En la Vikipèdia ya sale descrito, en la primera frase referente al aeropuerto de El Prat, que su nuevo nombre es impuesto por el Estado español. Fue por acuerdo de un Consejo de Ministros celebrado en Barcelona el 21 de diciembre de 2018, en la Llotja, el primero celebrado en la capital catalana desde 1978, bajo un amplísimo despliegue de seguridad y muchísimos actos de protesta (un manifestante perdió un testículo por impacto de un proyectil policial). Fue durante el mandato de Quim Torra como president de la Generalitat. Torra, por cierto, se quejó de la falta de consenso y exigió la retirada del nuevo nombre. Por la tarde, una gran manifestación de protesta contra el Consejo de Ministros reunía a 80.000 personas. Ciertamente, la decisión sobre el nombre del aeropuerto o bien era una provocación o bien era el anuncio de una agenda muy determinada: digámosle “Operación Aterrizaje” o, para ser dignos de este nuevo capítulo del libro, “Operación Tarradellas”.

Todo el mundo sabe que la invocación a Tarradellas, por parte del PSC, data de los años de la Transición, hasta el punto de que parece difuminarse del todo el hecho de que se trataba de un presidente de ERC. Los republicanos le mencionan poco, o nunca, se supone que por lo que simbolizaba de pactismo entre las instituciones catalanas recuperadas y el Estado: esa distancia que inicialmente pusieron, y que todavía mantienen, cuesta de entender, dada la vía de diálogo federalizante adoptada por el partido republicano desde hace ya más de una legislatura. Pero bueno: el caso es que, transformado en un icono del socialismo, Tarradellas parece ahora mismo el bautizo de una operación destinada a pacificar Catalunya devolviéndola allí de donde no debería haber salido nunca: del marco constitucional del 78, es decir, de la autonomía, y qué mejor que un apresurado nombre de aeropuerto para que los catalanes lo entendieran a la primera: solo seréis una autonomía. Y este aeropuerto os servirá como simbólica pista de aterrizaje de tantos sueños, como ese que dice que podéis decidir vuestro futuro. Pues mira: de entrada, no decidiréis ni el nombre de vuestro aeropuerto.

Catalunya, si realmente es nación, no tiene por qué aceptar más límites que las demás naciones

Esta vía, la de la reanudación de los pactos del 78, tiene una ventaja y un inconveniente. La ventaja es que permite hurgar en lo que no se hizo bien durante esos años, y emprender —si pensamos en la buena fe de los socialistas— las reformas necesarias para obtener el reconocimiento nacional (no obtenido en ese Estatut ni en el de 2003) y una financiación similar a la del concierto (aguado en medio del régimen común hasta ahora y, por cierto, detonante de la salida del armario de la CDC de Mas para convertirse en una formación independentista). Si lo miramos desde la buena fe, desde una extremísima y casi delirante buena fe, la Operación Tarradellas resolvería aquellos aspectos más importantes dejados en el tintero durante el año 78. Y supondría, como mínimo durante un tiempo, un significativo parche a las aspiraciones autodeterministas catalanas. El inconveniente no es solo, como es de esperar, la secular fama de los socialistas de incumplir sus acuerdos: aparte de este previsible detalle, el gran inconveniente es que los catalanes se autodeterminaron en 2017 y que para casi la mitad de la población catalana nada que esté por debajo del hecho de autodeterminarse merece, en 2024, ningún entusiasmo. El inconveniente, en definitiva, es que aplicar fórmulas de 1978 (¡de 1978!) en la Catalunya del 2024 es imposible que funcione. Tarradellas podía pronunciar su espléndido “¡ja sóc aquí!”, pero es que ahora los catalanes estamos allá. Muy allá. Tan allá que, para empezar, no conozco a ninguno que pronuncie el nombre del president cuando se refiere al aeropuerto de El Prat.

Se habla mucho del "sentido institucional" de Tarradellas, de su astucia por haber salido de una reunión terrible y haber declarado a los periodistas que la reunión había ido "muy bien", y esta virtud se quiere contrastar con la "conflictividad" y la agitación que simboliza el president Puigdemont, especialmente a partir de su fugaz llegada a Barcelona el 8 de agosto. “Todavía estamos aquí”, fue la frase en este caso, y evidentemente no podía esperarse ni que se entregara ni que, encima, tuviera que decir que “la reunión ha ido muy bien”. Sería absurdo. De hecho, posiblemente Tarradellas habría tenido que hacer algún acto similar si, pese a las amnistías y los pactos del 78, el Estado hubiera mostrado una voluntad (o una capacidad) nula de verdadera normalización. Pero Tarradellas quiso despedirse con un “¡Viva España! ¡Visca Catalunya!” en el discurso de traspaso del cargo a Jordi Pujol, pero este, que solo quería referirse a un país, se negó.

La diferencia entre Puigdemont y Tarradellas no es solo, por lo tanto, que ahora los jueces incumplan las leyes y que el Estado se lave las manos: la diferencia entre Puigdemont y Tarradellas es el 2017. Y es el hecho de que Catalunya, si realmente es nación, no tiene por qué aceptar más límites que las demás naciones. Y es sobre todo el hecho de que Catalunya ahora mismo esté regida por un Estatut que ni siquiera ha sido votado por la gente (si se quieren hacer paralelismos con el 78), y que Catalunya decidió no conformarse, como nación que es, con nada más que poder decidir. Tarradellas vino del exilio con todo lo que él simbolizaba: más vale que no olviden, por lo tanto, todo lo que simboliza Puigdemont. En definitiva, veremos si, en los próximos años, triunfan estos cantos de sirena hacia una recapitulación de lo que no se logró en tiempos de Tarradellas y el federalismo no es ningún duende imaginario. O bien veremos, más pronto que tarde, que una vez que un pueblo toca la libertad con los dedos ya no hay caramelitos de azúcar que le valgan. Por el momento, el campo jurídico está más despejado que nunca para volver a emprender esta vía. Ahora solo falta que se alineen los astros de la política, empezando por el regreso de Puigdemont sin haber pisado ni por un minuto una cárcel española. Como diría Iván Redondo, "falta Puigdemont". Por supuesto que falta. Ni os lo imagináis, todo lo que falta.