“Un buen diario, supongo, es una nación hablándose a sí misma”. Así lo aseguraba hace más de 50 años el dramaturgo norteamericano Arthur Miller. La frase, demoledora a pesar del tono dubitativo intencionado, ha dado muchas vueltas durante décadas entre teóricos y periodistas al mismo ritmo en que los medios pensaban, acertadamente o no, sobre su función y su futuro. Miller, que destacó durante toda su vida por su activismo y la furiosa denuncia social que contenía su obra, hoy estaría a punto de cumplir los 100 años. El tiempo, sin embargo, no ha restado nada de valor a su suposición. Al contrario, la crisis de la prensa tradicional, que ha hecho temblar los cimientos de la profesión periodística y, de rebote, la salud de la democracia, ha permitido revelar la profundidad de la sentencia de Miller.

Supongo que esta es la razón por la cual desde hace meses me rondan por la cabeza aquellas palabras, proféticas, de extrema vigencia. En el momento en que me he puesto a escribir este primer artículo, han acabado depositándose en la pantalla del ordenador como una hoja seca arrastrada por el triste otoño que viven los medios. Nadie que conozca la profesión puede evitar preocuparse por su grave amodorramiento, por su decadencia acelerada. Y me atrevo a pensar que esta preocupación afecta también a todos aquellos que creen que de la buena salud de los medios de comunicación depende, en muy buena medida, también, la salud de la democracia, en tanto que modo de convivencia sustentado en la información y la opinión libres, que es alguna cosa más que la libertad formal de opinión e información. Con la misma convicción me gustaría creer que se trata de un decaimiento transitorio. Todos los indicios permiten pensar que nos encontramos a las puertas de una etapa nueva para el periodismo, sin duda tan apasionante como lo es este oficio. Y llena de posibilidades.

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No es ningún secreto que la crisis del papel está dejando a los diarios tradicionales, cada vez más, en manos de los poderes económicos y gubernamentales. No hay que ser un analista muy perspicaz para adivinar que el lastre es cada vez más pesado y los movimientos cada vez menos libres. Cuanto más grave es la crisis, menos capacidad tienen los medios escritos para vivir de sus ingresos comerciales y más dependen del mundo financiero y de los intereses del gobierno de turno. El margen de movimientos se estrecha por momentos. Pero hay que ser justos: eso no es estrictamente una crisis del periodismo, es la crisis de un modelo de gestión empresarial del periodismo. El periodismo riguroso, que es fundamentalmente una herramienta de comprensión de nuestra realidad, es más necesario que nunca. En una época tan compleja como la que nos ha tocado vivir, la realidad, tanto la más próxima como la aparentemente lejana -en el mundo global no hay nada que sea realmente lejano- nos interpela casi minuto a minuto y nos exige, para convivir con ella de manera crítica y madura, disponer de información y análisis veraces, contraste de puntos de vista y una alta capacidad de interpretación en un contexto de revolución tecnológica acelerada.

A diferencia del papel, sin embargo, el periodismo digital ofrece una herramienta más práctica, ágil, rápida y sencilla para combatir aquellos vínculos perniciosos y para superar dinámicas periclitadas. Estamos inmersos en una auténtica revolución del mundo de la información y la comunicación, provocada por las nuevas tecnologías, y, evidentemente, el periodismo no puede quedar al margen. La cuestión es cómo estos nuevos medios pueden sobrevivir en el nuevo contexto comunicativo. No es suficiente con reflexionar sobre el futuro. También hay que actuar. Nadie tiene la fórmula mágica, pero hay que arriesgarse a ensayar alternativas viables al estancamiento y la falta de perspectivas. Otros ya lo han hecho y algunos salen adelante con éxito. El momento pide respuestas urgentes. En todo el mundo y también aquí. El debate que vive hoy el país demuestra con claridad la necesidad de construir medios capaces para garantizar el diálogo de la nación consigo misma. Un diálogo sincero y sin ambages, no coartado por presiones económicas o políticas. En puertas de unas elecciones trascendentales, las del 27 de septiembre, en las cuales, por primera vez en democracia, existe la posibilidad de votar explícitamente a favor de la independencia de Catalunya, es mucho lo que hay en juego, sea cual sea el resultado final de las urnas. Porque es una evidencia que el país ha cambiado mucho en relativamente poco tiempo y que hoy está inmerso en debates que, hasta ahora, nunca se habían planteado. También Europa y el mundo viven procesos de cambio muy profundos cuyo alcance solo podrá medirse de aquí a un cierto tiempo. Son momentos, sin duda, apasionantes, que reclaman, sea cual sea la opinión de cada uno, todavía más rigor informativo y más debate plural entre diferentes puntos de vista.

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Lo primero que me planteé en el momento de poner en marcha esta nueva aventura de ElNacional.cat es si sería posible hacer todo eso con las herramientas del periodismo de papel, es decir: movilizando el potencial inmenso de la prensa libre, rigurosa, veraz y crítica, pero siendo conscientes al mismo tiempo de las razones que han contribuido al descrédito actual y a la cada vez más generalizada sospecha de subordinación a los imperativos económicos y partidistas. Hace un par de años leí una columna de Quim Monzó sobre periodismo que me interesó muchísimo, como todo lo que escribe. Hablaba de Michael Hastings, un periodista que colaboraba en Rolling Stone y en BuzzFeed y que murió en un accidente automovilístico. Seguramente lo recordareis por el revuelo de uno de sus reportajes, que provocó la destitución de Stanley McChrystal, comandante en jefe de las fuerzas de los EE.UU. en Afganistán. Poco antes de morir a los 33 años, Hastings había escrito diez consejos para aspirantes a periodistas. “Tienes que estar decidido a dedicar la vida al periodismo”, era el primer consejo. Y en los dos últimos puntos advertía: “Te tiene que apasionar escribir como si fuera más importante para ti que ninguna otra cosa en el mundo”, y, también, “aprende a aceptar que parte del oficio es que te rechacen, y sigue escribiendo y leyendo”. Todos y cada uno de los puntos del decálogo de Hastings me dejaron claro que el periodismo superará cualquier crisis si es capaz de mantener su esencia. Pasan los años y evoluciona la tecnología, pero los principios siguen siendo válidos. Empecé como periodista freelance, cuando todavía no sabíamos el significado de esta palabra, en 1976, cubriendo algunos tramos de la Marxa de la Llibertat y algunos actos del Congrés de Cultura Catalana, así como siguiendo muy de cerca el regreso del presidente Tarradellas y la restauración de la Generalitat, con el primer gobierno catalán después de la dictadura. Ha pasado mucho tiempo, cinco presidentes de la Generalitat y seis del Gobierno español. Han pasado muchas cosas, aquí y en el mundo. Y, para mí, casi cuatro décadas de trabajo profesional desde primera línea de la práctica periodística. Ahora, con un equipo de profesionales del periodismo de primer nivel, ponemos en marcha esta aventura colectiva que, modestamente, quiere contribuir a hacer frente a algunos de los retos que atenazan el oficio y a aportar nuestro grano de arena para poner a vuestro alcance una información rigurosa y exigente que nos permita entender mejor el mundo en que vivimos y los retos que nos plantea.

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En el año 1927 Agustí Calvet, Gaziel, reclamaba un gran diario en catalán. “Debería ser veraz, discreto, comprensivo, ameno y abierto a todo el mundo. Debería asentarse sobre la base de una información espléndida y muy poca doctrina política, con exclusión de toda la partidista. Debería interesar a Catalunya entera, a la intelectualidad del resto de España, y a ser posible a los colegas extranjeros, por la abundancia y perfección de sus servicios profesionales. Debería, sobre todo, no estar inspirado por ningún catalanismo, pero sí henchido de catalanidad”. Gaziel pedía un diario catalán y en catalán, pero abierto al mundo e independiente de los poderes políticos y económicos. El debate, como se puede constatar, viene de lejos, pero hay momentos en que abordarlo de manera adecuada se convierte en una urgencia y una necesidad, en un deber. Estoy convencido de que la actualidad nos enfrenta a uno de estos momentos.

A mediados de este último agosto, el escritor Suso de Toro escribía en El Diario.es un artículo lamentando la información deficiente que se ofrece en España sobre lo que pasa en Catalunya. La conclusión del autor gallego era sorprendente: “Defender la democracia en España, desde hace unos años y hoy por hoy, es principalmente exigir que se respete a la ciudadanía catalana, que no se la trate como a dementes. Y a nosotros [se refería al resto de los ciudadanos españoles] como a niños y niñas, porque no lo somos”. Es cierto. El problema más alarmante que, para Cataluña y para España, presenta el proceso político que impulsa el soberanismo no tiene nada que ver con el debate que en realidad estamos viviendo. Lo más aterrador es el déficit de democracia que está haciendo evidente. Estamos sufriendo una falta de pluralidad y transparencia informativas de una dimensión que realmente hace mucho tiempo que no se conocía. Cuando hayamos superado la presente etapa política, sea cual sea el resultado, es posible que algunos escenarios aparezcan devastados. Entonces, muchos deberán reflexionar sobre lo que han hecho últimamente, pues lo que no ha conseguido la crisis del papel con algunas cabeceras lo habrá provocado la voluntad de sus responsables de agachar la cabeza. Serán ellos, llegado el momento, los que deberán dar explicaciones a sus lectores. Pero este será su problema. El del resto de la sociedad es el derecho a obtener una información contrastada y plural: el derecho, en definitiva, a estar informados con libertad y rigor.

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Estamos hablando, por lo tanto, de medios de comunicación, es cierto, pero estamos hablando, sobre todo, de muchas otras cosas. Estamos hablando de la gente y del país. De un país tozudo que no se resigna a ser silenciado. Jaume Vicens Vives aseguraba en Noticia de Catalunya que “la vida de los catalanes es un acto de afirmación continuada”. “En Catalunya el móvil primario es la voluntad de ser”, concluía. Según Vicens Vives, que escribía en los años cincuenta del siglo XX, esta voluntad es patrimonio de todo el pueblo catalán y es la que hace que el país sea tan tradicionalista y al mismo tiempo tan innovador. A menudo se ha intentado silenciar esta voluntad, pero siempre, una vez y otra vez, de una manera u otra, ha vuelto a aparecer. Ahora, de nuevo. Se puede estar a favor o en contra del proceso político que actualmente está viviendo Catalunya, pero lo que no se puede hacer es negarlo ni, por supuesto, criminalizar a una de las partes del debate.

Y aquí estamos. Conscientes de las dificultades pero entusiasmados por los retos. En plena crisis de los medios de comunicación y en un momento clave para el futuro del país. Dos desafíos apasionantes. O quizás, en opinión de algunos, una tormenta perfecta. No importa. No renunciaremos a nuestra pasión por el periodismo y, además, intentaremos superar los obstáculos. A partir de aquí, hoy mismo, empieza nuestro periplo. Ojalá el camino sea bien largo y lo podamos hacer acompañados de tantos de vosotros como sea posible. Vuestra presencia garantizará nuestra fuerza y nuestro empuje. Vosotros nos daréis la voz y esta tendrá el volumen que vosotros decidáis. Adelante, pues. Si un diario es una nación que habla consigo misma, aquí estamos preparados para este diálogo tan largo y tan fructífero como haga falta. Sin limitaciones. Los diarios del siglo XXI no las tienen. Y no son productos acabados, cerrados a cal y canto, sino al contrario, están en construcción permanente, como las naciones. Nuestra cabecera, ElNacional.cat, quiere transmitir este compromiso con nuestra sociedad. En este momento, este no es un compromiso neutral. Tiempos nuevos, nuevos retos. Nuestro objetivo es defender el derecho inalienable de los ciudadanos a acceder a una información rigurosa, contrastada, plural y de calidad aquí y ahora. Esta es nuestra divisa. Este es nuestro compromiso.