Si algo me preocupa de la situación actual de Catalunya, no del independentismo, sino de la causa nacional catalana en general, es el posible debilitamiento del relato existente desde hace décadas, e incluso siglos, hasta ahora. Lo que hasta 2017 era una progresiva evolución de la historia, que conectaba la reivindicación del referéndum con derechos nacionales provenientes de hace más de trescientos años, y con un poder estatal incapaz de reconocer y satisfacer estos derechos, corre peligro de desmenuzarse como relato si la política catalana no reacciona pronto. Dado que el independentismo es visto (con razón) como una evolución lógica del catalanismo y la imposibilidad de reformar España, el estancamiento (o el fracaso) actual puede poner en peligro la propia fortaleza de nuestra reivindicación nacional. De nuestro relato, de nuestra justificación. Si no hay conflicto, podrían decir algunos, tal vez no haya tanta nación.
Si nos ponemos en la piel de un observador extranjero, hasta la fecha nuestra causa se justificaba históricamente por una derrota en 1714 que supuso la aplicación del derecho de conquista, por una posterior recuperación progresiva de espacios de autogobierno en forma de Mancomunitat y Generalitat, por la abolición de las mismas instituciones por parte de dos dictaduras (una de ellas vigente durante 40 años) y, finalmente, por una incapacidad del Estado de escuchar, ya en democracia, las reivindicaciones de más autogobierno por parte de Catalunya cuando las votó en forma de Estatut. Con este relato, hasta la sentencia del TC contra el texto estatutario, para cualquier observador, el independentismo era una reacción lógica tras siglos de humillaciones. Sumado a que el régimen del 78 tampoco acababa reconociendo, en modo alguno, la condición nacional de Catalunya y los derechos que de ella se derivan: la prueba es que todavía hoy vivimos bajo un régimen estatutario que los catalanes no hemos votado. ¿Pero ahora el observador qué ve? Evidentemente, sí que ve sentencias injustificadas, persecuciones injustificables, exilios vergonzantes, represión de muchos tipos... pero también ve un proceso parado y una notoria incapacidad para reanudarlo. Ve a un president de la Generalitat socialista investido por independentistas, una extraña confianza en la actualización del régimen del 78 (ya sea con reformas o con retoques), un bombardeo mediático a favor del conformismo y de la estabilidad (basta con ver las crónicas del acto del último Premio Planeta) y una causa nacional que, en caso de existir todavía, ha hecho una pausa en el camino o rectifica temporalmente su estrategia. En estos momentos, el contexto es el de utilizar la fuerza electoral para condicionar a los gobiernos de España. No es poco, pero es lo de siempre. Y, por tanto, habrá que explicar muy bien, a este observador neutral, dónde estamos exactamente. Yo lo veo de la siguiente manera:
Esta pausa actual no es definitiva. El independentismo no ha sido un espejismo o una fiebre, el verdadero espejismo es la artificialidad actual. El espejismo, el relato ficticio, es creer que las tesis de Sociedad Civil Catalana (que son punto por punto las que defiende a fecha de hoy Salvador Illa, les recomiendo que lo comprueben) son predominantes en Catalunya, y que la actual paz y tregua, quizá necesaria, es una solución o un final. Todo el mundo sabe qué ha sucedido, todo el mundo sabe que la combinación de incapacidades propias y de represión salvaje ha llevado a una situación de agotamiento que algunos podrían confundir con el regreso al “catalanismo” de siempre. Olvidan que esto solo es un “invierno”, una de esas temporadas que Prat de la Riba describía en La nacionalitat catalana en contraposición a las primaveras nacionales, que siempre vuelven. A casi nadie en Catalunya le gustan las reverencias de Salvador Illa al rey de España, ni los paseos militares náuticos en la capital catalana, como a nadie le gusta que se ponga a nevar dentro de casa.
Esta pausa actual no es definitiva. El independentismo no ha sido un espejismo o una fiebre, el verdadero espejismo es la artificialidad actual
Otra cosa es si estos inviernos, innegables, se aprovechan mejor o peor. Si no se aprovechan, pueden ser la brecha por la que los “dependentistas” traten de estabilizar el régimen de forma definitiva. Pero el observador neutral debe saber que la conformidad con 1978 ya hace años que no existe, y que pese a las apariencias todavía no se ha sabido resolver ningún nuevo “encaje” ni ningún pacto constitucional renovado. El observador debe saber que no nos conformamos, y que este no es el fin de la historia. Que en 2017 no quemamos todas las naves, ni entonamos el canto del cisne, y que el ansiado “relato españolista amable” que busca Sociedad Civil Catalana no arraiga por ninguna parte. Que, como sucede con la derecha y la izquierda, la reivindicación nacional tiene también su ley del péndulo. Ahora es el turno de quienes creen en la solidez del orden establecido. Pues, ya que es su turno, que pongan a prueba su relato. Adelante.
Pero una vez que los partidos independentistas se hayan situado o hayan dejado de matarse, y una vez que la lucha judicial pase definitivamente a segundo plano (como le corresponde), habrá que comprobar cómo la causa catalana afronta la próxima primavera. Que vendrá. Y si es con mayor madurez, con nuevos perfiles y nuevas energías, con sabiduría para distinguir qué sapos se puede tragar y cuáles no, con mayor profesionalidad si cabe, y con un relato que confirme que 2017 no fue ninguna casualidad ni ningún capricho, como tampoco lo fue 1714, mucho mejor.