peor que las instituciones no hablen de un tema del que habla toda la ciudadanía. La gente no quiere ser tratada con paternalismo, y menos aún que se le acuse de no sé qué. Por tanto, hay que hablar del tema, y hablar muchísimo, porque tiene consecuencias directísimas en nuestra vida. Por ejemplo, podemos comparar dos datos muy simples: como decíamos, en 2023 el saldo migratorio exterior fue de 126.804 personas, pero el mismo año en Catalunya se terminaron de construir solo 13.760 nuevas viviendas. No hace falta ser un matemático para saber que tocan a casi 10 migrantes por vivienda nueva, sin contar a los miles y miles de jóvenes catalanes que quieren comprar o alquilar un piso. La relación directa entre ambos datos explica, en buena parte, la gravísima crisis habitacional de nuestro país. Menos oferta y más cara, más infra-vivienda y más pisos con habitaciones compartidas. Esto tiene consecuencias directas en la crisis demográfica de los catalanes y en la escasa cantidad de niños que tienen; es comprensible que las familias del país limiten el número de hijos que desean tener si no tienen espacio donde ponerlos.
Y podríamos seguir: no se construyen hospitales nuevos, las infraestructuras viarias y ferroviarias son las mismas desde hace años y la plantilla del Cos de Mossos d'Esquadra (CME) crece de forma insuficiente. Los servicios públicos del país están colapsados, hay gente en todas partes en todo momento y las costuras del sistema hace tiempo que estallaron. Malos resultados académicos endémicos, delincuencia multirreincidente por parte de ciertos migrantes y empleo de mala calidad con sueldos bajos. No es culpa estrictamente a los migrantes, todo esto; es culpa de la incapacidad previsora de la administración y de un modelo económico que se basa en el crecimiento por el hecho de crecer y en el turismo como dogma. Debemos cambiar de modelo o no saldremos adelante, y con esto no quiero decir que no tengamos que crecer ni que el turismo tenga que dejar de venir; solo digo que las cosas se pueden hacer de otra forma. Catalunya lleva más de veinte años empobreciéndose y ya nos situamos justo en la media europea del PIB per cápita, punto arriba o punto abajo, cuando hace apenas unos años nos situábamos en un cómodo 10% por encima. En los próximos años nos empobreceremos todavía más, especialmente las clases medias y las familias.
La gran perjudicada de todo ello es la lengua y la cultura catalanas, porque el país tiene desde el pasado año un cuarto de millón de nuevos vecinos que ni saben la lengua ni conocen nuestra cultura. El reto es mayúsculo y determinante para el futuro de nuestro país. ¿Se puede afrontar? Por supuesto. Necesitamos un Estado propio, pero se puede afrontar incluso sin tener uno. Para empezar, no puede venir tanta gente. En segundo lugar, es vergonzoso que haya migrantes que deseen estudiar catalán y se queden sin plaza. Vergonzoso e intolerable. En tercer lugar, los permisos de trabajo deben vincularse sí o sí al conocimiento de la lengua catalana, como en Andorra. ¿No entiendes ni puedes hablar en catalán? Aquí no puedes trabajar. La Generalitat de Catalunya debería tener competencias exclusivas en la materia y en todos los aspectos: permisos de residencia, permisos de trabajo, políticas de integración, renovaciones y expulsiones. No hace falta tener un Estado para poder hacerlo. El Estado de Baviera tuvo su propia policía de fronteras entre 1946 y 1998, y la restableció en el 2018. Tiene su sede en Passau y la integran más de mil agentes. Hay otros casos en otros países. Este es el principal reto que sufrimos y tenemos posibles soluciones. ¿Alguien se pondrá manos a la obra?