Es bastante conocida la conversación que un taxista de Madrid tuvo con uno de los diputados catalanes mientras le llevaba del aeropuerto a una de las reuniones donde se llevaban a cabo las negociaciones del Estatuto de Autonomía de Catalunya hace veinte años. Se ve que el taxista quiso subrayar la potencia económica de la capital española ante su cliente catalán haciéndole notar el gentío que había a esa hora de la mañana en la calle, en los bares y en las tiendas. Nuestro hombre —que a esas horas aún estaría de humor— respondió con ironía: “está muy bien. Y aquí, ¿a qué hora se trabaja?”. El taxista cambió a un tono más grave y sabiendo lo que el diputado iba a hacer a Madrid le dijo "tenga presente que en Madrid se manda, no se trabaja". Es chocante que el taxista —posiblemente el autónomo que menos manda, pues quizá no tenga trabajadores y por no decidir no puede ni elegir dónde debe ir, ya que se lo indican los clientes— se sintiera tan implicado en el Madrid que manda.
Es la fuerza de la costumbre. Mariano Rajoy, siendo presidente del gobierno español, de los catalanes dijo "los catalanes hacen cosas". El autor de la frase “un vaso es un vaso y un plato es un plato” puede que no sea el mejor referente intelectual. Pero como gallego y como registrador de la propiedad, lo de la costumbre no le es para nada ajeno. Y cuando tuvo que hablar de nosotros dijo "estos hacen cosas". Y no le falta razón: hemos hecho de los primeros parlamentos, consulados de mar, rutas de comercio, los gremios, la revolución industrial, exportaciones, cultura de primer nivel, y un sistema de cohesión social donde la cultura del esfuerzo es un rasgo identitario. "L’eina i la feina", como dijo Jaume Vicens Vives en Notícia de Catalunya en 1954.
Basta de desánimo y frustración. Y no hacen falta más excusas porque, en el fondo, todo esto depende de nosotros
Como esto de la costumbre de un país se basa sobre los usos prolongados en el tiempo, yo creo que Vicens Vives todavía diría lo mismo de nosotros, aunque la actitud del país de los últimos años no acaba de concordar con lo que es costumbre. Lo definió perfectamente hace un par de días el presidente de Òmnium Cultural, Xavier Antich, en un discurso de Año Nuevo que envió a los más de cien mil socios de la entidad que dirige y que este diario hizo bien en reproducir en portada. Òmnium acierta al menos en dos cosas: en hacer el discurso y en su contenido. No debe competir con los políticos, pero enviar un discurso de Año Nuevo al soberanismo asumiendo la potencia institucional de lo que Òmnium representa para muchos catalanes es bueno. Y acierta con lo que dice y cómo lo dice: hace falta un giro total a la situación. Basta de desánimo y frustración. Y no hacen falta más excusas porque, en el fondo, todo esto depende de nosotros. De nuestro trabajo. Y no podemos esperar cuatro años. El presidente de Òmnium no hace reproches y no pide a nadie que comience. Reconoce que en el trabajo de reconstrucción nacional es necesaria la implicación de mucha gente y de muchos sectores. Pero que desde la sociedad civil ya empiezan, pues es urgente.
Empiezan como esos fundadores de la entidad, que en 1961, en pleno franquismo, decidieron combatir la censura y la persecución de la cultura catalana y llenar el espacio que dejaron las instituciones políticas prohibidas por la dictadura. Cuando eran más necesarios, estuvieron. Ahora que vuelven a ser muy necesarios, dan un paso al frente para reivindicar un cambio para detener “una inercia que nos lleva a la deriva”. Y "construir un nosotros orgulloso de sí mismo", "ser una tierra de oportunidades". Òmnium identifica la lengua como elemento clave de construcción nacional; lo es. Y fija una nueva actitud como cambio imprescindible para la construcción nacional; lo es. Si el soberanismo no tiene claros los propósitos para 2025, son estos.