La inmigración ha vuelto a colgar una espada de Damocles sobre el futuro de Catalunya. Hace 60 años las olas migratorias que cambiaron la fisonomía del país todavía estaban enmarcadas en la lucha de los estados nación para proteger las manías patrióticas y unitaristas de los militares decimonónicos. Ahora, la fuerza que mueve la inmigración es el liberalismo. La sociedad de consumo americana agoniza ante Rusia y China, y sus corporaciones intentan sacar los recursos de bajo las piedras para mantener la hegemonía internacional de los Estados Unidos.

Este verano he estado en Breslavia, Wroclaw para los polacos, y es una ciudad interesante para ver de dónde viene Europa. Breslavia es como si Barcelona hubiera sido vaciada de catalanes y reocupada con los inmigrantes españoles que se instalaron en el Hospitalet, Cornellà o Santa Coloma. Visto desde Catalunya, puede parecer una exageración. Pero visto desde Breslavia, te das cuenta de que una ciudad se puede renacionalizar de arriba abajo y que si Barcelona hubiera combatido a Franco calle a calle, o si los nazis hubieran ganado la guerra, la desfiguración nacional de la ciudad habría sido todavía más profunda y agresiva.

Me cuesta ver un horizonte en el cual se pueda volver a decir tranquilamente, y sin hipocresía, que es catalán todo aquel que vive y trabaja en Catalunya

En Breslavia los albañiles y los hombres que conducen un Porsche o un Masserati son del mismo color y comparten la misma historia, porque Polonia todavía es un país modesto y porque Ucrania queda muy lejos de África. Además, el corte con el pasado fue muy bestia y, por lo tanto, también fue muy limpio. Polonia ganó la lucha por la autodeterminación a finales del siglo XX y sus habitantes todavía tienen la cara de llevar zapatos nuevos. Breslavia me recordó Alicante, pero repoblada por los buenos de las películas de Hollywood. La verdad es que eso da a la ciudad un espíritu de superación que no he visto en ninguna ciudad valenciana.

A los polacos no les gusta que les recuerdes que a los hablantes de catalán nos llamaban polacos. Consideran que no tenemos suficiente fuerza para tener un estado independiente e intuyen, con razón, que si el sur de Europa abraza los valores blandos, ellos sufrirán las consecuencias. En Polonia se ve muy claro que Catalunya corre el peligro de volver a quedar atrapada entre dos bandos irreconciliables. Hace un siglo fueron los comunistas y los fascistas que nos arrastraron a sus locuras; ahora son los globalistas y los estatalistas, los que amenazan con hacernos pagar sus excesos.

El hecho de que la democracia parezca más viva en Polonia que en Catalunya es una señal de hacia donde van las cosas. En Polonia se ve como la cohesión social que habíamos alcanzado con mucho esfuerzo después de una guerra y dos dictaduras está naufragando con la nueva inmigración. La democracia necesita un mínimo de igualdad y lo que estamos construyendo en Catalunya es una sociedad de esclavos tanto o más perversa que la del franquismo o el pistolerismo. Los inmigrantes no podrán tener nunca nuestra vida porque el país está exhausto y porque no se dan las condiciones para forzar una redistribución de la riqueza y amasar unos valores comunes.

A los americanos les interesa una Polonia homogénea que haga de frontera militar y que vigile a los alemanes. En cambio, el sur de Europa lo quieren multicultural, si puede ser un poco africanizado, para tratar de contener la penetración de Rusia y de China en el continente negro. Los españoles pueden vivir con una cierta satisfacción la presión que el globalismo pone a la existencia nacional de Catalunya. Pero, como siempre, tarde o temprano, la factura la pagaremos todos. El mundo se ha hecho grande y la capital de España no es más que la Girona del mundo hispano, vista desde Miami. Además, VOX no podrá gobernar nunca sin exponer el núcleo del Estado. Mientras que el resto de partidos son todos títeres de la estrategia globalista del partido demócrata americano.

Los diarios dicen que la inmigración nos paga las pensiones, pero no hay que ir a Polonia para ver que, en las cantidades que viene, sobre todo, iguala a todo el mundo por abajo, de manera que todo el mundo es mucho más fácil de someter y de manipular. Los años que vienen serán jodidos. Es una suerte que el PSC gobierne en la Generalitat. Solo nos faltaría, con el trabajo que tenemos, que viviéramos dormidos por nuestra propia propaganda. La historia está creando uno de sus embudos épicos y tendremos que deshacernos de muchas ilusiones y de muchos falsos escrúpulos, si queremos tener posibilidades de salir mínimamente enteros y reconocibles.

Ahora mismo me cuesta ver un horizonte en el cual se pueda volver a decir tranquilamente, y sin hipocresía, que es catalán todo aquel que vive y trabaja en Catalunya, y quiere serlo.